TERCERA
PARTE
Siendo
así, lo único que pude encontrar como factible era el ingresar a la aviación
militar subsidiada en su mayoría por el estado. Sólo que para ello debía
aceptar asumir la profesión militar y yo no tenía propiamente deseos de admitir
los rigores y las exigencias propias de la profesión. Ya llevaba bastantes años
estudiando en un internado y la Fuerza Aérea Colombiana exige que los estudios
militares se ejecuten también en claustro interno. Las academias militares son las
únicas instituciones de educación superior que son internas. Pero no tenía otra
alternativa y por ello decidí ingresar bajo la premisa de que si no lograba
adaptarme a la rigurosidad de la disciplina o no satisfacía los altos
estándares académicos que se exigían, buscaría otra profesión del campo
técnico.
Otro
inconveniente era que la Fuerza Aérea Colombiana hacía los exámenes al mismo
tiempo que las demás universidades. Pero comunicaba la admisión o el rechazo
después de que las universidades habían cerrado las inscripciones de ingreso.
Se comentaba, en el escaso medio en el cual se podía preguntar, sobre un alto
nivel de dificultad para el ingreso. Como procedimientos y exigencias
académicas bastante altas.
PRESENTANDO EXÁMENES
Para
estar seguro de que no quedaría sin estudios superiores decidí, de todas
formas, presentarme en la Universidad Nacional para la facultad de ingeniería
mecánica y en la Universidad de Antioquia para la facultad de ingeniería
electrónica. Aunque me perseguía el paradigma de haber estudiado el
bachillerato en la provincia, que tenía el estigma de no ser bueno.
También
presenté los exámenes de admisión para la Escuela Militar de Aviación EMAVI. La
verdad es que no esperaba que se pidieran tantas condiciones para asumir la
carrera militar y dentro de ella la especialidad del pilotaje. Era necesario
presentar unos exámenes médicos y los de conocimientos iniciales en la ciudad
de Medellín.
Una
comisión de EMAVI recorre el país en evaluación de los aspirantes que presentan
la solicitud de ingreso. Para mi sorpresa, en la temida entrevista psicológica,
me encontré con una dama. Yo creía que en el mundo militar no había cabida para
las mujeres. Ella era una funcionaria civil pero contratada por los militares
para la atención sicológica de los alumnos.
Todo
transcurrió inicialmente bien en la entrevista. Cuando ya se iba a terminar me
dijo que yo no había incluido a ningún militar dentro de los que me podían recomendar.
Que sin antecedentes de militares en la familia ni conocidos era raro que yo pensara
que pudiese ingresar. Se le hacia poco común que yo fuera el único de la
familia que aspirara a la vida militar sin haber habido alguno en mis ancestros.
Y que en cierta forma eso era requisito no normativo más si acostumbrado.
ENTREVISTA
CON LA SICOLOGA
Decidí
arriesgarlo todo. Le conteste que estaba en ese proceso de selección por propia
iniciativa. Que era por mi particular interés el ingresar a la vida militar.
Que consideraba tener no solo los niveles académicos, las condiciones físicas,
médicas y psicológicas para calificar, sino también las habilidades y los fundamentos
morales suficientes. Que pensaba que cumplía con el requisito exigido de presentar
una recomendación respetable de quienes me habían dado sus cartas de
recomendación, sin que indispensablemente fuesen militares. Con mi perfil
particular me bastaba sin recurrir a ninguna palanca ni influencia interna,
porque no veía que ese fuese lo más correcto.
Creía
que la FAC era una institución tan justa como para reconocer los méritos
de las personas sin necesitar de influencias especiales. Que de no ser de esa
forma yo prefería retirar mi solicitud y suspender el proceso de selección y clasificación.
Me
sentía como una veleta al viento que se podía manejar al libre albedrío de
quien dispone de una posición dominante y que puede usarla según le parezca. No
tenía más alternativa y la suerte estaba echada. Para un joven pueblerino esa
organización tan seria, grande y, además, militarmente poderosa, era casi que
temerosa. Fue la primera impresión de lo que me suponía que después vendría. Las
muchas cosa que debía tolerar y aceptar con resignación si quería triunfar. Así
fuesen contra mis principios y las maneras que se me había enseñado. Las de mis
años anteriores, como alumno de un seminario menor de sacerdotes, sobre la concepción
de lo que es una vida justa y sin agresiones.
VELETA
DE VIENTO
De
inmediato la señora cambio de actitud y me dijo que no me había planteado la
idea porque fuera de esa manera. Solo era con el fin de ponerme a prueba y evaluar
mis reacciones ante la adversidad y la capacidad de tolerancia a la frustración.
Pero que ante el comportamiento que había mostrado y la seguridad en mis
convicciones, me dijo que clasificaba en la prueba.
No
me fue de mucho agrado esa forma de valorar a las personas pero me volvió el alma
al cuerpo, porque esperaba que me mandara al diablo con mi fuerte exposición de
conceptos. No sabía cómo me había ido en las pruebas de las universidades. Me
vi consiguiendo un trabajo sencillo temporal por falta de título profesional
mientras llegaban las nuevas admisiones.
SUSTO
MILITAR
Después
de estos requisitos se exigía pasar una segunda fase de exámenes médicos más
rigurosos que sólo se practicaban en la ciudad de Bogotá. Ya tenía la
notificación de haber pasado la primera serie cuando me encontré en los
listados de admisión de las dos universidades. Ayudó mucho el haber sacado un
buen promedio en los exámenes del ICFES. De todas formas, no me inscribí en
ellas y me arriesgue a que no pasará a la segunda fase de exámenes médicos de
la FAC y me quedara, como mínimo durante todo un semestre, sin avanzar en mi
capacitación profesional.
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