AERONAUTAS Y CRONISTAS

miércoles, 9 de abril de 2014

EL SUEÑO CUMPLIDO. TERCERA PARTE

EL SUEÑO CUMPLIDO
TERCERA PARTE

Siendo así, lo único que pude encontrar como factible era el ingresar a la aviación militar subsidiada en su mayoría por el estado. Sólo que para ello debía aceptar asumir la profesión militar y yo no tenía propiamente deseos de admitir los rigores y las exigencias propias de la profesión. Ya llevaba bastantes años estudiando en un internado y la Fuerza Aérea Colombiana exige que los estudios militares se ejecuten también en claustro interno. Las academias militares son las únicas instituciones de educación superior que son internas. Pero no tenía otra alternativa y por ello decidí ingresar bajo la premisa de que si no lograba adaptarme a la rigurosidad de la disciplina o no satisfacía los altos estándares académicos que se exigían, buscaría otra profesión del campo técnico.

Otro inconveniente era que la Fuerza Aérea Colombiana hacía los exámenes al mismo tiempo que las demás universidades. Pero comunicaba la admisión o el rechazo después de que las universidades habían cerrado las inscripciones de ingreso. Se comentaba, en el escaso medio en el cual se podía preguntar, sobre un alto nivel de dificultad para el ingreso. Como procedimientos y exigencias académicas bastante altas.


PRESENTANDO EXÁMENES

Para estar seguro de que no quedaría sin estudios superiores decidí, de todas formas, presentarme en la Universidad Nacional para la facultad de ingeniería mecánica y en la Universidad de Antioquia para la facultad de ingeniería electrónica. Aunque me perseguía el paradigma de haber estudiado el bachillerato en la provincia, que tenía el estigma de no ser bueno.

También presenté los exámenes de admisión para la Escuela Militar de Aviación EMAVI. La verdad es que no esperaba que se pidieran tantas condiciones para asumir la carrera militar y dentro de ella la especialidad del pilotaje. Era necesario presentar unos exámenes médicos y los de conocimientos iniciales en la ciudad de Medellín.

Una comisión de EMAVI recorre el país en evaluación de los aspirantes que presentan la solicitud de ingreso. Para mi sorpresa, en la temida entrevista psicológica, me encontré con una dama. Yo creía que en el mundo militar no había cabida para las mujeres. Ella era una funcionaria civil pero contratada por los militares para la atención sicológica de los alumnos.

Todo transcurrió inicialmente bien en la entrevista. Cuando ya se iba a terminar me dijo que yo no había incluido a ningún militar dentro de los que me podían recomendar. Que sin antecedentes de militares en la familia ni conocidos era raro que yo pensara que pudiese ingresar. Se le hacia poco común que yo fuera el único de la familia que aspirara a la vida militar sin haber habido alguno en mis ancestros. Y que en cierta forma eso era requisito no normativo más si acostumbrado.


ENTREVISTA CON LA SICOLOGA

Decidí arriesgarlo todo. Le conteste que estaba en ese proceso de selección por propia iniciativa. Que era por mi particular interés el ingresar a la vida militar. Que consideraba tener no solo los niveles académicos, las condiciones físicas, médicas y psicológicas para calificar, sino también las habilidades y los fundamentos morales suficientes. Que pensaba que cumplía con el requisito exigido de presentar una recomendación respetable de quienes me habían dado sus cartas de recomendación, sin que indispensablemente fuesen militares. Con mi perfil particular me bastaba sin recurrir a ninguna palanca ni influencia interna, porque no veía que ese fuese lo más correcto.

Creía que la FAC era una institución tan justa como para reconocer los méritos de las personas sin necesitar de influencias especiales. Que de no ser de esa forma yo prefería retirar mi solicitud y suspender el proceso de selección y clasificación.

Me sentía como una veleta al viento que se podía manejar al libre albedrío de quien dispone de una posición dominante y que puede usarla según le parezca. No tenía más alternativa y la suerte estaba echada. Para un joven pueblerino esa organización tan seria, grande y, además, militarmente poderosa, era casi que temerosa. Fue la primera impresión de lo que me suponía que después vendría. Las muchas cosa que debía tolerar y aceptar con resignación si quería triunfar. Así fuesen contra mis principios y las maneras que se me había enseñado. Las de mis años anteriores, como alumno de un seminario menor de sacerdotes, sobre la concepción de lo que es una vida justa y sin agresiones. 


VELETA DE VIENTO

De inmediato la señora cambio de actitud y me dijo que no me había planteado la idea porque fuera de esa manera. Solo era con el fin de ponerme a prueba y evaluar mis reacciones ante la adversidad y la capacidad de tolerancia a la frustración. Pero que ante el comportamiento que había mostrado y la seguridad en mis convicciones, me dijo que clasificaba en la prueba.

No me fue de mucho agrado esa forma de valorar a las personas pero me volvió el alma al cuerpo, porque esperaba que me mandara al diablo con mi fuerte exposición de conceptos. No sabía cómo me había ido en las pruebas de las universidades. Me vi consiguiendo un trabajo sencillo temporal por falta de título profesional mientras llegaban las nuevas admisiones.


SUSTO MILITAR



Después de estos requisitos se exigía pasar una segunda fase de exámenes médicos más rigurosos que sólo se practicaban en la ciudad de Bogotá. Ya tenía la notificación de haber pasado la primera serie cuando me encontré en los listados de admisión de las dos universidades. Ayudó mucho el haber sacado un buen promedio en los exámenes del ICFES. De todas formas, no me inscribí en ellas y me arriesgue a que no pasará a la segunda fase de exámenes médicos de la FAC y me quedara, como mínimo durante todo un semestre, sin avanzar en mi capacitación profesional.

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