CRÓNICAS
DE UN CURA PAISA
POR
EL PADRE ANTONIO MARÍA PALACIO VÉLEZ
CAPÍTULO
3
TERCERA
EXPEDICIÓN AL CITARÁ
Como
desde el año anterior estaba interesado en realizar una tercera expedición al Citará,
pues deseaba conocer la altura y la temperatura del cerro y para eso tenía ya
barómetro y termómetro, la expedición se planeó para mediados de enero de 1930.
Los compañeros eran mis hermanos y Jesús Antonio y Nicolás, mi sobrino Antonio
José González y Kiko Posada. El 15 de enero salimos de Concordia y llegamos a
Bolívar. Adquirimos provisiones y esa misma tarde fuimos a pernoctar a la casa
de don Vicente Vélez, quien tanto él como su honorable familia nos recibió con
mucha cordialidad.
Como
en el año anterior no llevábamos cartas pero si los indispensables encauchados
para defendernos de la lluvia y arroparnos por la noche. Como no teníamos que
abrir trocha porque la del año anterior estaba todavía abierta, la marcha no
rendía.
En
el primer día llegamos a la altura de 3.000 m y allí pasamos la noche. Al día
siguiente trepamos a la cumbre. La altura es de 3.980 m y la temperatura es de
5° sobre cero a mediodía y a la sombra.
Fuimos
al lugar donde el año anterior habíamos dejado una botella con la boleta
adentro. Encontramos la botella rota y los fragmentos de papel diseminados por
el suelo. Observamos que en el cuello de la botella que había quedado intacto
había un papel enrollado. Lo sacamos y por medio de él nos dimos cuenta que
tres meses antes habían subido tres excursionistas, entre ellos una mujer
llamada Genoveva tirado. Según constataba la boleta.
En
la boleta dejaron constancia que allí habían encontrado el mensaje que nosotros
dejamos el año anterior. Citaron la fecha de nuestra extensión del 1 enero 1929
y recordaron los nombres de los que habíamos subido.
Escribí
otro mensaje que decía: el día 1 enero 1929 subimos por primera vez a este
cerro Antonio María Palacio, Nicolás Palacio y José dolores Agudelo. El día 17
enero de 1930 subimos por segunda vez los siguientes Antonio María Palacio, Jesús
Antonio Palacio, Nicolás Palacio, Antonio José González y Kiko Posada. Altura 3.980
m sobre el nivel del mar. Temperatura 5° sobre cero a mediodía. Introduje la
boleta en una botella, la lacre, y la dejé sobre la misma piedra que el año
anterior. En honor a la verdad tengo que hacer notar que mi sobrino Antonio
José González demostró mucho ánimo y habilidad para trastear por estos peñascos
y charrascales. Y de mis hermanos Nicolás y Antonio José, ni se diga. Siendo
ambos aguerridos cazadores con gran habilidad trepaban marañas y desfiladeros y
para ellos no había ningún obstáculo ni lo tupido de la maleza.
Al
nivel de los 3.000 m y sobre el lomo de una cuchilla luego de que uno sube al
alto llamado Beatriz hay unos sumideros en el terreno que indican que allí hay
sepulturas de indios.
Permanecimos
pocas horas en la cima del Citará y ese mismo día emprendimos el descenso. Esa
noche acampamos en el alto de la Beatriz. Al día siguiente llegamos a Bolívar y
regresamos a Concordia.
ESCALADA
AL SAN JOSÉ.
En el
viaje del 16 mayo 1932 entre Altamira y Urrao había observado que entre las dos
poblaciones hay un cerro bastante elevado llamado San José. Había oído hablar
de que en su cumbre hay un gran yacimiento de cuarzo porque en un derrumbe que
se desprendió del cerro hacia el lado de Urrao, se había encontrado bellísimas
piedras de cristal de roca. Me llamó la atención lo del cristal de roca y me
propuse hacer una expedición al cerro con el fin de verificar lo que decían de
los cristales.
Con
Justiniano Rueda planeamos la excursión para el 25 junio y salimos para la
fecha indicada. Llevamos provisiones para dos o tres días porque pensamos que
la ascensión no ofrecía mayores dificultades. El día 25 subimos hasta la mitad
de la cuesta y allí toldábamos en un lugar donde antiguamente había existido
una laguna que artificialmente habían desecado.
CERRO San JOSE
Al
día siguiente llegamos a la cumbre hasta una altura de 3.200 m sobre el nivel
del mar. A unos 100 m de la cumbre y hacia el lado de Urrao se había desprendido
un derrumbe que dejó al descubierto la roca viva y se veía un afloramiento de
cristales de roca de nitidez transparente y geométrica formación pentagonal.
Recogí varios de estos cristales más bellos que estaban esparcidos al pie de la
roca y ese mismo día, aunque ya por la noche, regresamos Altamira.
LA
REGIÓN DE PALERMO
El
12 enero 1933 fui trasladado a la población de Palermo. Esta población está
situada en las faldas de una montaña frente al río Cartama y el Cauca. Desde la
plaza se divisan los farallones de Cartama. Dos cerros gemelos de regular
altura muy próximos uno del otro y se levantan en la llanura cerca de Cauca.
Aunque un poco retirados en la banda derecha del río Cartama.
Cerca
al farallón de Cartama y muy próximo al Cauca, se levanta el renombrado peñasco
del Pipintá donde, según la leyenda, el cacique Pipintá ocultó su fabuloso
tesoro. El peñasco del Pipintá está unos pocos kilómetros arriba de la estación
de la pintada por la vía del ferrocarril.
Don
Manuel Uribe ángel, en su historia de Colombia dice: “la población de Arma,
fracción de Aguadas, fue fundada con el título de ciudad por Miguel Muñoz en el
año de 1542. Sebastián de Belalcázar dio orden de fundarla antes del terrible
drama ocurrido en la Loma del Pozo donde se dio muerte vil e infamante a
garrote al conquistador Robledo.
Un
lugar ocupado por los aborígenes a la entrada de los españoles que conformaban
una gran tribu a quienes llamaron Armados. Porque se habían presentado a combatir
cubiertos de petos, máscaras, brazaletes, collares y coronas de oro fino. En
otra parte, dice la leyenda, que al otro día de haberse presentado los
indígenas con esas alhajas de oro, presentaron de nuevo batalla pero sin llevar
ya ninguna joya de oro encima. Los indios fueron vencidos y se cree que los
indígenas habían ocultado su tesoro en el peñasco de Pipintá”.
Estos
relatos habían suscitado en mi la curiosidad y el deseo de hacer una excursión
a ese peñasco. Al efecto, días antes de ir a Palermo había hablado con el padre
Bubillá, misionero claretiano y habíamos convenido que el 20 enero 1933
saldríamos a la excursión. Fiel a la cita, sabiendo que ya estaba en Palermo,
allí llegó para convenido.
FARALLONES DEL PIPINTA
LA
EXPEDICIÓN AL PIPINTÁ.
Para
la excursión conseguimos 200 m del lazo de sobrecarga para hacer escalas de
cuerda, vituallas para dos o tres días y salimos para el Pipintá. Un peón
acarreaba la bestia que llevaba esa cargazón de lazos y las provisiones. Llegamos
a una casa que había a dos cuadras de distancia el peñasco.
Como
el Pipintá está al lado izquierdo del Cauca, el mismo lado del que estábamos
nosotros, nos era imposible mirar el frente que nos interesaba mucho. Para
lograrlo crucé en una balsa a la orilla opuesta y allí pude observar todos los
detalles al gran cañón del Cauca. El peñasco se eleva verticalmente unos 120 m.
En
la cúspide había unos arbustos y de allí la peña, que cae verticalmente, estaba
sin vegetación. Salvo unas matas raquíticas de cabuya que había a trechos.
Hacia la mitad de aquella torre de roca se veían tres claraboyas de 1 m de
diámetro y separadas por unos 5 m una de la otra y dispuestas en forma
triangular en la cara de la peña. A la entrada de una de ellas había una mata
de cabuya.
Según
la leyenda Este peñón está perforado por dentro y en él se encuentran los
tesoros del cacique Pipintá. Las claraboyas no son más que tragaluces para la
iluminación del interior y que para penetrar en él tienen entrada secreta que
nadie conoce, excepto los indígenas.
Calculé
que descolgando unas escaleras de cuerda desde la cúspide caía perfectamente
sobre una de las claraboyas que estaba unos 50 m más abajo del vértice del
Picacho.
Crucé
nuevamente el río y nos pusimos a hacer una escala con las cuerdas colocando
barrotes cada medio metro a manera de peldaños. La escala tenía 60 m de largo y
120 barrotes para hincar los pies.
Terminada
la escala dejamos su instalación para las primeras horas del día siguiente.
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