PRESENTACIÓN
AMIGOS CRONISTAS:
El padre
Antonio María Palacio nació en el municipio de Concordia en el Suroeste de Antioquia.
Como buen paisa tenía un espíritu aventurero de explorador que por su inquietud
deseaba romper los horizontes de su entorno. El mismo comportamiento que ha hecho
de esta tierra un lugar de empresarios, emprendedores e innovadores en muchos
aspectos.
Por ser
un ejemplo y referencial de nuestra idiosincrásica antioqueña, queremos
compartirles su crónicas escritas hace bastes años y por ello es poco corriente
encontrar un ejemplar de su libro “Crónicas de un Cura Paisa”. Al mismo tiempo
que quedan plasmadas en este medio que no está expuesto a los efectos del tiempo
ni de la polilla.
Esperamos
que disfruten ese resumen que es un extracto
de los apartes más llamativos para que no tengan que leer todo el libro.
Un saludo
para todos los amigos cronistas a quienes les gusta leer las cosa por las que
pasaron nuestros ancestros para lograr el progreso que ahora tenemos y que no fue
fácil. Es la mejor gratitud que les podemos dar por sus empeños en ensanchar los
horizontes de nuestra tierra.
Saludos
y que disfruten. Hasta la próxima tertulia.
Coronel
Iván González.
CRÓNICAS
DE UN CURA PAISA
POR
EL PADRE ANTONIO MARÍA PALACIO VÉLEZ
CAPÍTULO
1
LA PRIMERA EXPEDICIÓN AL
CITARÁ
En
la cordillera occidental de los Andes hay un cerro que se llama Farallón del Citará.
Se destaca arrogante sobre la cordillera y hunde sus picachos entre las nubes. Cuando
de lejos se contempla despejado es bellísimo y fascinador. Desde Concordia lo
admiraba yo y en algunas ocasiones me embelesaba. Y eso que lo miraba desde una
distancia de 15 lenguas pero es que hay algunas cosas que a través de la lluvia
la distancia parecen más bellas y misteriosas.
Como
antes de ir al seminario pertenecía yo a la adoración de Concordia, una noche
el cielo estaba muy festejado y había luna llena. Eran las 12 de la noche
cuando salí de la hora en que me correspondía. Desde la plaza de Concordia
observé que el Farallón se destacaba nítido sobre el horizonte. De repente, salió
una gran llamarada de su cúspide que duró por espacio de un minuto y al
instante se apagó del todo. Desde entonces concebí la idea de que algún día subiría
a ese cerro. Y escudriña día lo que habría allá. Después de eso pasarían algo
menos de 10 años.
FARALLONES DEL CITARÁ
Salimos
a las vacaciones de fin de año y acordamos para escalar el 25 diciembre 1925. Nos
encontraríamos en Betania con unos compañeros del seminario para salir el 26
hacia la excursión del Citará. Ese día me encontré con el padre Andreu y
Álvarez en esa población y además con otros compañeros.
El Farallón
está ubicado en el municipio de ciudad Bolívar, pero aparentemente está tan
cerca de Betania que se contempla el cerro como si estuviera allí nada más. Esa
tarde conseguimos provisiones y contratamos dos peones para que llevaran lo que
necesitábamos.
A
fuer del campesino antioqueño que tiene buena experiencia en eso de
desmontadas, había observado el cerro y los lugares más fáciles para subir, así
que no me gustó la idea del viaje por el Pedral arriba. Por ese lado se veían
grandes cinturones de peñascos que hacían casi imposible la ascensión. En
cambio, según la topografía del terreno que parecía que se hacía más factible
por el lado de Bolívar. Pero, así lo habían dispuesto los dos padres y el
subdiácono quienes eran personas de autoridad para resolver y decidir.
Salimos
el día 26 y tres días anduvimos en la excursión pero fracasó nuestro intento de
subir al cerro porque dimos con unas paredes de peña pelada que era preciso dar
grandes rodeos para buscar otra vía. El padre Álvarez se desanimó y manifestó
deseos de regresar y esto contagió al resto de compañeros que éramos ocho en
total y quienes también desearon lo mismo. Entramos en deliberaciones y
acordamos que el padre Andreus, el subdiácono Fernández, otro seminarista y yo
continuaríamos la ascensión por otro día más. El padre Álvarez y el resto de
los expedicionarios se volverían y nos aguardarían en el rancho que habíamos
hecho en el Pedral para pasar la primera noche.
A
las 12 del día nos separamos y nos turnamos para abrir trocha y avanzar. Eran
como las cinco de la tarde y estaba trochando, cuando al cortar una rama se me
fue el machete y medio en la rodilla izquierda. El filo no entró hasta el hueso
y como allí no teníamos más recursos, puse un puñado de sal sobre la herida a
fin de que me preservara de alguna infección y me amarré un pañuelo para
contener la sangre que salía en espumarajos. Allí nos detuvimos para pasar la
noche.
Al
día siguiente comenzamos a bajar pero no fui yo solo el que sufrió percances en
esa aventura por que el subdiácono se cayó al río Pedral y hubo que sacarlo
enlazado. Y el padre Andreus rodó por una peña bajo y se hirió en la nariz y
durante dos meses estuvo adolorido de las costillas.
Regresé
a Concordia con la humillación del fracaso pero con la esperanza de que algún
día organizaría una excursión en la que fuera yo el jefe y pudiera escoger el
derrotero por donde me pareciera más factible la subida al Farallón del Citará.
EL PADRE MINERÓLOGO Y EL COLMENAR
El
padre Enrique Rochereau, era un hombre muy afable y tenía el don de gentes. A
pluma pintaba magníficos cuadros, era todo un maestro en el arte de talla de
madera, era un sabio y apasionado naturalista y, sobre todo, era un santo. En
Jericó se dedicó, entre otras cosas, a coleccionar y catalogar minerales y
piedras raras. Yo me entusiasme también por lo de las piedras y me hice su
compañero inseparable en sus pesquisas mineralógicas. Salíamos juntos a los
paseos provistos con almocafres y cinceles para quebrar la roca y extraerles lo
que nos llamaba la atención. Andábamos despacio pero con los ojos alerta
mirando los taludes de la carretera y encontrábamos hermosísimos cristales de
varios colores, figuras y tamaños. Llegó a poseer una colección considerable de
piedras raras y minerales debidamente catalogados. Entre el padre Enrique Rochereau
y yo existía una buena y leal amistad.
El
padre Enrique Rochereau era un sabio, especialmente en minerales. Estaba
haciendo un museo con las piedras que coleccionaba en el seminario, sobre todo
piedras raras. Yo también me contagie de esta costumbre y me dio la goma de eso
de las piedras raras. Aprovechaba todos los paseos para recolectar y llevarle
muestras. En Concordia se encuentran preciosidades especialmente en la falda
comprendida entre el salto de Magallo y Morroplancho hasta el río Cauca. En
esta falda recogí piedras de ópalo que afloraban en los barrancos del camino.
Eran de colores muy bellos y diversos. Con ellos ayudan a enriquecer el museo
del seminario.
COLECCIÓN DE MINERALES
Al
lado derecho del salto de Magallo y contigua a él, está el morro de Casagrande.
Morroplancho está al lado izquierdo y a 4 km de distancia del trayecto entre
Morro Plancho y Cerro Tusa.
En
tiempos muy remotos debió sufrir un cataclismo increíble. Algo así como si
hubieran estallado las fraguas de Vulcano en sus entrañas. Antes de que se
fabricara la bomba atómica alguien dijo que el rayo era la fuerza cumbre de la
naturaleza. Después de que se fabricó la bomba la fuerza del rayo quedó
reducida sólo a una millonésima. Sin embargo tengo para mí que la fuerza
interior de la tierra es millones y millones de veces mayor que la atómica.
Porque tanto norteamericanos como rusos han hecho estallar bombas dentro de la
tierra y nunca se ha oído decir que esas explosiones hayan creado un Vesubio ni
un Etna. Mientras que las fuerzas de la tierra hace reventar las cordilleras en
llamaradas y sacudir los continentes.
El
padre Enrique Rochereau fue capellán de una división francesa en la primera
Guerra Mundial de 1914 al 18. Como capellán acompañaba siempre el Ejército en
las acciones de combate para prestar los auxilios espirituales. En un encuentro
entre franceses y alemanes fue herido por dos balas de fusil y hecho prisionero
por los alemanes. El mismo contaba que los soldados recorrían el campo de
combate y remataban a los heridos y que cuando llegaron a donde estaba el, casi
agonizante, un soldado alemán enristró el yatagán para hundírselo en el pecho.
Cuando se dio cuenta que lo iban a matar empezó a rezar el confiteor en latín.
Los soldados al escucharlo rezar en latín se dieron cuenta que era un
sacerdote. Detuvo el arma y lo condujo al hospital militar de los heridos
alemanes donde lo curaron y después de algún tiempo le dieron la libertad.
El
padre León, quien era el ecónomo, tenía un gran colmenar en el patio del
seminario mayor. El administrador de este colmenar era el hermano Juan
Nepomuceno Casas y periódicamente extraía los panales para sacarles la miel y
la cera. Me hice muy amigo de él, especialmente cuando estaba en sus funciones
colmenares y él me permitía entrar al depósito a chupar miel con la única
condición que no le botara la cera.
COLMENARES
Donde se puede comprar el libro.
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