CONCORDIA. FRENESÍ Y GUERRA
CAPITULO 21
CONCORDIA
Y LOS OCHOA.
En
1982 la ciudadanía de Concordia recibió a la familia Ochoa de Salgar. Nietos de
Abelardo Ochoa de origen envigadeño. Había recibido la Cruz de Boyacá por sus
servicios prestados desinteresadamente al suroeste antioqueño. La fiesta fue en
la finca Santa Mónica.
Fabio
Ochoa era un profundo conocedor de animales caballares en América del Sur.
Llegaron dos helicópteros con paseantes. De la finca salió una elegante y
fantástica cabalgata encabezada por el párroco Manuel Herrera. Las bestias
habían sido traídas en carros especiales la víspera. Al entrar la cabalgata a
la plaza de Concordia hubo voladores, campanas al vuelo y un espectáculo como
de las mil y una noches provocado por el paso, trote y el relinchar de los
caballos. Con él policromo atuendo de jinetes y Amazonas.
CONCORDIA
Y PABLO
Una
tarde aparecieron en Concordia Pablo Escobar Gaviria y su primo Gustavo,
también en helicópteros, acompañados del representante Jairo Ortega Ramírez.
Habían comprado la emisora radio suroeste de Concordia y por medio de ella
saludaron a la comunidad. Prometieron hacer obras de infraestructura y dejaron
un cheque por valor de $1,500,000 para un plan de vivienda popular. Me
presentaron a don Pablo, hombre joven, cordial, descomplicado, con aire
de campesino malicioso.
CARRERA
DE CABALLOS.
El
29 septiembre 83 se dio una carrera de caballos entre Bolombolo y Concordia, 25
km. Un caballo proveniente de Titiribí y una yegua de los lados de Pereira. El
primero lo patrocinaba el Zorro, Arturo Vargaz, de Concordia. La yegua estaba
financiada por la nueva clase emergente, Javier Barnés, propietario de la
principal bomba de gasolina de Bolombolo donde arrimaron a tanquear 145 carros
que provenían de distintas partes. Incluido Risaralda y el Valle del Cauca.
Mujeres
bien vigiladas y elegantemente vestidas, traían unas jaulas con 100 millones de
pesos. Era una sublime locura. Ganó el caballo el cual murió a los dos meses en
Titiribí. Las apuestas ascendieron a 50 millones de pesos. En la plaza de
Concordia no cabían los carros ni tampoco una persona más en los
establecimientos públicos. En uno de ellos había un juego de dominó muy rápido
y uno de los jugadores en ese momento perdía $700,000. La clase emergente de
Fredonia invitaba al juego de gallos. Los bolivianos compraban a todo el mundo.
Aún
caballero de Medellín lo habían traído en silla de ruedas. Una de sus amantes
le daba el trago por cucharadas. Había recibido tres tiros en la cabeza por una
banda rival de narcotraficantes y el hombre tenía más de 30 establecimientos en
Colombia. Una salgareños hermosísima abrazaba a un hombre y le daba
agradecimientos por el último regalo que le había hecho, una cocina integral.
Hablaba de un horno en frío y otras extravagancias de la electrónica.
Uno
de los hombres fuertes de la clase emergente decía que su especialidad era el
lavado de dólares. Otro hablaba que su organización tenía más liquidez que
Bavaria y Colteger juntos. Era tal la fuerza del dólar que los políticos, las
aduanas, los militares y los gobernantes cerraban el pico. En el bar de la
hacienda unos 10 jóvenes, elegantemente vestidos, ofrecían en unas bolsitas de
plástico la cocaína pura y el bazuco. Esto sucedía en la finca Paysandú donde
en el sótano de la casa se llegó a tener a 200 kilos de ese divino polvo.
Ésa
noche se hicieron negocios de propiedad raíz y de ganado por más de 400
millones de pesos. A las cinco de la mañana volaba un helicóptero entre Cerro Bravo
y Cerro Tuza, que había partido de Concordia, con una mujer espigada,
misteriosa, de anteojos y vestidos lujosísimos. Se dirigía Pereira. La víspera,
con sus acompañantes, perdió 50 millones de pesos.
EL
TERREMOTO POLÍTICO
En
agosto del 83 se presentó un terremoto político en Concordia porque logré
apoderarme de la administración municipal. Esto no gustó a la clase elitista ni
a los finqueros ni mucho menos a Ernesto Garcés Soto, cafetero y jefe del
partido conservador. Había que conservatizar a Concordia.
El
hombre planificó desde sus oficinas en Medellín algo maquiavélico y
napoleónico. En tres meses se trajo a 2.750 ciudadanos de los municipios del Valle
de Aburrá a inscribir sus cédulas. Era gente buena, ingenua y también mucho lumpen.
A las elecciones llegaron 1.600 a un costo de 8 millones. Los asalariados de
sus 40 fincas fueron amenazados con la expulsión si no votaban por el movimiento
nacional. La emisora Radio Suroeste, que me había combatido durante 11 años en
forma abierta, cruel e injustamente, se fue con la reconquista liberal para
complicar más las cosas.
El
día de las elecciones desfilaron para todas las veredas de Concordia unos 120
automotores de todas las especies. Mi equipo político sólo tenía seis carros. A
las nueve de la mañana la relación de fuerzas era de un voto mío por seis
contrarios. Durante el día esta diferencia fue disminuyendo y a las cuatro de
la tarde, cuando fue al cierre, la relación era de cinco a seis. Si ésta se
prolonga una hora más habríase presentado un empate. En 20 años, mi equipo ganó
todas las elecciones. Toda lucha tiene su costo y según Kafka, la lucha
envejece. Gasté $250,000 para impedir mi crucifixión política. Radio Suroeste
gastó 2 millones y medio y el grupo liberal más de 1 millón. El conservatismo
11 millones.
LA
CABALGATA
A
los dos meses de las elecciones hubo una hermosa cabalgata que llegó de Salgar.
Eran 135 cabalgaduras encabezadas por César Posada Vélez y su esposa Adela. A
las dos de la tarde llegaron a la plaza de Concordia y le dieron varias
vueltas. Allí se encontraron con otra que provenía de Titiribí. Salgar le
rendía un homenaje a su hermana mayor y Titiribí a su hija predilecta. Hermoso
espectáculo de civilización y cultura.
José Ignacio González Escobar
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