AERONAUTAS Y CRONISTAS

lunes, 4 de noviembre de 2013

CONCORDIA. FRENESI Y GUERRA. CAPITULO 14


CONCORDIA. FRENESÍ Y GUERRA

CAPITULO 14

LA PANAMERICANA BALÍSTICA.

En el 51 tuvimos como compañero de apartamento a Miguel Velázquez, ciudadano conservador de Bello. Tuvo en su patria chica una influencia política maligna, idéntica a la de León María Lozano (El Cóndor), en Tuluá. Vino como registrador. Fue el cabecilla material del incendio de Rionegro estando los autores intelectuales dentro de la misma gobernación de Antioquia. Ese acto fue para castigar a la ciudad de Rionegro por la frialdad y las desatenciones hechas antes a Mariano Ospina Pérez. Venía de la cárcel de la Ladera en donde el gobierno y sus copartidarios se habían manejado muy mal con él. Por eso se sentía decepcionado con el Partido Conservador. En Bello había matado a un concejal liberal a la salida de una de las secciones.

Me necesitaban urgente en Betulia y este personaje me acompañó. Allí en plena plaza alguien que lo reconoció, mitad en charla y mitad en serio, le preguntó que si había ido a terminar de quemar a Betulia. Se trataba de atender a un policía boyacense, gravemente herido, Siervo González (Siervito). Un Teniente bogotano, durante el reparto del botín, en la zona de tolerancia de Betulia, le había dado un tiro de pistola. El proyectil le había penetrado por la clavícula izquierda y había salido por la cadera derecha, produciendo un amplio orificio. Fue un caso insólito porque el hombre llegó vivo al hospitalito de Betulia. Además se demostró la gran potencia y la capacidad de daño del arma que era una Luger alemana, una especie de fusil de mano.

El Teniente, muy nervioso, llamó al médico Carlos Torrente ofreciéndonos $20,000 si le salvamos la vida. Yo le hice ver la gravedad del caso para que comprendieran que era factible no poder lograr tal propósito y que las dos profesiones que demandaban más valor era la del militar y la del médico. Que era necesario trasladar al paciente a Medellín. Me gritó que eso era imposible: el comandante y sus superiores no debían darse cuenta de la situación.

Como no había electricidad en la población, lo intervenimos alumbrando con cuatro lámparas Coleman. Torrente le dio la anestesia. Terminamos al amanecer después de reparar el pulmón, el diafragma, el hígado, el estómago, el páncreas, el colon y el intestino delgado. Toda una carretera Panamericana. Desafortunadamente el día siguiente el hombre murió de una complicación respiratoria. El Teniente casi enloquecido y sus compañeros la emprendieron contra mi consultorio y contra el hospital. Yo debí permanecer dos días encerrado en el hospital. El Teniente y varios de sus hombres fueron detenidos y enviados a Bogotá. Allí les hicieron un consejo de guerra el cual los condenó a varios años de prisión. Era frecuente que la policía no quisiera que sus muertos y heridos fueron llevados a Medellín con el fin de evitar el escándalo político y militar.

EL ALCALDE PISTOLERO Y EL CAPITÁN INCENDIARIO

En el año 51 el alcalde de Concordia mató a un policía frente a la Caja Agraria presentándose una fuerte reacción parte de esa institución contra las autoridades civiles del municipio. Vino un investigador, el Capitán Bermúdez, asesorado por un Teniente de Cundinamarca. El Capitán se emborrachó incitando a quemar el pueblo. El alcalde se encerró en su despacho con varios policías. El comercio fue cerrado. Haciendo de tripas corazón hablé al Capitán Bermúdez y el hombre se conmovió aceptando mi argumento de que si el Teniente no le hubiera disparado primero a su subalterno, el muerto hubiera sido él. Impuso la disciplina y el orden y después del entierro trasladó sus contingentes a sus respectivas sedes. Tiempo después me lo encontré en Bogotá donde me dijo que si yo no hubiera intervenido le habría prendido fuego a la alcaldía y a sus alrededores.

POLICÍA DEGOLLADOR

Al finalizar el año 51 se verificó la segunda expedición punitiva por tierras del Troncal por ser una región ciento por ciento liberal. A un ciudadano de Cangrejo, lo amarraron a un bramadero y cuando ya se encontraba deshidratado un policía lo degolló. Siete propietarios de las haciendas de esa región dejaron de visitar el pueblo de Concordia debido a este crimen y trasladaron sus inversiones y parte de sus haberes a otros municipios.

GENOCIDIO EN SALGAR

Fue cometido por la policía, el alcalde y sus secuaces. Decenas de campesinos fueron sacados en las horas de la noche, en volquetas oficiales y arrojados, con su respectivo balazo, puñalada o moliéndolos con el volco del vehículo contra una peña, a los ríos Barroso o San Juan. El doctor Daniel Correa en un remolino del Cauca encontró seis cadáveres flotando producto de la masacre de el Barroso. El, junto con el doctor Joaquín Aristizabal, Bruno González y el suscrito, elaboramos una carta de protesta a Dionisio Arango Ferrer quien actuaba en la gobernación como pacificador pero sin obtener respuesta.

EL FUSILADERO DE EL PAPAYO

El río San Juan se estrecha y hacer ruido entre la desembocadura del río Barroso y la hacienda Santa Clara. Allí ha habido unos papayos. Este lugar fue escogido por las autoridades y la policía política de Bolívar y Salgar como fusiladero político. De allí viene el dicho "pasar al papayo". Expresión que difundió el periodista Miguel Zapata Restrepo como sinónimo de matadero político. Tuvo su origen en Concordia. A raíz del encarnizado combate entre la policía y la guerrilla en la vereda de Morelia se presentó en la plaza de Concordia un agente sin el kepis, la chaqueta abierta, sudorosa, sin el fusil y muy asustada. Se trataba del policía Arturo Restrepo Gallego quien gritaba que los habían pasado al papayo. Esta trágica anécdota se la conté a mi dilecto amigo Zapata Restrepo quien la publicó.

LA BATALLA DE SANTA ANNA

Fue a principios del 52. En esa vereda el Capitán Franco tuvo el cuartel general entre las fincas La Palmera y la vereda El Tigre sobre el rio Penderisco y jurisdicción de Urrao. Fue un escenario de permanentes encuentros entre la policía y el ejército quien también estaba politizado y con hombres sectarios y feroces como el Sargento Bedoya. Franco tenía un campamento móvil y llegó a contar con 1500 personas. Fue localizado en Santa Ana por el Ejército y la Policía quienes atacaron con la ayuda de la aviación. La batalla duró varios días. Ambos bandos seguían la táctica de improvisación sobre el terreno y las circunstancias. Franco perdió uno de sus mejores hombres, el Míster, oriundo de El Vergel, Caldas. Ante esa baja, las fuerzas guerrilleras efectuaron un fuerte contraataque sacando a las fuerzas del gobierno hasta la carretera en donde colocaron las cabezas de los policías y los soldados muertos sobre ochos estacones. Verdadero acto de barbarie.

La cuarta brigada requisó, a la fuerza, unos camiones de escalera enviándolos para Pavón llenos de policías. El comandante del contingente, el Cabo Betancur. En Bolombolo hizo un alto para saludar a su madre que vivía en ese lugar. Con sus compañeros se debió toda la existencia de licor. Al amanecer y al ascender a Concordia, el chofer liberal, llevado a la fuerza y también borracho, se dio cuenta que iban para la región de Pavón de donde los soldados, civiles y policías, no regresaban.

En la vereda Platanillal, el carro rodó a un precipicio de 300 m cayendo a la quebrada Magallo. Se produjeron muertos y toda clase de heridos. El chofer con dos fracturas de costillas despertó en el hospital de Concordia en donde uno de los policías sobrevivientes lo iba a rematar con un tiro de fusil sin lograrlo porque el doctor Torrente se lo quitó en forma valerosa. Después el conductor me contó que había provocado el accidente adrede. Como era liberal ya no aguantaba los insultos y atropellos a su partido que expresaban los policías dentro del carro. De esa forma había querido evitar la muerte de numerosos campesinos por parte de ese siniestro contingente en la región de Pabón.

CAMPESINO SALVADO DE LAS AGUAS

Las autoridades de Bolombolo eligieron el río Cauca para que sirviera de cementerio de los liberales. Quienes pasaran por ese puerto y fueran señalados de liberales. Una mañana en presencia de Gustavo Toro E. y uno de los párrocos de Concordia, logré arrebatarle un campesino al inspector de policía de Bolombolo. Era un funcionario politizado que veía liberales, guerrilleros y comunistas por todas partes.

EL GUERRILLERO DE PAVÓN.

Un lunes por la tarde se formó un remolino de ciudadanos de Concordia y Betulia. Se trataba de una persona de apellido Herrera de Urrao a quien habían visto pasar en un carro por la plaza de Betulia. Las autoridades de ese municipio se comunicaron con las de Concordia para que lo detuviera mientras ellos venían a capturarlo. Argumentaron que se trataba de un guerrillero del Capitán Franco. Los de Concordia se lo entregaron a los de Betulia. José Luis Piedrahita, gerente de la Caja Agraria, liberal, también de Urrao, lo señaló como tal. En el viaje de regreso a Betulia, Herrera fue muerto en Morelia a golpes de cuchillo por los Betulianos. Innumerables veces he pensado en este caso. Recapacito si fuí cobarde, por no haber salido a la defensa de este inocente ciudadano quien cayó en manos de fieras políticas humanas.

LA RETALIACIÓN DE FRANCO

A los 15 días hubo genocidio en la vereda de El Tigre, Urrao. 16 carreteros de Concordia, que trabajaban en la reparación de la vía entre Betulia y Urrao, fueron asesinados en las horas de la mañana por la guerrilla liberal del Capitán Franco. Sólo porque eran empleados oficiales y provenientes del municipio de Concordia aunque entre ellos eran tanto liberales como conservadores. Fue la respuesta a lo acaecido en la plaza de Concordia y posteriormente en Morelia en respuesta a la muerte de Herrera.

GENOCIDIO DE EL SOCORRO

Fue efectuado por las fuerzas del Capitán Velázquez (Cheito Velázquez). Fueron asesinados 10 inocentes campesinos que un día domingo iban al pueblo a mercar. Las casas de este caserío fueron obligadas a ser pintada de azul por el terrible inspector domingo Gómez. Después sufrió la mano fuerte sectaria de Pedro Luis Betancur quien estuvo comprometido en varios asesinatos en esa comunidad

ENFERMERO Y PRESIDENTE SALVADORES

El 10 junio 53 me llamaron para ir a la finca la Comía donde se encontraba un guerrillero herido llamado Erasmo Galeano. Lleve tanto el equipo de cirugía como el reparto. Atendía el herido de un balazo en una pierna. Al regreso me interceptó una columna de policías boyacense que me habían seguido los pasos. Observé a un enfermero a quien le había enseñado primeros auxilios en Concordia llamado Roberto Villa. Este fue mi salvación. Les digo que venía de atender un parto sin mostrar el equipo de cirugía sino el otro diciendo el instrumental de parto, identificado por el enfermero, me dejaron pasar.

Llegué a Concordia, presté $2000 y salí para Caucasia. Estaba acorralado porque la guerrilla ahora iba a pensar que yo había sido el guia para llevar a la policía a capturar al insurgente herido. Las autoridades también sospechaban de mis salidas silenciosas y por eso me seguía. Era preciso abandonar a Concordia. Sin embargo el código internacional de Ginebra, sobre la conducta médica en el campo de batalla, había hecho de mí una persona con pasaporte universal. La verdad es que fui respetado por los combatientes de ambos bandos. A ellos les serví sin apetitos pecuniarios, de buena fe, cumpliendo mi juramento de médico.

UN FAVOR DE LAUREANO

Esto fue lo que comprendió el ingeniero Laureano Gómez cuando mi nombre, como médico liberal, estuvo cuestionado en su carpeta del presidente conservador y, sin embargo, ordenó que no se me persiguiera.

Agradezco a la presidencia de la República de 1950 al 53, cuando mi nombre, por los aciagos acontecimientos acaecidos en la vereda Morelia, estuvo en la carpeta de Laureano Gómez, quien exigió mi hoja de vida como estudiante y profesional, y ante unas quejas llevadas por la policía política de esa época ordenó que no se me hiciera daño, evitando así ser fusilado o encarcelado.

EL CONDUCTOR DE CONFIANZA

Hernán Betancur era conservador. Sin embargo, como conductor era también de mi entera confianza. Por raras circunstancias había dado muerte a un policía el 7 agosto 50 cuando se posesionaba Laureano Gómez. Se hizo acreedor a la simpatía de algunos sectores campesinos liberales siendo reconocido por las diversas brigadas de choques fascistas conservadoras. Contra estas era mi verdadero guardaespaldas.

En Bolombolo oímos unos gritos y unos disparos al aire. "La pesada", de Bolívar, Llamaba a Hernán. Allí estaban Chumara, Fernandito, Iván Agudelo y otros componentes de esa siniestra chusma. Los bolivianos andaban a casa del señor Gorgonio Zapata liberal quien en ese momento compraba ganado en una finca cercana. Ese día había tenido que abandonar su solar natal yéndose a vivir a Medellín. Para salvar de la muerte segura a Gorgonio le enviamos un carro a la finca para que le avisara y saliera directo, sin ir a Bolombolo, hacia Medellín.

Para no delatarnos en esta trampa mandamos el conductor del carro de Hernán a la estación de gasolina donde se haría el varado pero en realidad era para que nos sirviera de escape engañando a la pandilla. No confiábamos en el inspector de Bolombolo quien siempre seguía las consignas del tenebroso Pepe Suárez. Sin embargo Gorgonio Zapata no quiso huir hacia Medellín y se atrincheró con dos revólveres a la orilla de la carretera donde no lo pudieron cazar. Llenos de la rabia la emprendieron contra las puertas y el techo de la cantina debiendo desistir del empeño en capturarlo. Chumara le gritaba que le informara quien lo había alertado. Mientras tanto Hernán y yo arribamos a Concordia muertos de la risa.

José Ignacio González Escobar

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