AERONAUTAS Y CRONISTAS

domingo, 3 de noviembre de 2013

CONCORDIA. FRENESI Y GUERRA. CAPITULO 13


CONCORDIA. FRENESÍ Y GUERRA

CAPITULO 13

EN MEDIO DEL COMBATE.

El Carlos Torrente viajó en una ocasión a Medellín pasando por Bolombolo que estaba militarizado. El juez militar Gustavo Peláez Vargas, valerosamente, había detenido a Fernandito Gutiérrez. Sus amigos reaccionaron violentamente. Gutiérrez fue colocado en la parte trasera de un vagón de ferrocarril. Torrente se sitúa en el centro de este. Gorgonio Zapata desprevenidamente se sentó en los puestos de adelante. Cuando Gutiérrez le quitó un revólver a uno de los policías. Gorgonio se puso en guardia. Carlos estaba entre los dos contrincantes. Gutiérrez fue desarmado y de nuevo esposado.

EL PAREDÓN DE MORELIA

En Bolívar se cometieron asesinatos políticos. Uno fue Francisco Saldarriaga, liberal, excelente patrón, quien le tenía campamentos higiénicos a sus trabajadores. Les pagaba sus prestaciones sociales haciéndose a la malquerencia de los hacendados vecinos, entre ellos Julio Vélez, padre de Chúmara. El otro Antonio Herrán emparentado con Pedro Alcántara Herrán y el general Tomás Cipriano Mosquera, liberal. Jesús María Salazar recibió cinco impactos de revólver cerca de Morelia estando en compañía de Antonio José González, Marcos Luis y Rafael Muriel quienes fueron llevados por la policía hasta un barranco y fusilados a quemarropa. Muriel sobrevivió y a Salazar lo dieron por muerto.

Concluimos que, después de atenderlo quirúrgicamente, debíamos esconderlo ya que días antes un campesino había sido traído de Betulia con una herida producida por yatagán y a quien habíamos operado perfectamente. Pero al amanecer una comisión de la policía de ese municipio se lo llevó y lo acabó de matar en Morelia. Jesús María Bravo estuvo en la cárcel por ser liberal. La tarde en que lo liberaron los policías lo siguieron y en la vereda de Morelia, el agente Arturo Restrepo, a quemarropa, le hizo cinco tiros de revólver dejándolo muerto.

El domingo 27 diciembre 50 a las 11 de la noche, llegó la noticia de que habían atacado la inspección de Morelia. El alcalde, Aníbal González, acompañados del doctor Torrente mencionó que lo acompañara al lugar de los hechos. Le dije acaloradamente al alcalde que la obligación era de él como autoridad y no de nosotros los médicos. Que se trataba de un problema de orden público. Nosotros no éramos policías. Casi a la fuerza hizo subir al doctor Torrente a una camioneta y Carlos me insistió en que lo acompañara y de mala gana lo hice.

Morelia está sobre una cuchilla. Vereda cafetera de gente pacífica y ciento por ciento liberal. En la cantina de Ricardo Restrepo, liberal, se encontraba tendido sobre el mostrador con un tiro de fusil en el pecho. El cuerpo de Bibiano Meza finquero conservador. El de Manuel Betancourt joven conservador. El de Gabriel Mejía también conservador quien era el conductor del vehículo que los transportó. Cerca del orinal estaba el de Gustavo Grajales conservador. Todos muertos con arma de fuego. Fuera del establecimiento y contigua la capilla, estaban los cadáveres del inspector Antonio González, del policía Juan José Mesa y Francisco Ruiz, liberal. Al frente, en la tienda de Marcos Agudelo estaban dos policías heridos por tiros de revólver, Heriberto Urrego y Jesús María Serna. El ataque lo verificó personalmente el Capitán Franco basado en un falso aviso que horas antes le había dado uno de sus hombres diciéndole que en las cantinas de Morelia estaban los chusmeros conservadores de Concordia.

Lo que yo observe tenía todas las características de un genocidio. Había llegado la guerra civil guerrillera rural al municipio. El gobierno dirigido por Braulio Henao Mejía, a la ligera, envió un contingente de 80 policías boyacenses que acababan de llegar a la ciudad de Medellín. Venidos de las localidades del Cocuy, Guicán y la vereda Chulavita de Boyacá, todos mosquetones analfabetas, eran serios, agresivos y quienes habían prestado hacia poco el servicio militar obligatorio siendo luego incorporados a la policía. Antes habían trabajado como esclavos en jornadas de 12 horas, ganando sólo 30 pesos en una forma de esclavitud hasta el punto que los domingos le pedían permiso a sus patrones feudales conservadores para salir a los mercados de las poblaciones de Boyacá.

Eran conservadores por tradición y cultura. Estaban amaestrados políticamente por la Policía Nacional. Traían en su bagaje desconfianza y odio contra el elemento antioqueño. Decían venir a defender la religión católica junto con el Partido Conservador y al tiempo que se enriquecerían con el despojo de los abatidos.
El policía común y corriente, deslumbrado ante la dentadura amarilla del campesino antioqueño de sus prótesis de oro, lo que hacía después de matar era sacarle con el yatagán los dientes para venderlos al dentista. De esto fue testigo el odontólogo Darío González quien ejercía en Concordia.

Lo primero que hicieron al llegar a la población fue ir a la iglesia a confesarse. Se trasladaron a la inspectoría de Morelia. Allí los instalaron en un improvisado campamento y al día siguiente empezaron una carnicería que duró aproximadamente cuatro meses. Gabriel García Márquez dice que los muertos de las bananeras fueron 3.000. El informe conservador del General Vargaz, conservador, dice que fueron 35. Aquí en Morelia no fue ni lo uno ni lo otro, pero si contabilizamos unos 700. Se fusiló y degolló a la mayor parte del vecindario. Gente toda ajena a los sucesos del 27 diciembre. Campesinos traídos de Urrao, Betulia, el cañón del Barroso y la Santa Lucía. Todos liberales dizque sospechosos de estar comprometidos con la guerrilla, inocentes sacados al amanecer en las volquetas oficiales del municipio de Concordia.

A la orilla de la carretera hay un roble y a los 80 m, en una explanada, donde hay una escuela, un eucalipto, de estos dos árboles eran colgados. Fue el escenario de estos macabros asesinatos donde todavía hoy se encuentran restos de esqueletos. Borrachitos también de Guayaquil que al gritar vivas al Partido Liberal los acomodaban a estos románticos en esos vehículos de la muerte. Después de un viaje de 140 km a los que en el camino se le agregaban los sospechosos entregados por la alcaldía de Venecia o el inspector de Bolombolo, amanecían con un tiro en la cabeza o degollados en zanjones de la vereda Morelia. Eran comidos por los perros, gallinazos y aun por los cerdos. Morelia fue una epopeya de crueldad sevicia y sangre. Al preguntársele a un policía boyacense, fusil en mano y encarnizado, que tuviera cuidado con que su víctima no fuera ser un conservador, respondió: basta que sea antioqueño y que tenga dentadura amarilla.

Allí dejaron sus huellas los Capitanes Mejía del Ejército y  Piza y Velázquez, de la policía nacional y el gobernador Braulio Henao Mejía. Yo, un día cualquiera, bautice a Morelia como "la Guernica terrestre de la guerra civil colombiana". La vereda Morelia y sus alrededores, con los farallones de Bolívar y el corregimiento de Altamira, tienen fama de ser ricos en una gran variedad de aves tropicales. Con los genocidios repetidos desaparecieron por completo. La ecología de Morelia también cambió. La vereda fue ensangrentada, saqueada y dejada. "Pueda ser que de las cenizas salgan hombres y pueblos libres".

MORBO COLECTIVO

Con las experiencias de las necropsias practicadas en el cementerio de Concordia, maliciosamente y siguiendo los consejos de un médico provincial, conseguí toda clase de proyectiles y balines. Cuando las autoridades y en especial los familiares del herido o muerto preguntaban que si había encontrado la bala, les enseñaba una cualquiera del muestrario. Con ello trataba de terminar con la costumbre inveterada de exigirle al médico y preguntarle si había hallado y donde se encontraba la bala. En el acto quirúrgico se corrigen o estudian los destrozos provocados por esta, constituyéndose la búsqueda del proyectil en algo secundario. Pero para los interesados, el hallazgo era lo más importante así no tuviesen ningún conocimiento ni interés de un estudio balístico.

DIVISIÓN CONSERVADORA

El 7 agosto del 50, a las tres de la tarde, en el momento en que se posesionaba Laureano Gómez, mi amigo Hernán Betancourt, conservador, le partió de un tiro de revólver la aorta abdominal a un policía Girardot al frente al café la Bolsa. Hubo un abaleo nutrido en la plaza principal sin consecuencias trágicas pero esto creo una división entre el conservatismo Concordiano.

LAS AUXILIADORAS

Era frecuente que dos mujeres visitaran mi consultorio y farmacia: Luisa Meza (La Bruja) y Zoila Bedoya. En un principio compraban medicinas y consultaban como enfermas. Posteriormente se dieron a conocer como auxiliares de la guerrilla de Franco. Llevaban el pertrecho bajo las anchas y almidonadas enaguas. Jesús Urrea lo traía de Medellín y lo guardaba en un depósito estratégico bajo la escalera de la farmacia. En Betulia, fue recogido por la famosa chusma encabezada por José Luis Piedrahita. Cuando lo iban a ahorcar, apareció Pedro Nel Trujillo, ciudadano conservador de Urrao rescatándolo. Inmediatamente se trasladó al San Jorge, región que sirvió de refugio centenares de ciudadanos liberales del suroeste.

DESAPARECEN LOS MEDICAMENTOS

En febrero de 1950 se apareció una tarde en Concordia el Capitán Velázquez. Este hombre, medio gago, juguetón, trigueño, de regular estatura, llegó a mi consultorio ordenándome casi militarmente que lo acompañara al municipio de Betulia. Al llegar a Morelia unos 200 policías boyacenses y unos pocos antioqueños, se enfilaron en dos columnas al paso del carro, fusil al hombro. Un oficial le comunicó a Velázquez que había encontrado seis campesinos asesinados. Después de los honores, Velázquez siguió conmigo hacia Betulia. Allí estaba el cuartel de la policía nacional. Sí señor: 32 policías afectados por la fiebre tifoidea. Un policía caucano deliraba. Me rogó que lo sacara de ese infierno, pues el Capitán Velázquez, cuando se negó a fusilar a un campesino en la vereda San Mateo, a sangre fría, lo había escogido como verdugo en posteriores expediciones punitivas por los alrededores de Altamira.

Di 32 fórmulas con cloranfenicol. Los dos farmacéuticos de Betulia, conservadores, cerraron las farmacias, ya que la Policía Nacional no pagaba. El capitán Velázquez mandó las fórmulas para Concordia en la misma volqueta que nos había llevado. Al llegar a la Raya se largó un fuertísimo aguacero y encontramos la carretera interrumpida. En Morelia encontramos la plana mayor del conservatismo de Concordia: Leonardo Toro, Miguel Abel de Jesús Montoya y Víctor Laverde, tahur de profesión. Esperaban al Capitán Rafael Mejía quien venía de Medellín. Jesús Arboleda, conservador, me llevó a pasar la noche en su casa. Esa noche y a nivel de la cuchilla que separa el Barroso de la Santa Lucía, aparecieron cuatro lámparas de guerrilleros e innumerables tiros de carabina envolatándoles el sueño a los 200 policías. Al día siguiente apareció una volqueta del departamento llena de campesinos. Los campesinos fueron obligados a trabajar en los derrumbes. A eso de las nueve de la mañana llegó el Capitán Mejía todavía asustado por los acontecimientos de la tarde anterior. En Concordia, las farmacias escondieron el cloranfenicol y la policía debió pedirlo a Medellín.

LA INTERVENCIÓN DE LAUREANO

En el hotel encontré al jefe del detectivismo de Antioquia. Trajeron del Socorro a un policía santandereano con un tiro de fusil que le había atravesado el pecho. El sabueso me acompañó al hospital. El pulmón y el cerebro son los órganos que más fácil toleran el paso de un proyectil. El hombre sobrevivió. El detective me contó que existían grandes fricciones entre el ejército y la policía y que por ello el gobierno central estaba muy preocupado. Los jueces militares estaban tratando con mano dura a los civiles conservadores que se habían organizado en brigadas.

El Partido Conservador se había salido del cauce. El gobierno de Ospina Pérez envió una comisión e Italia para aprender de la experiencia que allá habían tenido con el guerrillero Juliano. La recomendación que les habían dado había sido la de inundar las zonas afectadas con carabineros y helicópteros. La alta oficialidad de la policía estaba muy preocupada por mi presencia en el municipio de Concordia. Que habían pasado un informe sobre mis actividades al ministerio de gobierno. Posteriormente supe, de muy buena fuente, que mi nombre estuvo en la carpeta de Laureano Gómez, quien sagaz e inteligentemente ordenó que no se me hiciera daño.

José Ignacio González Escobar

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