CONCORDIA. FRENESÍ Y GUERRA
CAPITULO 12
LOS
APROVECHAMIENTOS.
Los
compradores de café y finqueros bolivianos, acompañados de varios conservadores
salgareños, compraron las mejores fincas de esos municipios: la Troya, la
Montebello, la Liboriana, la Florida, Cajón Largo, protegidos por los nuevos y favorables
vientos políticos.
LOS
DESPLAZADOS
La
tercera parte de la población de Salgar abandonó el municipio aterrorizada.
Buscaron refugio en Andes en donde sus habitantes no dejaron prosperar las
chusmas conservadoras. Otros a Titiribí. Población caracterizada por su
temperamento pacífico y gente acogedora. Sus conservadores no permitieron
desmanes en contra de los liberales. Otros buscaron a Pueblorico y a Jericó en
gran cantidad. Una gran masa proletaria acampó en los municipios de Bello,
Envigado e Itagüí. No pocos en los barrios periféricos de Medellín
convirtiéndose en cuchilleros y atracadores en Guayaquil. En los baños de los
cafetines un abogado hacía publicidad profesional con un letrero que decía:
"mátelo, que yo lo defiendo".
LA
NATURALEZA OPUESTA, EL ESTIGMA DEL MÉDICO Y EL LADRÓN DE CABALLOS
En enero
de 1950 el cañón del río Barroso en Salgar y la vereda San Mateo en Betulia
estaban en llamas. El día tres a las cuatro de la mañana tocó la ventana de mi
habitación un campesino del Barroso. Traía un hermoso y fino caballero. Me lo
mandaba el Capitán Franco quien me necesitaba en la vereda las Andes para
atender una señora enferma y un herido.
Difícilmente
logre conversar con el campesino por qué me había excedido en rones esa noche.
Le pedí esperar en Morelia y al maestro José (Pichinares), cuya sastrería
quedaba al frente, le pedí un tamarindo helado y un vestido nuevo de color
verde. A las dos de la tarde llegué a la vereda Morelia y con el hombrecito
descendimos la falda de Santa Lucía en donde una comisión de policías y civiles
de Salgar acababan de incendiar las casas de la región entre el puente de Troya
hasta el Danubio, incluirá la vereda la Clara y la Aldea. La soledad era
aterradora. El río Barroso estaba crecido y el acompañante no quiso cruzarlo.
Me dijo que me lanzará con el caballo que era capaz de hacerlo y así lo hice.
En la
fonda caminera de los Andes, abandonada, estaba Bertha Betancourt, hija de
Jesús María, quien presentaba una fístula por un tiro de carabina en el maxilar
inferior. Disparo que le había hecho la policía un mes antes cuando trató de
esconderse en el monte. Ella misma me condujo hasta una choza donde había una
mujer de posparto, afiebrada y la criatura viva. En otra choza estaba Joaquín
Montoya (Quinillo), quien presentaba tres impactos de revólver y con
sintomatología de peritonitis. Había sido herido por su compañero Pablo Urrea (Von
Paulus), en una querella entre guerrilleros.
El
Capitán Franco estaba furioso por este incidente y en ese momento se encontraba
en la cuchilla de enfrente en guardia y atrincherado ya que hacía dos días
había pasado un contingente de policías y civiles de Salgar quienes andaban por
los lados de la finca La Palmera de Mariano Ospina Pérez. El regreso fue más
fácil y por la falda de Morelia descendía una comisión de 80 policías con los
30 civiles de Salgar, armados hasta los dientes, cansados y hambreados. Venían
de la Palmera. Los dirigía un Capitán López, boyacense, hombre culto y
civilizado y Pedro Cardona, el inspector de Altamira.
Era
mi tercer encuentro con ese personaje. Me preguntó que de dónde venía
contestándole que de atender una señora de parto. Para que me creyera le mostré
el fórceps que llevaban en el maletín de médico sin dejarle ver el otro equipo
de cirugía que tenía en las alforjas. El hombre por un momento se mostró
malicioso. Como mi caballo era muy bueno para cruzar la corriente del río se los
presté a él y a sus hombres para cruzarlo ya que estaba crecido. A las 11 de la
noche llegué al pueblo guardando en la pesebrera el magnífico y noble animal.
Los guerrilleros no aparecieron con el herido quien fue capaz de superar las
heridas de bala a base de alimentarse con gallina diariamente y aplicarse la
penicilina que le había proporcionado.
A la
semana me presentaron al señor Gabriel Velázquez en una feria de ganado en Concordia
quien tenía fama de ser un liberal rico del cañón del río Barroso. Por ello se
me ocurrió contale sobre mi correría ocho días antes en ese lugar. El hombre
enfurecido me dijo que yo era el que le había robado. Eso lo había obligado a ir
a la alcaldía donde el alcalde conservador, Bernardo Jaramillo, con la
complacencia de sus copartidarios Bernardo Correa y Antonio González, por poco
lo mandan a la Cuarta Brigada. (Para su disgusto había tenido que acudir a las
autoridades conservadoras en ayuda para recuperar su magnífico ejemplar equino
exponiéndose a ser perseguido por ser liberal) ¡Oh razón de la sinrazón. Oh,
razón violada y estuprada, según Lukack!
EL
MERCACHIFLE DE MEDICAMENTOS
El
20 enero 1950 me llegó el telegrama que me destituía como médico de la
población. Influyeron las quejas llevadas por el alcalde de Concordia y cuatro
ciudadanos conservadores. La sección materno infantil de la Secretaría de
higiene, encabeza de su jefe, sostenía que para poner fin a la anarquía
política reinante era preciso matar a 300,000 liberales. Como médico liberal yo
era un testigo incómodo para el gobierno departamental. Entonces acepté la
sugerencia del doctor Bruno González de poner la farmacia y dentro de ella mi
consultorio: gravísimo error. Me iba a convertir en mercanchifle.
LA
AMNISTÍA
En
el 53 el suroeste aceptó la paz de Rojas Pinilla con excepción de un pequeño
foco subversivo en Caicedo y uno más numeroso en Salgar. Allí se daban grandes
venganzas personales y desahogo de pasiones políticas. Desde el 13 junio 53
hasta mediados del 62 ocurrieron muertes violentas casi a diario, caso único en
Colombia. El epicentro de los sucesos fue la zona tolerancia del municipio
llamada Salgar Viejo. Jóvenes liberales salgareños se atrincheraron allí con
elementos venidos de Bolívar y Caicedo para formar una cuadrilla cuyo jefe fue Ángel
Flores (El Pálido). Sucesivos gobiernos departamentales descuidaron el orden
público en este municipio. El gobernador Ignacio Vélez Escobar lo primero que
hizo fue imponer la paz y para ello visitó personalmente a Salgar donde sobre
el terreno estudio del problema de orden público. Nombró nuevo alcalde militar
mandando un jefe de lanceros activo y con órdenes específicas. Empezó a construir
la carretera Bolívar Salgar y Salgar Concordia, para desenbotellar el
incendiado cañón del río Barroso llegando a la pacificación casi completa del
martirizado municipio
ATAQUE A BETULIA Y ALTAMIRA.
Municipio
mártir. Si hubo municipio mártir durante la guerra civil fue el de Betulia con
inmensas mayorías liberales. Contaba únicamente con 300 conservadores los
cuales envalentonados con las condiciones políticas se volvieron crueles y
sanguinarios. Los liberales Betulianos fueron encerrados entre Concordia y
Urrao con única salida hacia la vertiente del río Cauca por donde muchos se
escaparon hacia el municipio de Armenia. Existió una profunda rivalidad entre
la cabecera y el corregimiento de Altamira. En el año 42 los Altamiranos
moviéndose a pie y a caballo, un domingo por la noche, atacaron el pueblo. El
Concordiano Ernesto Vasco, familiar de los Vasco de la vereda de El Concilio,
defendió el pueblo como un tigre enfurecido. Hubo tres muertos y varios
heridos, quedando un profundo resentimiento entre las dos comunidades. En otra
ocasión la guerrilla liberal atacó la población de Altamira sábado en la noche
encabezada por el Capitán Franco y Pablo Urrea, acción que fracasó. Hubo varios
muertos. Buscaban sacar el cuartel de policía que se había atrincherado en una
sólida instalación. De esta forma se producían ataques por bandos rivales entre
regiones y también entre insurgentes y gobiernistas.
CAMPAMENTO
MACHETERO.
La
policía y la chusma quemaron todo el cañón de la quebrada San Mateo, casa por
casa. Establecieron allí un campamento y con machete en mano cortaba los
cafetales de las fincas. Se mató y degolló a sangre fría. Muchos campesinos
cavaban, con anterioridad a las expediciones punitivas, sus propias fosas con
el fin de aliviar de esa labor a sus familiares sobrevivientes.
LOS
BIZCOCHOS PROVOCADORES
Se
presentó una expedición punitiva de la chusma conservadora a la vereda el Yerbal
encabezada por el civil José Salazar (Panadero), quien llegó a la tienda de los
padres de Rodrigo Urrego. Allí encontró unos bizcochos diferentes a los que él
fabricaba en Betulia. Por ello la emprendió rabiosamente contra las vitrinas,
el mostrador e incendió la casa. El Yerbal y el caserío de Luciano Restrepo se
convirtieron en veredas mártires de Betulia. En Urrao fueron todas sus veredas.
En Salgar fueron la Clara y las Andes y en Concordia, Morelia y el Socorro.
LA
CARRETERA DE LOS MUERTOS
En
Betulia se mataba por motivos baladíes. Las cunetas y los precipicios de la
carretera de Urrao a Concordia frecuentemente se encontraban llenos de
cadáveres, víctimas unos de los chusmas conservadoras y otros de la guerrilla
liberal. En una emboscada las huestes, el Míster le dio muerte al capital Cartagena
jefe de la policía (el Ñato Cartagena). Un sábado resultó muerto José Luis Piedrahita.
El asesino fue el propio Polton Muñoz por profundas diferencias entre ellos
mismos. Hubo "cortes de franela" hasta enfrente de la Iglesia.
FATAL
DOLOR MORAL
De
1950 al 53 el trayecto entre el Brechón de Concordia y el Brechón de Betulia se
convirtió en un campo de tiro y en tierra de nadie. Morelia y el Brechón de
Betulia, en campos de fusilamiento. Fueron actos de antropofagia y salvaje
canibalismo político. Los urraeños acusaban a los conservadores Betulianos por la
muerte de dos ciudadanos de Pavón en la plaza de Betulia. Venían en un carro
escalera acompañados de Ignacio Arroyave. Fueron abaleados por la chusma
después que Ignacio Arroyave dijo no conocerlos. Llegaron moribundos al
hospital de Concordia donde iban a ser rematados por la policía oponiéndose
valientemente el doctor Torrente. Lo acompañó en esta acción Carlos Mesa hoy
anestesista quien visitaba a Carlos por esas calendas. Los dos urraeños
murieron después del acto quirúrgico. A los dos días, Ignacio, después de oír
los lamentos de una de las viudas, se voló la cabeza de un tiro.
CONSULTA
DRAMÁTICA
En
1950 José María Fernández y Fabio Restrepo de Betulia me enviaron un mensaje
diciéndome que me necesitaban en la vereda los Animes. Ya en Betulia me
llevaron a su compra de café. Se trataba de la viuda de Ibarra, campesino y
finquero liberal quien había sido asesinado días antes por la policía. La
guerrilla sabía que yo iba. No debía irme por los sajones sino por los potreros
y ellos pagarían el viaje. Me ofrecieron llevar un revólver y yo rechacé la
oferta porque les tengo miedo. Muchos asesinatos se cometen en busca de esta
arma de fuego. A la altura de la vereda Aguacatal me encontré con seis policías
borrachos que exigían que nos fuéramos por los canalones.
Finalmente
llegamos al filo de los Animes encontrándonos con Restrepo. A la derecha se
veía la vereda del Yerbal incendiada y abandonada. Encontré la viuda en estado
comatoso. Cuando empezaba el examen médico oímos un tiro de fusil a unos 100 m
de la casa. Perdí la tranquilidad para examinar a la enferma y a la hora y
media estaba en la plaza de Betulia.
Observe
el campo de batalla de Aguacatal en donde el 18 enero 1900 el general Tolosa
llevó a las huestes revolucionarios a semejante hueco. Ni Napoleón habría sido
capaz de salir bien librado de semejante matadero. Dejé la fórmula en la
agencia y no quise cobrar porque no había hecho un diagnóstico claro y preciso.
Posteriormente, Restrepo me contó que trató de regresarse conmigo pero la
policía insistía con acompañarlo hasta el retén de la San Mateo. Allá
encontraron a un campesino desyerbando. Uno de los policías le apuntó
diciéndole a sus compañeros que iba ver cómo había amanecido de puntería. El
agricultor fue alcanzado por los disparos.
José Ignacio González Escobar
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