CONCORDIA. FRENESÍ Y GUERRA
CAPITULO 9
VISITAS
DE OSPINA A BOLÍVAR.
Bolívar
fue visitado en 1945, en plena campaña electoral, por Mariano Ospina Pérez a
quien se le acercó un campesino liberal preguntándole si iba a ser Presidente
de la República, recibiendo la enfática respuesta de un sí. El campesino
respondió: ¡Bueno es saberlo, para ir cogiendo al monte!
Durante
su segunda visita en 1948, estando en ejercicio de la presidencia y pasado los
sucesos del 9 abril, en plena cabalgata, jineteaba el mejor ejemplar caballar
del municipio. El caballo corcoveó casi derribando al Presidente. Gabriel
González (Botija), de Concordia, le gritó: “No lo tumbaron el 9 abril los
liberales y los comunistas, para que lo venga tumbar este táparo de caballo”.
Inmediatamente el dueño del caballo llamó a Gabriel reclamándole, no por lo
del 9 de abril sino por el maltrato a su caballo.
El
padre Bernardo Restrepo Peláez convirtió el púlpito en una cátedra de
antiliberalismo. En la puerta del directorio conservador de Bolívar hacían
presencia una mujer vestida de azul de apellido Villa, cuchillo en mano, el
cual lo enterraba en las masas glúteas de los señalados. Y un joven de 13 años con
una peinilla, quien empezaba el aplanchamiento.
CHÚMARA
Y PESOTE
Las
brigadas de choque tuvieron hombres de armas tomar, fanáticos políticos, sin
escrúpulos y excelentes tiradores de revólver: Jesús María Vélez (Chúmara),
Fernando Gutiérrez (Fernandito) e Iván Agudelo (Pesote). Pesote en compañía de
Fernandito, por cuestiones de competencia, dieron muerte al concordiano Manuel
Toro. Pesote, que acostumbraba vestir a lo charro mexicano, con dos revólveres
al cinto, tomó parte en la quema de varias máquinas de caña de hacendados
liberales. Una tarde lo vieron salir de la zona de tolerancia de Bolívar con un
sombrero de mariachi, una chaqueta azul y el resto desnudo. Dos escobas
amarradas a los testículos y un revólver gritando viva el Partido Conservador.
En otra ocasión se presentó al alcalde Jesús Rodríguez para dictarle su
decreto: "Todas las casas de la población debían ser pintada de azul".
En los funerales de Ricardo Restrepo, quien mató a dos liberales en Hispania, hizo colocar el féretro al pie de la estatua de Bolívar en plena plaza de ese municipio, comparándolo a este. En 1950 mató a un inspector de policía en Salgar. Yo, en su borrascosa vida, tuve seis encuentros con él: en octubre del 49 en un garito de Salgar. En el mismo mes en la plaza de Concordia. Posteriormente en el puente de Bolombolo. En la fonda El Remolino. Otra noche en el Puente de Zinc. Después en Bolombolo cuando le arrebate de sus garras a Gorgonio Zapata.
En los funerales de Ricardo Restrepo, quien mató a dos liberales en Hispania, hizo colocar el féretro al pie de la estatua de Bolívar en plena plaza de ese municipio, comparándolo a este. En 1950 mató a un inspector de policía en Salgar. Yo, en su borrascosa vida, tuve seis encuentros con él: en octubre del 49 en un garito de Salgar. En el mismo mes en la plaza de Concordia. Posteriormente en el puente de Bolombolo. En la fonda El Remolino. Otra noche en el Puente de Zinc. Después en Bolombolo cuando le arrebate de sus garras a Gorgonio Zapata.
LAS
FONDAS CAMINERAS
Las
fondas del suroeste crearon una especie de subcultura. Anexa a la venta de
comestibles funcionaba la respectiva gallera con pesebrera, patios y
explanadas. En esta última se libraban los duelos a machete. Familias enteras
desaparecieron a golpes de machete. Sobresalieron en estos duelos el boliviano
Roberto Agudelo y Manuel Pérez quienes lucharon a machete por espacio de dos
horas al cabo de las cuales, ambos contrincantes, sin ningún rasguño, se dieron
las manos y pactaron amistad. Después Pérez fue muerto cerca de esta fonda por
una familia numerosa de una de sus víctimas. Los Vascos de El Concilio.
Elisa
Torres Guzmán, junto con un policía, fue macheteada por uno de los Vasco en la
fonda de La Hondura. Los Vasco y los Foronda, antes de la guerra civil, durante
ella y hoy en día, sostienen un duelo a muerte. El camino viejo de El Concilio a
Salgar presenta unas 60 tumbas.
Durante
la guerra de 1949 muchas familias congelaron sus odios porque ya la lucha era
contra la autoridad política o contra las expediciones de la chusma y José Londoño,
jefe de la policía de Salgar. Las fondas camineras de La Popa las oficiaba el
mandamás, el Nieto Castilla. En Salgar, la fonda Santa Clara. Después la de El Barroso.
En límites con Bolívar, la Hondura. Después la de Remolino y la de San
Gregorio. Estas fondas me hacen recordar la subcultura y los actos antisociales
que practicamos por las mismas calendas en los alrededores de Bello pero en la
forma deportiva del fútbol.
PARTIDA
DE DESCONCIERTO
El
14 octubre 1949, Ernesto Ruiz, alicorado, me abrazó llevándome a una de las
mesas de la cantina y felicitándome por mi liberalismo. Tenía una gran noticia
que darme: el grupo liberal de Concordia que él dirigía estaba bastante
incómodo con las actuaciones del alcalde Bernardo Jaramillo y sobre todo la de
su jefe de policía Domingo Gómez a quien había que matar. Esa noche iba a ocurrir
algo grave en la población.
Permanecí
callado y agradeciéndole el informe me despedí de mano e inmediatamente me fui
a comunicarle a Bruno González. Bruno no creía en las amenazas para esa noche.
Salí desconcertado, tomé mi equipaje y me enruté hacia Medellín. En Bolombolo
recibí otras noticias. En Betania se contaban dos muertos, en Fredonia los
conservadores atacaron el directorio liberal, los amagaseños provocaban a los
titiribíseños. Yo había notado dentro del liberalismo dos líneas: la blanda
civilizada de los notables y la dura, impulsiva y beligerante de origen
gaitanista.
TRES
ESTRATEGIAS
En
el bar La Bastilla de Medellín fui abordado por unos seis jóvenes que gritaban
vivas al partido conservador. Los encabezaba un joven alto, desgarbado,
estudiante de medicina. Era Tulio Bayer quien posteriormente viraría hacia la
izquierda. Al reconocerme me pidió excusas. A los conservadores, los liberales,
le habían servido un buen plato condimentado adelantando las elecciones para la
presidencia. Los sucesos del 9 abril más el mote de comunistas que nos
endilgaba Laureano Gómez, a través de su periódico El Siglo, fueron las tres
estrategias conservadoras que llevaron al Partido Liberal al borde de la
anarquía y la disolución.
EMPIEZAN
LOS APLANCHAMIENTOS
A la
salida del estadio tuve un pálpito de que algo debía estar sucediendo en Concordia.
Dos detectives llegaron a mi casa citándome a la Secretaría de salud donde
encontré a los médicos Gonzalo Gallegos y Murillo quien estaba bastante
ofuscado. Me dijo que debía haber estado en el municipio de Concordia porque
era un abandono del puesto. Concordia estaba sin médicos oficiales y había dos
muertos. En Itagüí los liberales habían matado también a un policía. Al doctor
Bruno González y Alberto Sierra los habían hecho abandonar la población. Debía
regresar a Concordia hacer las necropsias. Exigí protección y me enviaron con
dos detectives.
Llegamos
a Concordia a las 12 del día y en ese instante se me abalanzó la chusma
recientemente conformada. Recuerdo entre ellos a Antonio González, José Ortiz,
Abelardo Ruiz, Hernán Ruiz, Rafael Laverde, Eduardo Vasco y un policía. Carlos
Borrego me cogió de la corbata pidiendo me identificara políticamente.
Inmediatamente intervinieron los detectives. El alcalde Bernardo Jaramillo
complacientemente observaba los acontecimientos desde la ventana de la
alcaldía. La mayor parte de las puertas y ventanas de las casas permanecían
cerradas, el ambiente era lúgubre y pesado.
Doña
María me contó que el sábado y el domingo pasados un señor de nombre Miguel Laverde
con varios acompañantes, peinilla y revólver en mano, habían ido a solicitarme.
La tienda de Pablito Restrepo fue saqueada, el directorio liberal incendiado.
Los campesinos de tres veredas fueron sacados a golpes de peinilla de las
tiendas por el alcalde y la policía. Se habían iniciado los aplanchamientos en
el municipio de Concordia.
Ese
14 de octubre fue escogido por los conservadores para iniciar la violencia
masiva en todo el país porque se conmemoraba el aniversario del nacimiento del
general Uribe Uribe. Al doctor Bernardo Ospina lo atacaron haciéndolo ir de
Betulia. Al doctor Jesús María Mejía de Salgar. Los liberales de Concordia e Itagüí
se dejaron provocar matando a un policía en cada una de estas poblaciones.
NECROPSIA
DE DUELO
Fui
al hospital por los instrumentos para las necropsias y el personal me contó que
por poco la chusma enardecida mata al doctor Bruno González. Sobretodo al
doctor Gustavo Sierra quien tuvo que huir subrepticiamente. Existía una
primitiva y bárbara costumbre: la de hacer las necropsias en los cementerios y
en presencia de los duelos y curiosos.
Una
de ellas era la de un agente de policía municipal llamado Gabriel González (Tonono)
oriundo de Concordia y quien fue muerto por equivocación. En la calle que
conduce al barrio de tolerancia, en compañía de Francisco Arredondo (Chico), le
dispararon desde una barranca matándolo. En el cementerio, Gabriel González (Botijo)
empezó a gritar y hacer tiros al aire. El alcalde le llamó la atención
fuertemente a él y a sus acompañantes. Éste se protegió tras un eucalipto del
cementerio desafiando al alcalde para que se dieran bala ya que el muerto era
su primo. Yo sin perder la serenidad abandoné del cementerio.
LA
SAMARITANA.
El
carro de Hernán Betancourt me transportaría a Bolombolo pero al cruzar la plaza
principal me llamó un individuo diciéndome que necesitaba conversar conmigo en
la tienda de Emiliano Restrepo. Allí había dos individuos compañeros de Miguel Laverde.
Acepté y me pidieron que les explicara por qué no había encontrado la bala en
el cuerpo de Tonono. Les di una explicación sencilla que no aceptaron. En vista
de los reclamos descarados y en tono grosero de uno de ellos, que resultó ser
el mismo que 12 días antes conocí en el garito de Salgar vestido de charro
mexicano y dos revólveres al cinto, Jesús María Vélez (Chúmara), traté de que
la conversación fuera una charla lisonjera la cual no fue entendida por su
compañero Fernandito Gutiérrez quien, con la lengua, trataba de saborearme. En
un momento creí que me iba tirar el vaso de cerveza.
Un
frío tenebroso invadió mi mente. Estaba frente al rey de una de las chusmas más
conservadoras del suroeste antioqueño y su acompañante era una especie de
guardaespaldas. Varios parroquianos que estaban en el establecimiento,
empezaron a retirarse. Juan Laverde que atendía el negocio y servía los tragos
trató de defenderme siendo rechazado por Chúmara. En ese momento entró una
mujer trigueña, alta, garbosa y burguesa. Le pidió un paquete de maizena a Juan
y hacía como que lo examinaba. Éste le pasó una nota rápidamente.
Había
cometido un grave error: el no haberme marchado hacia Medellín. Pensé que
Fernandito era quien iba a dispararme. Miguel Laverde me dijo que no había
encontrado el proyectil porque el muerto era conservador y yo era liberal.
Chúmara intervino diciéndome que abandonara la población cuanto antes porque no
me merecía un tiro sino cinco.
En
ese instante llegaron los detectives que habían sido llamados por la elegante
samaritana de filiación conservadora que había entrado en la tienda. Había
seguido los acontecimientos desde la tienda de Emiliano Restrepo. Uno de los
detectives, conocía a Miguel Laverde y le puso, con cierta sonrisita, la mano
sobre el hombro. El otro me llamó a la acera. Acababa de salir de un túnel
tenebroso y espinoso. Miré hacia la Iglesia que me pareció un hermoso monumento
arquitectónico y por cuyo atrio iba la garboso y generosa samaritana. La cual,
noblemente, me había rescatado de las garras de una muerte prematura de parte
de tres conservadores que, de armas tomar, me iban a proporcionar. Tratábase de
Ofelia Montoya. Viajaría al otro día.
José Ignacio González Escobar
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