CONCORDIA. FRENESÍ Y GUERRA
CAPITULO 10
EL
ABALEO, EL JURAMENTO HIPOCRÁTICO Y EL REMORDIMIENTO.
A
las 10 de la noche en una de las esquinas de la plaza se presentó un abaleo con
un herido. Iván Mejía ensayó un revólver contra un ciudadano liberal. Coincidencialmente
el pasaba frente a la cantina en donde Iván estaba bebiendo fracturándole una
pierna. Al mismo tiempo en el café el Danubio, Miguel Laverde, el mismo que
horas antes me había amenazado con Chúmara, ya todo ebrio y rabioso, mandó la
mano contra el mostrador de vidrio lesionándose tres tendones extensores. En el
hospital trabajé hasta las horas del amanecer atendiendo a los dos heridos.
Laverde no se quiso acostar. No pronunció palabra. Permaneció sentado en un
taburete observando el acto quirúrgico. Terminado no quiso quedarse en el
hospital, ni dio las gracias, ni pidió la cuenta y se madrugó para Medellín con
el antebrazo enyesado. Allá consulto médicos los cuales encontraron muy
satisfactorio el trabajo efectuado en el hospital. Regresó a los ocho días
presentándose en mi consultorio con el directorio conservador a pedir la cuenta.
Dijeron que no me daban la administración del hospital porque yo era liberal
pero que les diera el nombre de un médico de confianza conservador, que yo
trabajara con él y por ello sería respetado y acatado.
APOYO
PROFESIONAL
El
19 octubre 49 se presentaron a mi consultorio los conservadores Jesús María
Arias, Alejandro García, Pablo González, Luis Felipe y José Manuel Betancourt y
Juan Laverde. Tomó la palabra Avelino González Toro para decirme que me
apoyarían como ciudadano y como médico, que debía quedarme en la población.
Acepté la proposición. Inmediatamente Juan Laverde me llevó a su casa para ver
a su hermano Víctor Laverde guíen hacia un mes había sufrido una fractura de
una pierna. Nombré al doctor Carlos Torrente Llano para administrar el
hospital. Tolimense, quien era un brillante internista y obstetra, buen vestir,
siempre de camisa blanca, sombrero fino, amigo de la literatura universal y
colombiana, conocedor como pocos del folclor colombiano, amigo personal del
dueto Los Tolimenses, gran admirador de Carlos Julio Ramírez y qué diremos de
las trovas y troveros, tocaba la guitarra y excelente conversador. Entonces
María nos preparó un apartamento dentro del hotel con una tercera cama para ser
ocupada por cualquier huésped distinguido que llegara. Una noche tuvimos como
vecino a un hijo de Mariano Ospina Pérez, quien, ametralladora en mano, vino a
sacar un ganado de la finca La Palmera.
Torrente
fue nombrado médico oficial después de que el directorio conservador de Concordia
consultó al directorio conservador del Tolima y al municipio de Santa Isabel de
donde era oriundo su padre. Lo acompañé en su misión de manejar el hospital,
cuando se requiriera de dos médicos, haciéndolo de manera gratuita a pesar de
que me ofreció la mitad de su sueldo por esa ayuda. La noche en que yo bebiera
el debería estar en guardia médica y viceversa. Yo le informaría las quejas o
peligros que escuchara de los liberales y el me informaría de las que proviniese
de las autoridades y de la chusma conservadoras, ya que el notablato
conservador si me estimaba.
Para
hacer notar la nobleza y el respeto de la comunidad de ser médicos, comprábamos
el mismo paño para hacernos los vestidos, las mismas corbatas y usábamos el
mismo estilo de zapatos. Visité a Bruno González en Medellín quien habitaba
cerca al cementerio de los pobres después de su huida. Me dijo que debía
permanecer en Concordia porque existían muchos enfermos en el sector campesino,
familias demasiado buenas, tanto liberales como conservadoras, y que si no me
era suficiente pusiera una farmacia que él me prestaría el dinero
ESTRATEGIA
POLÍTICA
A
las tres de la tarde en el bar la Bastilla habría una reunión política con
líderes liberales del suroeste por qué el directorio liberal de Antioquia fue
allanado por detectives y policías días antes. (Posiblemente la misma que menciona el capitán Franco como el motivo de su rebelión que lo llevó a la conformación de la guerrilla liberal de Urrao). La reunión la iba a hacer el
doctor Fernando Agudelo Villa en el barrio Aranjuez pero fue bloqueada por las
autoridades de turno.
La estrategia era la siguiente: el próximo domingo el partido conservador crearía problemas de orden público en ciertas poblaciones del país con sus autoridades y brigadas de choque. El Partido Liberal se vería obligado a responder con las armas. El plan para el suroeste tenía como epicentro las poblaciones de Urrao, Betulia y Bolombolo. El plan nos pareció infantil y peligroso siendo rechazado y enterrado. El problema en el fondo buscaba era un golpe de estado por parte del Ejército. Las guerrillas liberales debía ser algo pasivas, asustar con su presencia y no comprometerse con crímenes atroces. Salí de la reunión un poco desilusionados y amargado
La estrategia era la siguiente: el próximo domingo el partido conservador crearía problemas de orden público en ciertas poblaciones del país con sus autoridades y brigadas de choque. El Partido Liberal se vería obligado a responder con las armas. El plan para el suroeste tenía como epicentro las poblaciones de Urrao, Betulia y Bolombolo. El plan nos pareció infantil y peligroso siendo rechazado y enterrado. El problema en el fondo buscaba era un golpe de estado por parte del Ejército. Las guerrillas liberales debía ser algo pasivas, asustar con su presencia y no comprometerse con crímenes atroces. Salí de la reunión un poco desilusionados y amargado
SUERTE
MATRIMONIAL
Me
marché para Concordia en compañía del médico Angelberto Guevara, santandereano,
quien trabajaría en Bolívar. Nos invitaron a una fiesta la casa de Petra
Escobar y Pablo González. Allí encontramos a dos hermanas, una morena y otra
rubia. Angelberto me propuso un carisellazo. Lanzó la moneda y ganó eligiendo a
la rubia. Yo me quedé con la morena, quien es mi esposa. Ante eso Angelberto se
quedó en Concordia pero la plaza no daba para tres médicos. Tiramos otro carisello
y yo gané. Angelberto ejerció en Pereira y en la actualidad trabaja en un
hospital de los Estados Unidos.
EL
ASALTO EN BETULIA
El
señor Jesús María Muñoz de Betulia vino a buscarme porque su señora estaba de
parto y era primeriza, diciéndome que no tuviera miedo de ir porque él
pertenecía al partido conservador y al clan de los Muñoz eran los nuevos
mandones en ese municipio. Llegamos a su casa y atendí a su señora hasta las
tres de la mañana. Ésa noche las brigadas de choque fascistas conservadoras de
Betulia habían atacado e incendiado la vereda El Yerbal. Allí mataron a un
campesino y a un niño menor de edad.
El
alcalde preocupado los amenazó con hacer una investigación que provocó una
manifestación frente a la alcaldía. La orden dada por la chusma conservadora de
Betulia fue la de que a partir de las dos de la tarde ningún manzanillo debía
estar en la plaza pública o sus alrededores. Era parte de la orden proveniente
de la capital de Antioquia quienes habían decidido crear un problema de orden
público para llevar al cierre del parlamento escogiendo para ello las
poblaciones de Bello, Itagüí y Betulia.
Cuando
la brigada me vio avanzó hacia mi persona compuesta por Leopoldo Muñoz (Poldo),
José Luis Piedrahita, Jaime Mejía, Manuel Caro (La Muerte), Pedro Luis Duque (El
Mono), Darío Mejía (El Panadero) y varios más. Un individuo rechoncho y barbado
sacó una peinilla diciéndome, médico HP, comunista. Óscar Agudelo logró contenerlo.
Jesús María Muñoz, el mismo que me había llamado para atender el parto, detuvo
a su primo Poldo. Un joven de pantalón corto llamado Jaime Arcila salió
corriendo. El Mono Duque gritaba vivas al partido conservador manipulando un
revólver del que se le fue un tiro hiriendo a uno de sus compañeros quien cayó
al suelo. El barbado se me abalanzó con una peinilla en la mano. Le puse la
rodilla y el hombre se fue al piso. Se convirtió aquello en una querella entre
conservadores de Betulia donde unos me atacaban y otros me defendían.
Óscar
Agudelo, conservador de Bello e inspector de higiene que acababa de llegar de
Altamira y con quien me dirigía a almorzar a la casa de Julián Vélez, también
conservador, que nos había invitado me cubrió durante varios metros llegando al
centro de la plaza donde me encontré frente a frente con el Mono Duque, quien
con mano temblorosa me hizo cuatro disparos a quemarropa. Uno de ellos penetró
mi maletín de médico donde llevaba un frasco de alcohol y otro de ácido nítrico
para hacer análisis de orina los cuales estallaron destilandose los productos y
generando un húmero quemante. Con el maletín neutralice el revólver que traía
oculto debajo de una ruana José Luis Piedrahita. Con el humo creyeron que se
trataba de una bomba y salieron corriendo. Salí
despavorido tumbando mesas de carnicería, desparramando cuchillos, hachas,
tocinos, carnes, bultos de maíz y de frijol.
Una hermosa rubia de ojos verdes, dueña de un almacén y Julián Vélez, cuentan que me hicieron más de 30 disparos. Del Mono Duque recibí uno en la mano y otro en la pierna izquierda el cual es la causa de cierta cojera que me da por épocas. No sé cómo llegué al consultorio al lado de la alcaldía donde el alcalde y la policía me protegieron.
Una hermosa rubia de ojos verdes, dueña de un almacén y Julián Vélez, cuentan que me hicieron más de 30 disparos. Del Mono Duque recibí uno en la mano y otro en la pierna izquierda el cual es la causa de cierta cojera que me da por épocas. No sé cómo llegué al consultorio al lado de la alcaldía donde el alcalde y la policía me protegieron.
El
señor Bernardo Giraldo dijo que había varios muertos en la plaza. Me desmoralice
sentándome en un taburete. Lleno de terror pánico no podía caminar ni hablar.
En un momento creí que la policía me iba asesinar. El alcalde cuadró una
camioneta para llevarme a Concordia y al llegar a La Raya me di cuenta que
venía acompañado de dos policías en la banca de atrás y de dos heridos: el Mono
Duque con un balazo en el bajo vientre y un vendedor de maíz con un impacto en
el tórax.
Los
heridos sobrevivieron después de las cirugías practicadas en el hospital de Concordia.
Pensé en abandonar a Concordia pero Torrente amenazó con seguirme lo que
suscitó una caravana de vehículos organizada entre los dos alcaldes y encabezada
por el sacerdote Manuel Salvador Vargas para pedirme excusas. Estaban sin
médico y que cuando me necesitaran me enviarían una escolta. Desde entonces
visito ese rico municipio cafetero, conozco todas sus veredas, tanto en horas
del día, la noche y a sus gentes necesitadas.
LAS
BRIGADAS DE CHOQUE FASCISTAS DE LA CHUSMA CONSERVADORA
En
Bolívar tiene origen una brigada de choque fascista armada de un carro con
fuertes sogas. En Andes y Urrao arrancaron las estatuas de Rafael Uribe Uribe.
En esta última población, acompañados por concordianos. La cabeza del monumento
la trajeron a la tienda en Concordia de Teófilo Escobar colocándola en el
orinal. Posteriormente la llevaron al bar Roma del barrio Guayaquil en Medellín. El medallón de
Ñito Restrepo fue dinamitado lo mismo que la estatua de Uribe Uribe en Salgar
por una brigada de bolivianos y concordianos. Aparecieron, pues, los
destructores de estatuas siendo su jefe el boliviano Antonio María Puerta. En Bolombolo
la brigada la comandaba Miguel Laverde quien era inspector de policía. El jefe
intelectual Antonio María Restrepo, quienes pagaban cabeza de liberal a $50. Siendo
este poblado cruce obligado del río Cauca y puerta de ingreso al suroeste,
registraban todos los vehículos pasajeros humillando y aplanchando. Uno de ellos
fue Eduardo Parra registrador en el municipio de Andes que escribía con el
seudónimo de Tartarín Moreira. El doctor Torrente me contó que sus
copartidarios enfermos del hospital fueron sacados con bayoneta y revólver a
las mesas de votación.
TENEBROSO
VIAJE
El
segundo domingo de diciembre del 49 llamó el doctor Carlos Mario Londoño,
secretario de gobierno departamental, quien días antes en Bolombolo en una
reunión de alcaldes clavó un cuchillo sobre una mesa diciendo que así se iba a
tratar al Partido Liberal y lo cumplió. Me ordenó ir al Betulia urgentemente
porque había heridos y muertos. Llegó a Bolombolo un automóvil con cinco policías
santandereanos y boyacenses. Me acomodaron en el puesto de adelante. Hernán
Arias insistió en acompañarme por amistad en vista del inminente peligro que
corría y llamando a su primo Rafael se subieron a los estribos laterales del
vehículo. Llegando a la vereda Piedra de Candela uno de los policías de atrás,
borracho, le dio con el quepis al de adelante y lo trató de HP boyacense. Este saco
el yatagán y lo amenazó con él. El otro desaseguró el fusil dentro el vehículo.
Yo casi me desmayo, estaba dentro de la caldera del diablo. Afortunadamente los
otros tres policías intervinieron, hicieron detener el carro y desarmaron a sus
compañeros.
A
Betulia llegue presa de un mareo aterrador. Brigadas de policías conservadoras
armadas hasta los dientes recorrían el pueblo. Lanzaban tacos de dinamita.
Esperaban un ataque de la guerrilla con quien, en la tarde, habían sostenido un
combate en la vereda los Animes. Fue muerto Darío Cadavid y herido su hermano.
El coordinador de las brigadas era nada menos que Pedro Cardona, armado de un
descomunal sable. Eugenio Arango sostenía un pavoroso Grass. Cardona me
facilitó un vehículo para transportar al herido a Concordia para poderlo
intervenir quirúrgicamente.
PERFIL
DEL CHUSMERO CONSERVADOR Y SUS EXPEDICIONES PUNITIVAS
En
la guerra civil del 49 apareció un nuevo elemento: el chusmero conservador. Hombre
amaestrado y patrocinado por las autoridades, sin escrúpulos. En unos
había una mística por el Partido Conservador y otros iban detrás del móvil
económico. Un sectarismo rayano en la desesperación. Armados por los
directorios conservadores y por las alcaldías de cada municipio. Se acrecentó
el mercado de las armas de todos los calibres. El directorio conservador de
Antioquia, en la Playa con el Palo, tuvo en el patio posterior un polígono de
tiro. Los cuarteles de policía instruían a sus copartidarios en el arte de la
matanza. Los Jefe de la chusma de Bello fueron Miguel Velázquez y Leonel Gómez
quienes llegaron a tener casi el mismo poder político que el gobernador de
turno. En Bolívar, los jefes fueron Jesús Rodríguez y Chúmara. En Concordia,
Miguel Laverde. En Betulia José Luis Piedrahita y Leopoldo Muñoz. En Bolombolo,
Antonio María Restrepo. En Salgar, Luis Quintero (Gestas) a quien en compañía
de Luis Vanegas, y Marcos Zapata, Emiliano Rueda y “Cáscara Amarga” les
contabilizaron 109 asesinatos.
José Ignacio González Escobar
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