CAPITULO
IV
VIOLENCIA
EN CONCORDIA
La
violencia en Concordia, que ya se había prendido ligeramente, cogió fuerza. En Concordia
se dieron conservadores muy buenos a quienes las esposas de los liberales
acudían para que abogaran ante las autoridades por sus esposos encarcelados y
maltratados. Ellas temían que si pasaban la noche en prisión, en medio de la oscuridad
fueran a ser llevados al “Curva de la Oreja o al Puente de la Vieja” o a la
vereda Morelia, donde solían masacrarlos. Estos conservadores debían hablar con
el alcalde Bernardo Jaramillo. Un godo muy malo, nombrado por el gobernador también
conservador, como era en ese tiempo. Estos gestores conservadores debían adquirir
el compromiso de responder por el buen comportamiento de sus protegidos
liberales.
Algunos
de esos espontáneos abogados conservadores, como fueron los hermanos Hernán y
Francisco José González, lo único que podían hacer era aconsejar a los
liberados de la prisión de comprar los víveres y marcharse pronto a sus casas y
fincas, porque en el pueblo no podían asegurales que no fueran perseguidos. Además
temían que si se emborrachaban, cometieran desmanes que darían motivo para ser
capturados de nuevo. Solo bastaba con lanzar un “Viva el Partido Liberal” para
ser acusados de revoltosos e incitadores a la rebelión. Motivo de cárcel
inmediata y sin orden judicial.
LA HUIDA
DE LOS MÉDICOS Y LOS SARASOLAS
Don
Manuel González quien fue un conservador muy bueno, salvó a mucha gente escondiéndolos.
Él y otros compañeros sacaron al médico Bruno de su consultorio porque se
enteraron de que lo buscaban para encarcelarlo. El medico Bruno era muy
apreciado porque era buen galeno y hacia muchos favores a la gente, caritativo
y honorable. Había sido el gestor de la construcción del magnífico hospital
local. Para eso les pusieron un carro a la salida del pueblo para que pudieran
escaparse ilesos hacia Medellín. También se fueron al hospital a sacar a un doctor
Sierra, que era el jefe del hospital. No era de Concordia pero lo buscaban por razones
partidistas.
Les pidieron
que no cargaran ni siquiera las maletas por la prontitud. Ellos se encargaban
de mandarlas después. El doctor Bruno muy ofendido dijo que no perdonaba a Concordia
y no regresó jamás.
Los
Sarasolas, dos hermanos que vivían cerca a nuestra casa también fueron perseguidos.
Don Manuel González hizo lo mismo que con los médicos. Los sacó en la noche del
pueblo. Para eso debían volarse rápidamente por los subterráneos, solares y
patios traseros de las casas. De esa forma debían llegar hasta el cementerio, a
la salida del pueblo, donde los esperaría un carro para trasladarse a Medellín.
Las esposas
y en general las mujeres, normalmente en el pueblo, no corrían peligro pero
estaban con miedo. Por eso nos solicitaron que las dejáramos pasar la noche en nuestra
casa y compañía. La casa tenía un corredor exterior que le daba la vuelta.
Cuando los chusmeros llegaron por los hermanos Sarasola y no los encontraron,
sospecharon que podrían estar en la nuestra.
A
las 8 de la noche escuchábamos conversaciones en voz baja y que alguien fumaba
en nuestro corredor. Eran muchos Godos esperando por si alguien salía o se abría
alguna ventana para atraparlos. Nosotros guardamos silencio como hasta las 4 de
la mañana, hora en la que se fueron en vista de no lograr nada dejando las
colillas en el suelo.
De
esa misma forma fueron muchos los que debieron de huir del pueblo. Paradójicamente
Don Manuel González era hermano de Antonio González, apodado Murrungo. Este
último un godo muy malo.
INDISCRIMINADO
ODIO Y LA BALACERA
La
efervescencia era tal que hasta en cosas personales se reflejaba la discordia. Los
colores distintivos de los dos partidos eran el azul para los conservadores o
Godos y el rojo para los liberales o Manzanillos. Como Concordia era de similar
número de población conservadora y liberal, pero el gobierno local era conservador,
era reprochable vestir prendas rojas a riesgo de ser aporrado.
Aun
así, yo salí un domingo a mercar a la plaza del pueblo en los toldos que se instalaban
los domingos, día de mercado, con mis hermanos menores. Al llegar a la esquina
del parque, donde estaba la tienda del señor Pipe Betancur se prendió la plaza.
Solo se escuchaba bala y la gente corriendo. Los toldos del mercado y las
tiendas se quedaron vacíos. Todo mundo se escondía.
Yo preguntaba
que pasaba. Don Pipe nos dijo que entráramos a su tienda, que la policía y los
Godos estaban echando bala y matando gente. No sabíamos para donde correr. Nos metimos
a la trastienda donde nos escondió hasta cuando se calmó la balacera. Logramos
salir pero ese día ya no hicimos compras.
Después
sacaron al alcalde, Bernardo Jaramillo, por malo y nombraron a Aníbal González,
persona del mismo pueblo. Pero Aníbal fue peor. Con los allegados y conocidos
se portaba bien pero con los demás era diferente. Ese domingo mi hermana Marina
trabajaba en la Registraduría. Estaba en compañía con una amiga que era maestra
en la vereda de Yarumal. Debido a la bala cruzada no podían salir de la oficina
para ir a la casa a almorzar. Aníbal les dijo que podían estar tranquilas que él
las acompañaría hasta la casa, como así fue. Después de prendido Concordia se incendiaron
los demás pueblos como Andes, Bolívar y Salgar.
EL PROPÓSITO
Lo
que se pretendía no era cosa diferente a impedir que el liberalismo participara
en las elecciones presidenciales que se llevarían a cabo al siguiente mes de
noviembre. Cosa que se logró plenamente, a sangre y fuego, garantizando la
presidencia del candidato único conservador Laureano Gómez. Algo que no era
difícil puesto que los liberales habían decidido, unilateralmente, no presentar
candidato de su partido a la presidencia arguyendo falta de garantías. Se
basaban en la persecución que les hacia el presidente Ospina y en la muerte de
su líder Gaitán. Con este hecho se inició, ya en serio, la “época De la
violencia”, que los campesinos bautizaron como “La Vida Mala” (1949-53)
FOTO
QUE ILUSTRA EL LIBRO “LO QUE EL CIELO NO PERDONA” DEL PADRE FIDEL BLANDÓN
BERRIO
LA CALMA INTERMEDIA Y REGRESO DE URIBE
La
hecatombe duro todo el tiempo que estuvo Laureano en la presidencia hasta cuando
Rojas Pinilla lo sacó de la presidencia. El general mandó de tal forma que el país
regresó paulatinamente a la calma. El General dio amnistía a todos los alzados
en armas, perdonó los delitos y aseguró que no haría retaliación contra los que
entregaran las armas. Si se comprometían a salir del monte y se portaban bien
no les aplicaría cárcel. Lo importante era que el país se apaciguara. Al
comienzo salieron los liberales encuadrillados, enguerrillados y enmontados, fueron
recelosos y solo los más guapos, al final, todos se sometieron. Solo quedaron
dos pequeños reductos en zonas selváticas y alejadas. Como no les pasó nada a
los últimos, los siguió el resto, que fueron casi todos, hasta que llegó la paz
a los pueblos. Solo unos pocos siguieron en el monte.
Por
esa razón los habitantes de Urrao decidieron no olvidar a su líder liberal y se
propusieron restablecer la derribada estatua de Rafael Uribe. Debieron recoger
las partes que se habían diseminado en distintos sitios. Algunos las habían guardado
como recuerdo. Lograron restablecer en su mayoría el monumento. Formaron casi
todo el cuerpo. Faltaba una parte importante, la cabeza. Alguien recordó que estaba
en Concordia porque esa noche de la destrucción del monumento, los Godos se la habían
llevado como trofeo. En Concordia le amarraron una cuerda a la cabeza y le
daban patadas al tiempo que le gritaban: “Ya que sos tan guapo, párate”. Se reían
y burlaban. La entraron a la tienda del concordiano Teófilo Escobar colocándola
en el original. Posteriormente, cierto grupo de conservadores, la llevaron a la
plaza de Cisneros de Medellín y también la colocaron con la boca hacia arriba
en el piso del baño del café Roma, de Guayaquil.
Después,
alguien supo de la reconstrucción y la mandó para Urrao. Se armó la estatua que
pusieron, de nuevo, en el centro del parque en 1959. La restauración fue adelantada
por el mismo artista que la esculpió por encargo de varios dirigentes liberales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario