LAS DELICIAS (IV)
EFECTO DE LA DOCTRINA MILITAR
Teníamos que aceptar la evidente doctrina
militar imperante en ese momento. Doctrina que se ha dado en forma silvestre,
ya que ha surgido de un proceso de mutación espontánea y sin ningún planeamiento
estratégico de defensa nacional. Precisamente la que debía surgir de las
dependencias centrales en donde nos despeñábamos antes de ser destinados a ese
comando. O si esos cálculos y planes han existido, por lo menos nunca han sido
difundidos ni expuestos, a los niveles de mando que están en la obligación de
conocerlos y aplicarlos. Son tan reservados que ni siquiera quienes los han de
ejecutar los conocen a su nivel de aplicación. Que no pueden ser tan guardados
ni bajo el concepto de seguridad de la información por compartimentación. Todo
parece indicar que no es secretismo sino, mejor, oscurantismo. No es
estratificación de la información, más bien ausencia de ella. Era lo que se
vivía en el Estado Mayor Conjunto, de donde habíamos salido por fuerza de las
circunstancias, como está contado.
Veamos. El dispositivo militar nacional era
el de una inapropiada concentración de fuerzas militares en el centro de la nación,
basado en el hecho de que donde hay más gente debe haber más fuerza militar. Como
si la fuerza militar fuera para dominar la población interna y no para proteger
a esa misma población de una amenaza externa. El dispositivo militar estaba
pensado en priorizar el orden interno y la amenaza delictiva, objetivo propio
de la fuerza policial y no de la militar. Eso implica una sentida ausencia militar
y una difusa presencia periférica fronteriza, objetivo fundamental de la fuerza
militar, como lo es el de protección de la soberanía y la defensa nacional en
profundidad. Debilidad que dio motivo razonable a los dos históricos intentos
de apoderamiento e invasión peruana a La Pedrera y Leticia durante comienzos
del siglo XX. Las condiciones existentes a finales de siglo eran idénticas a
las vividas durante el conflicto con el Perú. Ellas dieron pie para que el vecino
lanzara sus intentos de apoderamiento forzado y por vías de hecho de porciones
del territorio nacional.
Después de construidas las trochas en el sur
de la nación, por razón de esa guerra, muy poco era lo que se había hecho para
comunicar la región. En ese tiempo se habían construido caminos de Pasto a Puerto
Asís. De Garzón a Mocoa, la de Guadalupe a Florencia, remontando el alto de
Gabinete. La de Algeciras hacia San Vicente, pasando por Balsillas, Las Perlas
y El Pato. Y la de Colombia, Huila, a la Uribe, Meta. Estas dos últimas, usadas
después por los bandoleros de las FARC en su fuga desde Marquetalia y Sumapaz.
La vía fluvial y la vía aérea eran los únicos medios disponibles en tan amplia
área. Con los años se convirtieron en carreteables de especificaciones muy
sencillas. No pasaron de simples vías de piso de tierra de poca duración, baja velocidad
y frecuente cierre.
CARRETERA PASTO MOCOA
CAMBIOS DE DISPOSITIVO.
La reducción del parque aeronáutico, nos
condujo a hacer una valoración minuciosa de toda la circunstancia estratégica y
las medidas prácticas que deberíamos tomar para compensar, en todo lo que más
fuese posible, las nuevas circunstancias de debilitamiento con la salida del
componente aéreo. Además del poderoso crecimiento de la potencia de combate del
enemigo que nos rodeaba, que había logrado un alto nivel de presencia y dominio
del área. Era casi que el gobierno en todos los aspectos sociales, incluido
hasta el religioso.
Nuestra conclusión fue que debíamos replegar una
unidad que teníamos en avanzada, por la distancia y la pérdida de la
posibilidad de apoyo aéreo, a la que se nos había llevado con el retiro del
equipo de vuelo. Se trataba del Puesto Militar, de la Infantería de Aviación, emplazado
en el municipio de Solano, a unos 8 km del GASUR. La distancia era corta, pero
la única forma de llegar, en caso de combate, era un viejo carreteable que se
había convertido en trocha, por más de 50 años de abandono o por el rio
Orteguaza. Bloqueadas esas dos vías por el enemigo no se podía hacer nada por
ellos. Y menos por vía aérea ante la ausencia de las aeronaves ya comentado.
Nos demoramos en hacerlo porque pretendimos obtener
consentimiento de alto mando. Más por seguir la sagrada tradición de que nada
un subalterno debe hacer sin no ha sido ordenado por su superior o minino avalado,
que por nuestra convicción. Costumbre que se ha deformado trasfiriendo las más mínimas
decisiones hasta los más altos niveles del mando. Nosotros, como nadie en ese
tiempo, no podíamos hacerlo, así quisiéramos, asumir la responsabilidad y las consecuencias
de nuestros actos. Lo que si era certero era que en caso de llegar a suceder un
revés militar, sabíamos que seriamos descalificados por acción o por inacción. Es
decir, por hacerlo sin permiso o por no hacerlo. O, simplemente, por no pedirlo
a tiempo. De cualquier forma se le encontraría un defecto.
Esa era la cultura del COC, como ya se ha
mencionado. Y siendo el primero el menos malo resulta ser lo mejor, o se
tendría que caer en el elevado costo de caer en la paquidermia burocrática. Y esa
pesada toma de decisiones es contraproducente ante las rápidas, dinámicas y las
oportunidades de ocasión, que demandan las operaciones tácticas y el combate
activo. Sin embargo, las tradicionales costumbres nos maniataban.
UN IDEAL, UN RETO, UN DEBER
Finalmente, después de larga espera, el
comando FAC nos respondió en forma ambigua para no adquirir el compromiso de
una decisión rotunda y clara, que lo hiciésemos, pero solo a nuestra consideración.
Como siempre, las consecuencias por hacerlo o no hacerlo, solo serían de nuestra
parte y no tendríamos respaldo si el asunto no era exitoso. Ante la ambigüedad
y el no contar con un respaldo directo por lo que se hiciese y, por otra parte,
de la oportunidad de obrar, que tanto valorábamos, lo retiramos recibiendo a
sus hombres con el mayor agrado. Así estarían más seguros y se reforzaba la seguridad
del GASUR.
Todavía era claro que no se podía actuar con
total autonomía en cosas que, era natural, fuesen del nivel local, en la toma
de decisiones. Ha sido tradicional no definir los criterios en lo que se puede
o no actuar con autonomía y delegación. Por ello es inevitable dejar al simple
criterio de lo que el superior quiera determinar para cada ocasión. Eso permite
al superior ejercer la autoridad con el mayor albedrio para calificar de acertado
o desacertado lo ejecutado por el subalterno, usando el simple capricho personal
y sin referencial de ningún principio o doctrina fundamental. Lo que, por eso
mismo, es apetecible que no existan. Desde luego, porque eso facilita la
valoración según la mejor conveniencia para el superior, pudiendo evitar la
mayor cantidad de responsabilidad que le pudiese ser endilgada si el resultado
no es favorable.
BOMBARDERO MIRAGE 5
Por ejemplo, los requerimientos de bombardeos
que habíamos hecho no fueron autorizados por el Comandante General de las
Fuerzas Militares, quien era el único quien autorizaba esas operaciones. Cuando
escasamente eran autorizados, debido al acomplejo trámite burocrático y las
ocupación de otras índole que le mantenían copado, ya había desaparecido la
oportunidad, la sorpresa y había cambiado la maniobra. Pero, gloriosamente las
cosas estaban mejorando y ya se notaba cierta libertad de acción jurisdiccional.
Como el repliegue del puesto de Solano, sin tener que recurrir a obtener consentimiento
para casi todo, a los altos mandos, como era la tradición. En eso nos estábamos
modernizando, aunque con timidez.
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