AERONAUTAS Y CRONISTAS

martes, 20 de agosto de 2013

LAS DELICIAS (II)



LAS DELICIAS (II)

EL GRUPO AÉREO DEL SUR - BASEA AÉREA DE TRES ESQUINAS.

Para cuando fuimos asignados al comando del militarmente denominado Grupo Aéreo del Sur, GASUR, llamado, genéricamente, Base de Tres Esquinas, por su ubicación en la confluencia de los ríos Caquetá y Orteguaza, en la mitad de la década del 90, la situación en esa región era bastante crítica en cuanto a la seguridad de la misma Base, además de la poca posibilidad de dominio y control territorial y social. Su clasificación no llegaba ni siquiera a ser una real Base Aérea y menos un Comando de Combate. Era algo minúsculo, remonto y de muy poca importancia militar y nacional. Solo fue tenida en cuenta después del conflicto con el Perú y luego fue casi que olvidada porque esa amenaza había pasado hacia mucho tiempo.

EL CAQUETÁ CORRE DE ARRIBA ABAJO. EL ORTEGUAZA DE DERECHA A IZQUIERDA DE LA FOTO.

La unidad fue conformada desde los tiempos del conflicto con el Perú, en un plan de recuperación posbélico, más para propósitos de desarrollo fronterizo y presencia nacional, por medio de apoyo a programas de colonización, que propiamente como una Base de Combate dotada con medios para afrontar al crecido enemigo insurgente. El que aparecería muchos años después, debido al narcotráfico y que se fortaleció poderosamente en toda la región.

Los comandantes eran nombrados por períodos de dos años, ya que esta unidad se consideraba, por su aislamiento, lejanía, muy pobre infraestructura militar y logística, como una unidad de castigo. No era una política ni doctrina oficial de la FAC, y por tanto no explícita, más si era vivencial y real.

A ella, los comandantes, enviaban a los miembros de la Fuerza Aérea a quienes consideraban poco competentes, negligentes, remisos para el servicio o, más bien, indisciplinados. Era el lugar de castigo o para deshacerse de los considerados incomodos por sus ideas o suficientemente subordinados como para no protestar por esa asignación. Ese pensamiento se había convertido en el dogma corriente que predominaba en la mentalidad colectiva de la Fuerza Aérea. Con los años, terminó siendo la justificación de un prolongado y continuo relegamiento de la Base Aérea, en los planes de desarrollo FAC. Por ello no se mejoraba su infraestructura ni era abastecida adecuadamente.

Allí la vida era austera, con bastantes limitaciones en todos los sentidos, de alta amenaza insurgente por parte de las FARC y el M-19, junto con los cortos períodos de comando, que hacían imposible ejecutar proyectos de largo plazo. La máxima aspiración de quienes eran asignados al lugar, era poder terminar, a salvo y sin mayores traumas personales y profesionales, su tiempo de destierro, para salir reasignados a otras guarniciones del país más benévolas y con menores restricciones o inconvenientes.

Por esas circunstancias, el nombramiento de un comandante era visto por compañeros, superiores y subalternos, como una degradación profesional y una descalificación personal. Era casi que exponerlo a pedir el retiro del servicio y truncar su carrera militar. Evidencia de ello fue el que, en años anteriores, ya se había dado una insubordinación de toda una compañía de tropa, por las pobres circunstancias, el descuido y el modo de vida en que se le mantenía. Rebelión que no fue instigada por ningún mando sino que surgió espontáneamente desde la misma soldadesca, exasperada por las primitivas condiciones de supervivencia.

La realidad es que las cosas no habían cambiado mucho desde los tiempos del conflicto con el Perú. Tal como lo cuenta el Sargento Tobón en su libro “Sur”. Y motivo por el cual fue escogida como destierro prisión para el General expresidente Gustavo Rojas Pinilla.

LA PROCEDENCIA.

Nos desempeñábamos en el Departamento de Operaciones del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Militares, un cargo militar del nivel central. Asignación que nos honraba sobre manera. Pero no estábamos cómodos y nos era, más bien, una mortificación.  Pudimos darnos cuenta que el comentario burlón de pasillos, sobre el famosos “Deposito de Coroneles”, no era un invento ligero de jocosas conversaciones durante las desinhibidas charlas de la oficialidad en los ratos de ocio en los casinos, sino que era una realidad contundente.

 DEPÓSTO DE CHATARRA MILITAR



Nos causaba rasquiña la burocracia militar y el ver a tanto oficial, de alto grado, matando el tiempo en tareas superfluas, con poca capacidad analítica y baja creatividad. Personas que aunque conocían la realidad nacional, la ignoraban con premeditación por conveniencia. No podían arriesgarse a ser removidos de tan cómodos cargos. Necesitaban pasar sin trascendencia y sin idoneidad para ocupar y actuar con éxito decisorio, pero también prestigioso y por ello satisfactorio, puesto.


MILITARES DESOCUPADOS


Solo se interesaban en la limpieza y el orden del recién activado Centro de Operaciones Conjuntas COC. El descuido en el empleo de la información era notorio. No se usaba para toma de decisiones importantes, sino a manera de simples y morbosos chismes. Solo la búsqueda de culpables en rangos inferiores, por motivos operacionales, era la regla general. Mientras ellos, de rangos superiores, tenían muchas culpas por motivos administrativos y de comando.

Tenían disponible toda la teoría para descalificar a otros y nunca para una autovaloración de lo que en el nivel central se hacía. Reveses operativos que en gran parte, se debían corregir de arriba hacia abajo y nunca al contrario. Para eso era que servía la autoridad, no en forma positiva sino casi que retrograda. Al menos en la parte ideológica. La misma que era de su competencia, por ser su responsabilidad el nivel estratégico y no del nivel táctico. No era claro el cómo cambiar esa preconcepción, infortunadamente, arraigada por una larga tradición y falta de evolución.

DOCTRINAS MILITARES


DOGMATISMOS
No se podía intentar nada diferente porque sería violentar anticuadas costumbres y dogmas, que ya demostraban poca aplicación. Como durante generaciones anteriores esa inercia había tenido algún éxito, predominaba el criterio de mejor malo conocido que bueno por conocer, sin importar que la razón indicase la necesidad de innovar. Eso era riesgoso y hasta temeroso, por la infalible guillotina profesional de ser decapitado si el invento no funcionaba a plena satisfacción de un superior, terriblemente severo y dispuesto a evaluar más por capricho que por justicia. De esa forma la modernización era extremadamente lenta ya que no dependía de la instantánea fuerza argumental sino del muy lento relevo generacional.

Las culpas de lo que no salía bien, a nivel Brigadas o Batallones, siempre eran debidas a la falta de idoneidad en los subalternos, donde bastantes salían muertos o heridos, en combates fallidos. Y nunca debidos a los errores por las decisiones que allí se dejaban de tomar o las que se tomaban en forma inadecuada. Precedía mucho el concepto de la perpetua infalibilidad. Sus pensamientos se reducían a análisis de asuntos casi que meramente de nivel brigada. Muy lejos de los conceptos macro estratégico, ya fuesen del campo interno nacional y más del internacional, como debían ser sus objetivos y las proyecciones de su visión.

En varias oportunidades tratamos de hacer evidencia de la situación pero esos sanos intentos chocaron con diabólicos rechazos. Con explosiva y enojosa soberbia cerraban toda posibilidad de adelantar cualquier clase de autovaloración.


 ENOJADO MILITAR
Después supimos que algunos de los compañeros de trabajo habían abogado para que nos asignaran a una región alejada, peligrosa, de las clasificadas como de “orden público” donde se pasan incomodidades y peligros. Se libraban de alguien imprudente y poco reverente que, con sus puntos de vista, les hacía pasar incomodidades con la inconveniencia de nuestras apreciaciones.

 LAS MALAS COSTUMBRES

En el momento no lo supimos. Luego se descubrió que los molestos compañeros, con sus veladas influencias, supuestamente para degradarnos a manera de castigo, habían sugerido nuestra designación. Pero, al contrario, nos habían hecho un gran bien.  Con sus intrigas nos habían ayudado a salir de la leonera que tanto nos mortificaba y en donde tan incómodo nos sentíamos, para mandarnos a la ratonera. Allí podíamos aplicar las ideas e iniciativas reprimidas que nos exprimían sobre manera. Era una oportunidad de ocasión para gozar de la libertad y la autonomía que anhelábamos para actuar bajo nuestras maduradas y arraigadas convicciones. Excepto por una ligera inquietud sobre las incomodidades que se podían causar a la familia, que tampoco eran muchas, de resto nos sentíamos más que agradados con el traslado y la nueva designación en el cargo a una unidad militar con grandes retos por lograr.

Veíamos con naturalidad, las picaronas burlas que se hacían en los corrillos y las sarcásticas conversaciones relacionadas con nuestro nombramiento. No ignorábamos los comentarios de doble sentido e ironía que suscitaba nuestro nombramiento a esa guarnición.

Incluso hasta un oficial de una misión extranjera, quien pidió a mis superiores hacernos una entrevista, para una velada valoración. Tendríamos que trabajar coordinadamente y se atrevió a hacer una burlona pregunta sobre lo que él pensó era la gran preocupación y presuntos miedos que deberíamos tener por el traslado a tan difícil guarnición. Pero preferimos mil veces ser cabeza de ratón, con deseos de enfrentar un felino, que no una simple cola de león, espantando moscas.

Vimos en la asignación una oportunidad y una fortaleza en lugar de una amenaza o una debilidad. Situación que luego aprovechamos para sacar ventajas de ocasión, como así aconteció. (Tema de otra historia) 

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