CAIDA
TORRES GEMELAS
Para finales de 1991 acompañamos
a un grupo de alféreces de la Escuela Militar de Aviación Marco Fidel Suarez de
Cali, EMAVI, a una gira por los EE UU con el fin de hacer una complementación a
su formación y para familiarización con las políticas y doctrinas militares de
esa nación. Uno de los lugares a visitar en Nueva York eran las emblemáticas Torres
Gemelas del Centro Internacional de Negocios, en la isla de Manhattan. Temprano
tomamos los buses y llegamos al pie de ellas.
Yo estaba acompañado por un
oficial de la Fuerza Aérea Norteamericana de la especialidad de Inteligencia. Él
nos ayudaba a hacer coordinaciones y solucionar algunos asuntos administrativos
y logísticos de la gira. En este viaje me pasaron varias anécdotas con él y
esta fue una de ellas.
Al momento de llegar al pie
de las torres y desembarcar los buses, como coordinador de la gira, le informé
al personal de alumnos la hora de reembarque para el regreso advirtiéndoles que
los esperaba puntualmente. Eso extrañó a mi compañero quien me pregunto si no
pensaba subir a la parte alta de los rascacielos donde estaba el famoso mirador
de la ciudad, lugar de atracción turística. Le contesté que no. Que esperaría
leyendo un libro que había llevado para distraer el tiempo mientras los alumnos
y demás oficiales que nos acompañaban (Debía, Mosquera y otro que no recuerdo),
subían a la cúspide.
Desde la noche anterior, en el
hotel, había decido no subir a los edificios y por eso me armé de mi libro.
Había comenzado a sentir cierta prevención sobre esa visita sin ningún motivo
claro ni aparente, aunque palpable y real. Pensé que podría ser debido a la gran
altura, algo no justificado puesto que las alturas en edificios, en condiciones
seguras, no me atemorizan. Menos si se trata de la altura en avion. No quise inquietarme
ni ocuparme del asunto. Me dediqué a descansar para estar con ánimos para las
actividades del día siguiente.
El amigo se extrañó sobre
manera y me insistió diciéndome que era raro que yo quisiera perder una escasa oportunidad
y que para esas experiencias habíamos viajado desde lejos. Le dije que era
verdad, sin embargo, esos edificios no me interesaban. Le noté una ligera sonrisa
picaresca. No sabía si de burla o de sorpresa, que no quise indagar. De manera
repentina y como un reflejo instintivo e irracional sin ningún motivo, le
agregué. “Estos edificios me causan temor”. Con más curiosidad insistió.
¿Porque?
Yo ya no tenía ganas de
seguir contestando interrogatorios molestos que me hacían sentir incómodo y
demandas sobre algo que yo no podía explicar, porque ni yo mismo lo sabía. Además,
me daba prefecta cuenta que estaba actuando y comportándome de manera bastante
y suficientemente extraña como para que se me pudiera entender. Menos por quien
me veía como alguien bastante salido del contexto de la realidad. Para zafarme
del apuro, que yo mismo había provocado de manera mas que justificada, solo atiné
a rematar, aunque apenado, porque sabía que agregaría otras justificaciones
para agravar la situación con lo atrevido de lo que iba a decir: “Estos edificios
se ban a caer”. De inmediato me replico con un sorprendido, prolongado y algo sarcástico
¿Siiiiii? ¿Y cuándo? Contesté: “No lo sé, pero será”.
Cuando vio mi terquedad se
dio cuenta que era una tontería seguir insistiendo y calladamente se retiró.
Hicieron la gira y regresaron sin novedad continuando las visitas y olvidando
el suceso. Algunos de los compañeros se dieron cuenta de nuestra conversación y
de mi rechazo a conocer el lugar. Después supe que entre ellos habían comentado
el hecho. Algo que debió ser motivo de los chistes burlones con que uno de los
oficiales acostumbraba convertir las conversaciones corrientes y hasta las
serias, para llamar al atención con cosas superfluas, ya que no eras
propiamente muy brillante en inteligente y fino humor. Hábito que me era
desagradable. Debió ser tan comentado puesto que, incluso, llegó a oídos del
superior de gira, el Brigadier General, que por curiosidad me preguntó si yo
había subido contestándole que no y no me indagó más al respecto. Lo dejó en el
campo de algo extrañó aunque sin mérito para dar pedir explicación.
Un año después se difundió
la noticia de que habían puesto unas bombas en el sótano de las torres con tan considerables
daños que era evidente la intención de derribarlas. Lo que, afortunadamente, no
se logró. Creí que eso era lo que yo había presentido y que, para mí tranquilidad,
había resultado fallido. Debido a eso olvidé el asunto y no volvió a pensar en
ello. Era preferible que yo hubiese pasado por un tonto bastante raro y un
hazmerreir del paseo, puesto que de haber resultado efectivo tendría motivos de
remordimiento de no haber insistido con mayor fuerza en la advertencia.
Lo que si se me hizo raro
fue que mi compañero, “Riky” como se llamaba o se hacía llamar ya que tiempo
después supe que era un oficial de inteligencia, no hubiese ligado ese hecho
real con la advertencia anterior de un medio mitómano suramericano que había tenido
la osadía de hacerle la advertencia. Así fuese sin motivo o bajo una ligera duda
razonable. Lo disculpé pensando que si comentaba el hecho, sus superiores o
demás personas lo inculparían de descuido en sus funciones como militar del
área del espionaje donde hasta lo irracional debe ser evaluado. Necesitaba
protegerse de algo donde podía ser mal calificado y evitando molestias
profesionales.
Diez años después se
presentó el trágico ataque a los edificios. Estaba distraído en la casa y mi
esposa me comentó que había escuchado que estaban sucediendo unos hechos
extraños en Nueva York relacionados con un avion. Por ser asunto aeronáutico
pensó que debía ser de mi interés. Puse
las noticias, ya que si me llamó la atención. Pude ver en la televisión como
una de las torres estaba incendiada y explicaban que se debía a la colisión de
una aeronave. Pensé que simplemente se trataba de algún avion perdido en
idéntica forma como había sucedido con el Empire Estate, años antes. Lamentable
aunque poco explicable porque el cielo estaba bastante claro. Y que el edificio
resistiría el incendio debido a su colosal estructura. Que el fuego se extinguiera
por sí mismo, a pesar de las pérdidas humanas que causaría, porque una acción
contra incendio era casi imposible a esas alturas.
Tenía que acompañar a un
amigo aun taller y salí a esa diligencia. Cuando llegué al lugar, varios
clientes y mecánicos estaban mirando la televisión bastante callados. Me puse a
observar el incendio. De repente alguien comentó que la torre que mostraban
incendiada era la otra porque la anterior se había derrumbado. No lo podía
creer. Me quede pasmado. Como un rayo recordé mis temores y mi comportamiento
anterior.
Por una imposibilidad extremadamente
remota yo había tenido la sensación de lo que estaba aconteciendo. Que mi
explicación de lo que había presentido sobre la bomba del sótano no había sido
suficiente para olvidar el día de la visita. Permanecí un rato observando hasta
cuando la segunda torre comenzó a colapsar. Eso sí que menos lo podía creer. Sentí
nuevamente temor pero de mí mismo puesto que se había cumplido completamente
todo lo que haba sentido. Quise decir en voz alta: “Se cumplió”. Pero me di
cuenta que nuevamente iba a hacer el ridículo ante los demás espectadores y de
seguro querrían saber el motivo de mis palabras. Daria ocasión para que se me
acosara con burlas como ya había pasado con “Riky”. Sería motivo de chisteas y
respuestas que en ese momento mucho menos quería dar.
Regresé a mi casa preocupado
guardando adecuado control. Tiempo después he contado esta anécdota a algunos
allegados y a las personas que sé que me escucharán con prudencia, así no lo
crean, y que no cometerán el atrevimiento de hacerme comentarios salidos de tono,
molestos para mí.
Es increíble que los gringos
no hubiesen hecho algo, así fuese somero, para evitar el ataque, si hubiesen
comprendido la sugerencia de cuidar las torres gemelas cuando se advirtió, a
finales de 1991, que caerían. En lugar de prestar atención su delegado rio. Al
poco tiempo había sucedió el fallido atentado de la explosión en el sótano y,
después, el bombardeo aéreo, que las destruyó. No fueron capaces de creer la
afirmación. Pensaron que eran ideas de locos y cuando fue realidad, ya era
tarde. Viendo que había sido cierto, se hicieron los que no sabían ni
recordaban que habían sido advertidos. La alerta se cumplió tal como se
anunció.
El Capitán Norman Dixon,
sicólogo del ejército inglés, escribió en su libro “La Sicología de la
Incompetencia Militar”. La resistencia al cambio, el apego férreo a esquemas
demasiado arraigados, tradicionalistas, aunados a orgullos sobredimensionados,
no permiten a las organizaciones militares, fuertemente inerciales,
doctrinariamente rígidas, muy verticales, piramidales, tradicionalistas,
conservadoras y poco receptivas, ver más adelante de la nariz. Iván González.
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