IDEAS RARAS
Intentar
conquistar el aire tiene sus riesgos. Hay que superar obstáculos de todo tipo.
Incluidos los que están lejos de los asuntos puramente aeronáuticos.
La
reglamentaria evaluación que se hace a los alumnos, para ser graduados como oficiales
en la FAC ,
implica ser competente en tres campos. El principal, la valoración militar, que
es la formación profesional y por ello lo fundamental. Hay que ser Comandante
cuya esencia es el uso de la autoridad. El segundo. El académico, donde se
capacita como administrador o en una ingeniería. Porque es la habilidad para
ser diestro dentro de la organización. Y el de la especialidad. Dentro de la
cual está el pilotaje, entre otras, para emplear una sofisticada tecnología o sobre
un aspecto especifico de la vida militar. Cuando se tienen dudas en lo
aprendido por el alumno, en cualquiera de ellas, se siguen tres pasos con
crecientes niveles de evaluación.
No
calificábamos dentro de los alumnos brillantes, más bien regular. Lo confesamos
sin hacer alarde sarcástico de la mediocridad, solo para hacer justicia a la
verdad. Por ello, fuimos presentados a la última Junta Evaluadora para calificar
el aspecto militar. Ella decidía nuestro destino profesional. No habíamos
logrado la calidad mínima exigida en los asuntos militares, según las previas
evaluaciones. En las otras competencias, la académica y la especialidad, los
méritos eran satisfactorios, Por eso el caso se pasó al último y definitivo
nivel, la Junta
Evaluadora para graduación, como se llamaba, para discutir y decidir, sin apelación.
La
Junta la presidía la máxima autoridad de la Escuela , el Director, quien tomaba la decisión de
ser graduado o retirado de la vida militar. Como el titular no se encontraba,
debió ser presidida por el Subdirector, que en ese momento era un oficial de
grado Teniente Coronel. Los motivos eran la poca capacidad de mando, débil
liderazgo, actuar en forma desacorde en el uso de la autoridad, actitud remisa
para ejercer el rango y otras ideas relacionadas con las destrezas necesarias de
un militar.
Esas
no eran nuestras características ni el perfil, según los evaluadores, de quien,
en el futuro, debía lograr obediencia sin restricciones, dominar la mentalidad colectiva
de los subalternos y ser autosuficiente. Explicaciones que presentaron los
superiores inmediatos con elaborados argumentos de mediano valor aparente. Mientras
discutían esperábamos afuera del salón, donde se reunía el tribunal, con alguna
inquietud, hasta cuando se nos llamaran a dar las explicaciones, como era el
procedimiento.
SALA
DE JUNTAS
La
Junta estaba compuesta por el Mayor Comandante de Grupo de Cadetes. Un oficial
de poca actitud y aptitud para ser el líder directo de los futuros oficiales
que dirigirían la institución. Comportamiento que nos era evidente a los alumnos
pero que respetábamos puesto que era el superior designado al cargo, así no demostrara
liderazgo por merecimiento sino solo por nombramiento. Lo debíamos acatar así
no fuese del agrado personal.
Por
ello permaneció en el cónclave casi como convidado de piedra. Sin mucho que
decir, ni en contra ni en favor del criterio del Teniente, quien era el
Comandante de la Escuadrilla de la que hacíamos parte y quien no simpatizaba
con nuestra forma de ejercer la autoridad.
Era
de la especialidad de infantería. Rama donde, en ese tiempo, primaban y se
tenía por méritos el uso de la mentalidad imperativa, los criterios de la rudeza
del grado, la palabra brusca, el comportamiento agreste y hasta retrogrado con
el subalterno. Muy aficionado a la actividad deportiva y muscular a la que daba
mucho valor como preponderancia para la calidad militar. Fue quien estructuró
la recomendación negativa para la Junta Clasificadora que decidiría. Además de otros
los oficiales responsables del campo académico y el de vuelo.
Cuando
se nos pidió pasar al frente del tribunal, ya teníamos la convicción de ser
claros, precisos y directos en los argumentos. No podíamos desechar la oportunidad
de evidenciar lo que, durante los años como alumno, no habíamos compartido porque
era imprudente manifestarlo a riesgo de ser tenido como desadaptado y por ello no
apto. Atrevimiento que nos costaría la aspiración a la carrera militar. En el
caso de que fuésemos despedidos por decisión de la Junta dejaríamos, como
mínimo, la inquietud de lo que no debía seguir sucediendo y debía corregirse.
Corríamos el riesgo que las cosas, en lugar de salir a favor, agilizaran el despido.
Nos llamaron y el presidente expuso lo que se acaban de discutir y pidió nuestra
opinión.
Pensamos
que la mejor estrategia no era descalificar a los detractores de nuestro desempeño,
sino la de calificar nuestro comportamiento.
Comenzamos por decir que los superiores directos, que nos evaluaban de no
apto, tenían toda la razón. Se notó en sus caras el alivio por haber encontrado
una contraparte racional y sumisa a su indiscutible autoridad. Creyeron que la
solución se las estaba facilitando y todo terminaría rápido, en los mejores
términos.
Por
el contrario, el Presidente de la Junta, puso cara de extrañeza. Eso no era lo
acostumbrado en esas circunstancias ni toma de decisiones. Ni los argumentos de
alguien que, se supone, debía defenderse a toda costa, incluida la vía de
descalificar a la contraparte.
Interpeló
para preguntar por qué creíamos en eso, que aunque les estaba agilizando el
proceso, tenía la curiosidad de saber en qué nos sustentábamos. Dijimos que eso
era lo que quería exponer.
“Siga
González”, nos pidió en tono cordial. Continuamos diciendo que no calificábamos
para la graduación porque habíamos sido evaluados sobre los parámetros del
costumbrismo. Las rígidas e injustas normas no legales pero si vivenciales. Que
para calificar se nos había exigido mandar con aspereza en la voz, con
imprudencia en la actitud, usando el temor y las amenazas. En general, con procedimientos
que, incluso, se aproximaban al campo del abuso. Que eso no era doctrinario ni reglamentario,
más sí era en la práctica cotidiana. Que nuestros compañeros calificaban para
la promoción por actuar como extranormativamente se les exigía, pero que se
podía notar que hasta ellos fingían, porque sabían que si no lo hacían, no
calificaban. Lo hacían por necesidad mas no por creencia doctrinaria
Que
no habíamos querido seguir esa línea, aunque lo habíamos soportado en gran
parte y habíamos preferido asumir el riesgo, como el que corríamos en ese momento.
Pero que aunque practicábamos conscientemente esas malsanas costumbres y
deformaciones del concepto del buen liderazgo y la justa autoridad, no las compartíamos.
Nuevamente
intervino el presidente del tribunal, no enojado pero si inquieto, para
preguntar como podía demostrar lo que estaba diciendo. Le dijimos que la prueba
estaba presente. Que a esa Junta se había llevado un resumen del desempeño, y sugeríamos
revisar, en detalle, la Hoja de Vida, que allí tenían. “Ya la he leído”, dijo
el presidente.
Seguimos.
En ella podía verse que en ninguno de los conceptos y valoraciones mensuales,
durante los años de estudiante, no se había escrito que nuestros subalternos
nos hubiesen desobedecido por insuficiencia o mal uso de la autoridad. Mucho
menos se habían insubordinado por abusos. Ni se había plasmado, como defecto,
que usáramos formas agrestes de autoridad. Aspectos que no podían consignarse en
ella porque todos sabíamos que si lo hacían habría sido tan inapropiado como antirreglamentario.
Sin embargo, si lo habían expresado en el concepto y el resumen final, el de
último momento para la discusión de la Junta, mas no sustentado en la hoja de
vida, meticulosa y periódica, que normalmente no se leía con detalle en ella.
Por
ello calificábamos para el ascenso. Esa era la demostración del argumento. Que
siempre habíamos abrigado la esperanza de que la institución trata a sus
hombres con ecuanimidad y, por ello, que la institución nos reconocería la
razón y la valides de esa forma de pensar que eran nuestras convicciones. De lo
contrario habríamos pedido el retiro antes, por nuestra cuenta.
Las
iniciales caras complacientes se estiraron más de lo previsto. Un momentáneo
silencio se dio en el sacrosanto recinto. Y las miradas, que antes estaban todas
en nosotros, cuando terminamos, se dirigieron al Presidente. Este, siendo un
oficial inteligente, brillante y de inquietudes intelectuales, no desaprovechó
la ocasión para saber de donde habían surgido esas tan “extrañas ideas”, como
las calificó.
Si
él no perdía oportunidad, nosotros tampoco. Podíamos dar una lección de cordura
y evidenciar la fingida mentalidad y la hipocresía de la doble moral de quienes
nos rechazaban. Y nos habían hostigado exigiéndonos usar la autoridad de manera
imprudente con el uso abusivo y atropellador del mando.
Respondimos,
que antes de ingresar a la Escuela Militar éramos más disciplinados que en la misma
milicia. Incluso, que debimos ocultar esa cualidad porque no era entendible en
el ambiente militar. El que habíamos encontrado en la manera de adoctrinar a los
alumnos aspirantes a la profesión militar. Que el mérito se interpretaba con sumisión
sin restricción confundiéndolo con la ciega obedecía debida. Que algo de nuestra
inconformidad se podía notar, porque acatábamos
pero sin convencimiento. Y de esa forma habíamos logrado permanecer hasta ese
momento.
Que
habíamos sido, más que educados académicamente, formados espiritualmente por
sacerdotes. Ellos nos habían inculcado la obediencia y la subordinación. Y el
uso justo de la jerarquía y la autoridad por la vía de la “convicción” y no la
de la “imposición”, como era lo acostumbrado en lo militar. Donde bastaba hacer
lo correcto para ameritar. Como simplemente limpiando todo cuanto estuviese
quieto y saludando cuanto se moviese.
Estábamos
tan convencidos de lo inadecuado de esa doctrina que preferíamos pedir el
retiro voluntario, para salir con la dignidad ilesa. Y si eso no era posible, incluso,
el ser despedidos. Mas como considerábamos que la institución era ecuánime, nos
reconocería la razón. Justicia que, desde antes de ingresar, prevalecía en la
FAC. Y si en algún momento hubiésemos pensado que no lo era, no nos habríamos interesado
en ingresar a ella. O nos habríamos marchado cuando descubriésemos que no lo
era antes de la presente valoración.
Habíamos
tirado todo por la ventana y nos habíamos lanzado al agua, apenas aprendiendo a
nadar. Hablar así a los superiores era irreverente, imprudente, insumiso y hasta
ofensivo. Mas el lúcido oficial, guardó la calma diciendo que era suficiente, que
analizarían el caso. Nos ordenó salir y nos llamaría para la conclusión final.
No
demoró y llamaron. Inició expresando que aunque la mayoría estaba de acuerdo en
nuestra falta de idoneidad militar, él estaba en desacuerdo con la Junta y tomaba
la decisión de que podíamos graduarnos. Era su responsabilidad profesional basada
en su convicción personal, pero esperaba “que no lo hiciéramos quedar mal”. Que
debía demostrar, con buen desempeño profesional, que esas “ideas raras” eran
válidas.
Agregamos
que no lo defraudaría. No en plural, como debió ser, sino en singular para enfatizar
que era un compromiso personal, entre ambos, y no colectivo con el resto de la Junta , que estaba en contra
de nuestras ideas. Así fue como iniciamos la vida profesional en el campo
aeronáutico militar.
INGRESO DE UNA NUEVA PROMOCIÓN
Durante
todos nuestros estudios, especialmente durante el bachillerato, tuvimos un
conflicto entre lo real y lo académico. Teníamos aprecio por todas aquellas
materias que eran de orden práctico, de rápida aplicación y de uso realístico,
que produjeran efectos tangibles en la vida diaria. Por supuesto eran las
cátedras técnicas y las ciencias exactas, como la física o la química. Aún
hasta las artes manuales como la carpintería, la mecánica, la electricidad o la
agricultura. Lógico que las contrarias,
las de conceptos puramente teóricos, analíticos, como la filosofía, el derecho
o las ciencias sociales, no eran de nuestro agrado. Por lo vaporosas y ambiguas.
Las dadas más a la dialéctica que es manipulable con destreza para confundir.
La
contraposición se manifestaba en las buenas calificaciones en los temas
preferidos. Donde era importante el conocimiento teórico pero solo hasta cuanto
era ejecutable en la realidad en forma inmediata. Complacencia que no se daba
en aquellos razonamientos que no tenían posibilidad de producir resultados
tangibles. Y, por supuesto, de dudosa posibilidad en dar retribuciones
económicas o de escalamiento social visibles.
Estudiábamos
con detalle los temas agradables e ignorábamos los no tan agradables. El
resultado eran las buenas notas en los primeros y malas en los segundos. Lo que
nos colocaba en el estrato de los alumnos que sacaba calificaciones promedio y,
en algunos casos, en los bajos. Lo confesamos con pena. no para hacer alarde de
la mediocridad académica, como valor personal, sino para hacer honor a la
verdad de nuestra deficiencia personal. Siempre nos ha sido difícil aprender
cuando no entendemos plenamente las razones que fundamentan las ideas. Además
no somos hábiles en comprender rápido, como los alumnos simplemente memorísticos
para cumplir con una nota, que resaltan por ser inteligentes.
Por
supuesto que ese conflicto en la forma de pensar, durante los seis años de
bachillerato, comenzaron a darnos dudas sobre la posibilidad de ejecutar con
éxito una carrera universitaria. La necesaria para alcanzar un diploma o
certificado profesional de la cual poder vivir con dignidad. Entonces, en los
últimos tres años, aun en contra de nuestro gusto interior, nos dimos cuenta
que teníamos que alcanzar mejores niveles escolares que los obtenidos en los
años anteriores.
Aun
con esa lucha interna logramos buenas
calificaciones cuando terminamos la educación media. Las qué posteriormente nos
fueron de utilidad para ser admitidos en la academia militar.
FORMACIÓN DE CADETES
La
aspiración fundamental era la de poder estudiar la sofisticada profesión de la
ingeniería aeronáutica lo cual sería imposible porque la familia no tenía los
recursos económicos para pagar esos costosos estudios. Los que se hacían en el
exterior porque no los habían en las cátedras universitarias del país. Pensamos
en estudiar algo próximo, como el pilotaje, pero ni aun así era posible. La
única alternativa era la Aviación Militar que por ser subsidiada por el estado
si era posible. Al menos de las muy generosas y humanitarias tías que disponían
de recursos económicos y querían ayudarnos, además de tenernos aprecio.
Pero
eso implicaba aceptar la profesión militar sobre la cual no teníamos ninguna
aspiración, menos provenientes de una rica formación religiosa en temas
humanitarios y de sensibilidad social. Donde lo primaba la mansedumbre del
espíritu, la tolerancia y demás virtudes del alma. De tal manera que debíamos
aceptar nuevamente otra contradicción, aun mayor, si queríamos seguir el
proceso de cualificación personal y escalar la pirámide de la estratificación
social. Pues así lo hicimos. Y los resultados académicos anteriores fueron de
mucha utilidad para ser admitidos en la academia de Aviación Militar.
El
conflicto en el campo militar fue mayor. En ese tiempo el contenido temático
militar daba ponderación a las capacidades físicas sobre las justificaciones
intelectuales. No porque ellas no lo tuviesen, como descubrimos después que si
existían, sino por el pobre conocimiento sobre la ciencia y el arte militar doctrinario
de los instructores. Además de su débil capacidad pedagógica. Por ello
pretendía hacernos ver que la destreza militar no estaba fincada en el
conocimiento sino en la capacidad física. En lo material antes que lo
intelectual.
Aunque
tampoco faltaban disgustos con materias que veíamos casi que inútiles para la
profesión. No porque no tuviesen valor como cultura universal, sino porque el
restringido margen de empleo. Entre esas estaban el estudio del idioma francés.
Había sido implantado por exigencia de esa nación porque debido a nuestra pobre
tecnología habíamos tenido que comprar aviones supersónicos de combate a Francia.
Los manuales y la literatura relacionada estaban publicada en francés.
Documentación que ellos debieron traducir al español cuando aspiraban a que los
eligiéramos como proveedores de sus equipos.
Esa
nación se había aprovechado de nuestra necesidad para hacer transculturización
de idioma y de la forma de pensar. Lo que nos era evidente. Cultura que aunque
buena en algunos aspectos eran innecesarias en muchos otros para nuestro medio
e idiosincrasia. Además de una restringida utilidad pues sería solo aplicable a
un pequeña grupo de los alumnos que llegarían a ser parte de la exclusiva elite
de pilotos de esas aeronaves. En especial la odiosa psicorrigidez innecesaria
de los profesores galos autoritarios, fríos y acerados. Pedantería que ofendía.
Era evidente nuestra dependencia por la vía de tecnología militar ante nuestra
total ausencia de autosuficiencia.
Estábamos
repitiendo, sesenta años después, los mismos conflictos presentados a comienzo
de siglo cuando fueron contratadas las comisiones extranjeras para la
profesionalización de los militares de carrera en Colombia, después de la
nefasta guerra de los mil días. En especial en1907 cuando el general Rafael
Reyes fundó la Escuela Militar en Bogotá.
Entonces
la rebeldía cerebral nos inducía al aburrimiento. Lo que fue notado e hizo que
fuésemos calificados de alumnos inferiores al promedio.
Aunque
de todas formas logramos calificar para graduarnos al ingreso a la carrera
militar profesional. Posteriormente nos fuimos interesando por otros conceptos.
Con más libertad, decidimos estudiar otras materias que eran complementarias a
la actividad militar. Como por ejemplo la administración de empresas y la
ingeniería aeronáutica pero ya como estudios de autoformación y no tanto de los
reglamentados dentro de los cuadriculados esquemas académicos universitarios
militares. Cuando lo que apremia es obtener títulos profesionales como recurso
de vida. Con la paga militar solventábamos nuestras necesidades. La profesión
militar ya nos podía facilitar el satisfacer la curiosidad intelectual. Sin
depender de los títulos académicos y con diploma para buscar una plaza laboral.
Nos
exponíamos, dentro de nuestro entorno profesional, a ser vistos como “mentalidades
intelectualistas o eruditas”. Que por supuesto y en contraparte no lo suficientemente
fieros guerreros ni aptos para el combate. Como se acostumbró con las
generaciones de oficiales que fueron saliendo de la Escuela Militar después de
su fundación en 1907. Eran, según los anteriores a ellos los de mentes
distantes de la que se consideraba la adecuada actitud militar. Porque los
calificaban peyorativamente y de manera burlesca de los “filosofistas”. Los que
los situaba en el lado de los no tan aptos puesto que se suponía que para ser
militar debía primar el coraje, la osadía y las muestras de disciplina, antes
que el buen desempeño académico.
Con
el tiempo nos fuimos interesando más por los asuntos teóricos de la vida
militar. Encontramos empatía entre la gerencia y la administración empresarial
con lo que era el manejo de los recursos militares. Más desde el punto de vista
gerencial qué puramente el militar. Que se requieren conocimientos tanto de
manejo logístico como el de las operaciones. Pues, según la historia, las
fuerzas militares antiguas fueron las creadoras de la ciencia de la
administración moderna. Como fue el caso de los grandes triunfos de Alejandro
Magno a quien se le considera el creador de la ciencia de la logística. En
especial por la vía marítima que con las flotas seguía las costas por donde
avanzaban los ejércitos.
Encontramos
que dentro de la vida militar hay mucha tecnología y por eso se nos fue
haciendo de nuestro mayor interés. Donde hay un bagaje de conocimientos de
amplio espectro muy interesante y acorde con nuestra forma de pensar. Los que, en
un comienzo, no nos fueron enseñados. Con el tiempo nos fueron revelados y se
nos fueron haciéndonos gratos. Por ello, aprendimos a valorar y querer lo
militar. Lo que no nos atraía tanto cuando ingresamos.
Porque
además de los conocimientos técnicos también aparecieron los filosóficos y
sociales de la vida, la cultura y la doctrina militar. Ideas raras que
visualizo el presidente de la Junta evaluadora que debía decidir si podíamos
ser oficiales de la Fuerza Aérea Colombiana. Cuándo nos calificó de personas
con “ideas raras” que para nosotros fue más una valoración positiva que un
demérito personal. Y no porque estuviésemos tratando de sacarle ventajas y
provechos a un momento coyuntural de nuestra vida y o a la adversidad que nos
podía arropar en ese instante, sino porque estábamos evidenciando la verdad. El
tener ideas raras.
GENERAL MANUEL JAIME FORERO QUIÑONEZ
Casi
20 años más tarde, con grado de Mayor, del rango intermedio denominado de los Oficiales
Superiores. Regresamos a la misma Escuela Militar de Aviación, ya como
instructores de vuelo, lejos de ese tiempo de alumnos. Un día salimos a recibir
a un alto oficial, quien llegaba desde Bogotá. Resultó ser el mismo que nos había
decidido la suerte en la Junta. llegaba
en visita protocolaria. Tenía el máximo grado como distinguido General y
ocupaba el más alto cargo militar en la cadena de mando del país. El de
Comandante General de las Fuerzas Militares de Colombia.
Al
bajar del avión y en la medida en que pasaba por el frente de la línea de recepción,
con su asombrosa memoria, correspondía a los saludos por el nombre de cada uno.
Cuando llegó frente a nosotros lo saludamos militarmente. Nos estrechó la mano
y, sin soltarla, se detuvo para de decirnos algo antes de continuar. Con voz clara
nos preguntó con curiosidad.
¿González,
usted todavía está en la
Escuela ? Respondimos que habíamos estado en otras bases áreas pero que hacía poco habíamos
regresado.
¿Y
todavía tiene esas “ideas raras”?
Nos
sorprendió con algo que habíamos olvidado. De inmediato, recordamos lo que
había dicho en esa lejana ocasión. El reto que nos había lanzado y el que habíamos
aceptado. Le dijimos que no las habíamos cambiado.
“Usted
ya es oficial superior. Eso indica que no me ha hecho quedar mal”. Y, en tono
más ligero, como a manera de concejo y secreto personal, agregó. “Siga así que
usted tenía la razón”.
Y continuó
saludando al resto que esperaba. Los demás asistentes estaban extrañados de la repentina
e inusual charla. Ellos presumían, como es lo corriente para estos casos, que
debía estar haciéndonos alguna exigencia o recriminación profesional y nada
sobre algo personal. Pusieron atención pero sin lograr comprender de qué se
trataba.
Después,
en una reunión social, los compañeros revieron el tema del inesperado dialogo
con el alto Comandante. Preguntaron sobre que se había tratado y les contamos
esta larga anécdota. Les pusimos en evidencia que si habíamos podido demostrar
que era correcto lo que pensábamos, no era tanto por meritos. Era porque él era
un oficial que sabia decidir de manera lógica, mandar con argumentos motivados y
con inteligencia. También era un Comandante que sabia asumir responsabilidades.
Aun en contra de los pronósticos de sus asesores, había obrado basado con justicia
institucional. Más por lo racional que por lo emocional.
INSTRUCTORES DE VUELO
Por
este asunto militar fue como, luego, experimentamos las aventuras aeronáuticas,
que compartimos en este blog.
Buen
vuelo y favorables vientos, Ícaros Aeronautas.
Cordialmente:
Coronel Iván González
Iván Darío
ResponderEliminarLa "ideas raras" siempre han sido un peligro dentro de las instituciones, los gobiernos, las empresas y hasta las familias. El statuo quo tiene mucha raigambre en las mentes cortas y en las personalidades débiles.
Basta recordar Galileo, Copérnico, Jesucristo, Simón Bolívar, Bruno, Martín Lutero, Gandi, Nelson Mandela, Martín Luther King, Gorvachov, Los que lideraron la modernización de Japón, (La revolución Meiji), etc. etc.
En algunos casos la resistencia a aceptar las verdades lleva grandes tragedias y grandes errores, como la revolución francesa o la revolución rusa y otras veces a grandes sufrimientos como las guerras de independencia.
Luis Fernando