"LO
QUE EL CIELO NO PERDONA"
Sacerdote
Fidel Antonio Blandón Berrio
(La
narración sobre “La Violencia Política” en el occidente de Antioquia)
Capítulo
XVIII
¡Loor
a las Fuerzas Militares!
Colombia perdió su prestigio en el concierto de las naciones y había despedazado sus propias conquistas en todos los campos. Pueblos, aldeas y caseríos convertidos en ruinas. Millares de hombres vilmente asesinados. En este libro se da una idea de lo que era Colombia en aquella época nefasta y su fin es que, al amparo de nuestras gloriosas Fuerzas Militares, reconozcamos “en el corazón de la infinita amargura de esta etapa siniestra” luchemos sin tregua por corregir tan bárbaros errores. Para que todo aquello de lo que apenas he dado una borrosa idea y que se estaba acabando con nosotros NO VUELVA A OCURRIR.
Desde
que se desató la inclemencia, todos los colombianos cifraron su esperanza en
las Fuerzas Militares, FF MM. Confiaban en que llegaría un día de libertad en
que un hombre daría el grito de libertad de paz y de justicia. Nadie sabía,
pero esta fecha sería el 13 de junio de 1953. Ni que ese hombre se llamaría el
Teniente General Gustavo Rojas Pinilla.
Las
gentes humildes, que se veían obligadas a escoger entre la muerte y la fuga,
pusieron sus esperanzas en los Soldados de la patria. Todos clamaban por un
golpe militar. La historia de esta hecatombe tiene muchos ejemplos de casos
extremos y de vidas que se salvaron por la intervención de los militares. De
una circular de las guerrillas de Yacopí al pueblo colombiano, el 1 de agosto
de 1952, se saca siguiente testimonio:
“A los
miembros de las FF MM (Ejército, Marina y Aviación), que os deis cuenta del
momento histórico que vivimos y que comprendáis el anhelo de todos los
colombianos para que no sigáis sacrificando valiosas vidas para la patria en
aras de un gobierno despótico y antipopular, amparado por un mito de jerarquía,
que la razón y la conciencia condenan. Sabemos que en vuestras filas militan hombres
de bien. Muchos de los cuales han visto destruir el hogar de sus mayores y
salir desterrados a sus seres más queridos del lugar nativo, buscando refugio
en las ciudades y una tranquilidad que no encuentran.
Sabemos
de vuestras protestas calladas y de vuestra inconformidad. Vosotros aún podéis
detener este torrente de sangre y darle paz a nuestra bella Colombia. Teniendo
presente que si cumplís con el deber, que la patria os manda, terminará la
matanza entre hermanos”.
Casi
con idénticas palabras se expresó el jefe de las guerrillas del Suroeste
de Antioquia (Juan de Jesús Franco,
llamado el “Capitán Franco”, desde Urrao) en carta al gobernador militar varias
veces citada. Le recalca que la guerrilla estaba librando la misma batalla que
el Ejército culminó incruentamente el 13 de junio. La prueba de que el aserto
de que todos los colombianos tenían puestas sus esperanzas en los militares,
fue el júbilo y el alborozo que la patria entera recibió este acontecimiento
salvador.
Con la
misma confianza con que se había botado a todas las plazas de todas las calles
para ofrendar el aplauso multitudinario de su admiración y de su gratitud al
egregio mandatario militar que recibió la misión sublime de rescatarla y
devolverle la paz.
A
través de la historia política de Colombia la lucha entre los dos gloriosas
colectividades tradicionales en que se divide la opinión ciudadana se ha
convertido casi siempre en la más grosera pugna. Ha sido la endemia, y la
gangrena nacional.
Una y
muchas veces el Ejército Nacional, por su patriotismo bolivariano y por su alto
concepto disciplina, ha sido la única solución de nuestras contiendas políticas
internas. A pesar de que también ha habido ocasiones en que uno u otro de los
partidos ha logrado corromper el sagrado espíritu militar en beneficio de sus
intereses facciosos con perjuicio de la democracia. No ha sido este fenómeno en
si una falla de las Fuerzas Militares, sino un crimen de lesa patria, que han
cometido unas veces los liberales y otras veces los conservadores.
Este
relato largo apenas bosqueja los pocos casos de un pequeño sector del país. Son
un testimonio irrefutable los extremos de barbarie criminal a la que llegó la
rivalidad entre los partidos. Utilizando el uno y el otro método más
antipatrióticas más primitivos y vulgares, para lograr sus fines egoístas y
sectarios.
Solapadamente
se llegó a la extrema y aviesa intención de querer profanar la disciplina y la
moral de nuestras FF MM, poniéndolas al servicio de los intereses politiqueros
para su propio beneficio. La conscripción militar se hacía con miras a formar
un Ejército parcializado de secta. Dando de baja prominentes oficiales de toda
graduación por el hecho único que tenían política distinta a la del partido
gobernante.
A
otros se les envió con criterios de selección política como carne de cañón al
frente de Corea. A cambio de los soldados de nuestras filas militares las
Naciones Unidas ONU, dieron a ese gobierno un equipo de armas modernas que se
utilizó en nuestra propia patria para la lucha contra ella misma y matar miles
y miles de sus propios hijos. Se humilló a oficiales y soldados. Se negaron sus
merecidos ascensos y se les desconsideró porque calculaban que no eran adictos
a ese nefando gobierno. Ni podían, como hombres honrados y militares dignos,
estás de acuerdo con las infamias que por doquier se cometían.
Pero
al frente de las Fuerzas Armadas había un hombre digno de ver y de
responsabilidad que supo mantenerse a la altura de su misión, preservando el
Ejército de la corrupción política y formando en cada soldado una convicción
profunda de patriotismo y disciplina. “El Ejército Nacional fue adquiriendo una
fisonomía civilista, de absoluta imparcialidad política, que lo ha colocado en
una posición de ejemplo ante el mundo entero”. Bajo la inspiración de su comandante
General había llegado a ser completamente ajeno a la política. Pero en un
momento en que el sectarismo no respetó el noble espíritu militar colombiano y
la política reinante emplazó sus baterías contra el ejército.
Este,
“que hasta donde había podido se había mantenido al margen de la lucha, se
encontró de pronto con una confusa situación espectador y de actor. Espectador
del grave proceso, dándose cuenta de que la locura de unos cuantos estaba
precipitando una crisis sin precedentes dentro de los valores morales y
jurídicos del país. Y actor, porque como guardián de las instituciones, le
correspondía defender al gobierno contra los ataques de una fuerza armada
(Nota: Se refiere a las guerrillas de autodefensa liberal que se habían fugado
al monte para salvar sus vidas de la persecución de los gobiernos conservadores
de Ospina Perez y Laureano Gómez) que se iba haciendo cada vez más numerosa”.
Aquí
estaba el problema delicadísimo que el Ejército tuvo que afrontar. Pues por
disciplina tenía que defender al gobierno, pero el gobierno está violando todos
los principios de la constitución nacional. El Ejército y su glorioso
comandante se dieron cuenta de su misión trascendental y de su deber de poner
coto al desenfreno de salvar la República. Afortunadamente las FF MM tenían
respaldo absoluto e irrestricto de las grandes mayorías de la población del
país. Y de todas las masas, inclusive el movimiento guerrillero nacional que
sólo confiaba en las FF MM y que estaba
librando conscientemente la lucha que ella debía coronar.
El
gobierno (conservador) se dio cuenta y
comenzó por halagar y hablar a las Fuerzas Armadas, pero cuando vio que este
juego no le daba resultado, optó por decapitarlas y purgarlas poco a poco,
hasta llegar a su comandante General. En vano había intentado mucho antes hacer
una división en el seno mismo del Ejército. Pero antes que todo, hay que hacer
notar, para gloria de las FF MM, que jamás tuvieron ambición de mando, y que
sólo buscaba rescatar y salvar la República a sus principios soberanos.
Una y
otra vez procuró el gobierno desembarazarse del General Rojas Pinilla,
alejándolo del país con infantiles caramelos, para quitarle su influencia en el
Ejército. Primero se intentó enviarlo a Guatemala en condiciones degradantes
para el Ejército. Y subordinado a políticos de partido para buscarle, luego, un
“Tenete allá”. Después se le quiso nombrar Jefe del Estado Mayor
Interamericano, en Washington. Y Urdaneta (encargado por Laureano de la
presidencia argumentando males de salud), presionado desde los entretelones por
el basilisco (Laureano), quiso obligarlo aceptar el nombramiento.
Afortunadamente, toda la oficialidad se dio cuenta de la trama eximida sin
miras de ninguna clase, todas las FF MM respaldaron, como un solo hombre, a su
egregio comandante.
Pero
con profundo sentido diplomático y con perspicacia, Rojas Pinilla se dio cuenta
de la delicada situación del gobierno y, para evitarle una caída prematura,
tuvo la abnegación y el heroísmo de aceptar el puesto en el exterior. Cuando
regresó, en 1952 encontró la situación todavía más delicada, y quiso,
inclusive, dimitir, lo cual no ocurrió. Y por eso la cobardía de aquel binomio
presidencial Gómez/Urdaneta temía por todas partes.
Lo que
querían era alejarlo del país. En abril de 1953 se intentó enviarlo a Alemania
en misión especial, pero los altos militares, nobles en todo momento,
descubrieron la trama de siempre. El ministro de Guerra Bernal, tenía gran
interés en que el General saliera para ese viaje. De ahí que, en pleno
aeropuerto de Techo y a punto de salir, el militar canceló su viaje, leal y
heroicamente presionado por los oficiales bajo su comando. La Asamblea Nacional
constituyente de Laureano Gómez y Roberto Urdaneta se reuniría 15 de junio de
1953. (El gobierno tenía interesen reformar la constitución que favoreciera a
su gobierno. Supuestamente con el argumento de poder disponer del medio legal
de sacar al pueblo de su desgracia. Pero la intención real era la de aumentar
la autoridad para arreciar la persecución de la oposición ejercida por el
partido liberal).
Pero
había un obstáculo grave muy visible: el Teniente General Gustavo Rojas
Pinilla. Hombre ecuánime y militar con doloroso de alto prestigio. Su
prolongación era el Ejército Nacional en persona. El Ejército había labrado y
sostenido la nacionalidad y era defensor neto de la constitución. (El General
Rojas estaba enterado de la realidad que acontecía en muchas alejadas
provincias de la nación. Sus subalternos, oficiales nombrados de alcaldes
militares y muchos Sargentos envidados en comisiones de pacificación a diverso
municipios, rendían sus informes periódicos sobre la situación en esos
lugares. Donde se había recrudecido la
violencia entre las autoridades oficiales conservadores usando, con mucha
frecuencia, la violenta Policía Política, Popol o "Chulavita", y
entre los llamados “Bandoleros Liberales” o “Guerrilla” que se defendían de la
persecución).
El
General era, pues, una influencia reguladora y vigilante de un peligro que el
gobierno debía evitar a todo trance. ¿Cómo? ¡Decapitando!. No había sido
posible alejar a al jefe del Ejército del país con ningún motivo. Por ello las
maniobras de tramoya, que tendrían que aprobar los genuflexos constituyentes,
corrían peligro ante la ecuanimidad y honradez del comandante General de las FF
MM. Se lo llamaría entonces a calificar servicios, y si en el caso, se le
sacaría del medio con algunos jefes políticos, poniendo a un comandante ya
aleccionado del lado del gobierno nacional.
Todo
era sombrío y negro en los horizontes de la patria, enloquecida, llena de
sangre y de muerte. Las perspectivas eran macabras: Se recrudecería la
violencia hasta los últimos confines para lograr el triunfo absoluto de la
secta gobernante. ¡Colombia sería un cementerio grande, una tierra arrasada, un
campo desolado donde las camarillas podrían reinar sin opositores, cantando un
triunfo ya anunciado por los siglos de los siglos!
¡Pero
el hombre propone y Dios dispone! El 12 de junio se había hecho una procesión
al santísimo de reclamos y súplicas fervientes de plegarias y de lágrimas para
que salvase la nación. Y el que nos había enviado a Colón y después nos envía
Bolívar y redimido en Boyacá, nos tendió su protección divina y soberana. Envió
ahora un hombre valiente sin miedo, ecuánime y digno de que abatiera el nombre
de la misma Patria y para siempre el basilisco.
Y
dejara oír su voz vibrante y firme de paz, de libertad y de justicia: “¡NO MÁS
SANGRE. ¡NO MÁS DEPREDACIONES A NOMBRE DE NINGÚN PARTIDO POLÍTICO! ¡NO MÁS
RENCILLAS ENTRE HIJOS DE LA MISMA COLOMBIA
INMORTAL!”. (Frases del discurso de posesión del General Rojas Pinilla).
Todo
este libro: La barbarie, la masacre, las ruinas y la sangre que se derrama por
sus páginas, sólo tiende a mostrar el abismo de odios, de depredaciones y
venganzas que nos libró este hombre grande. Este hombre ilustre. Este hombre
heroico, emulo de Bolívar y de Córdoba. Tan grande como el andamiaje de los
Andes colombianos. Tan noble como el Cid. Tan inmenso como nuestros mares. Tan
sublime como nuestros cielos de tul algodonal. Tan valiente como el cóndor de
nuestras cimas. Tan diáfano como nuestros ríos libertarios ondulados de
epopeya. Como sólo puede serlo él, nuestro glorioso presidente Teniente General
Gustavo Rojas Pinilla. Y las nobles Fuerzas Militares de Colombia. Ante
quienes, como homenaje de admiración, laudanza y gratitud, en el primer
aniversario del 13 de junio de 1953, se arrodilla este libro.
El
autor: Sacerdote Fidel Antonio Blandón Berrio. Bogotá 13 junio de 1954.
Nota
nuestra: Por causa y razón de este testimonio, terminado de escribir y
comenzado a publicar en Julio de 1954, tuvo inicialmente cuatro ediciones por
parte de la editorial ARGRA. Ejemplares que ya son patrimonio cultural e
histórico de la nación, bajo el seudónimo de Ernesto León Herrera debido a las
amenazas proferidas contra el autor. Posteriormente se han hecho varias ediciones adicionales. La última y más completa es la octava edición por
Uniediciones en el año 2010. Y ya bajo el nombre propio de su
autor como homenaje pos morten a su coraje.
El sacerdote Fidel A. Blandón B. fue perseguido durante años que lo llevaron a tener que esconderse en diversos sitios alejados y en pequeños poblados. Incluso, en el monte. Utilizando, también, el seudónimo de profesor “Antonio Gutiérrez Berrio”, se dedicaba a fundar pequeños colegios en distintos poblados de Colombia para sobrevivir. Ya que también fue condenado por su propia iglesia y muchos de sus compañeros sacerdotes y hasta obispos. Pueblos y colegios que abandonaba en la medida en que era localizado, amenazado y hasta apresado por las autoridades. O los fanáticos políticos de los gobiernos entre el final de la década de 1940 y la de 1950.
Persecución que lo llevó a largo recorrido de lugares, que en su orden son: Juntas, Santa Rosa de Osos, Dabeiba, Peque, Urama, Medellín, Peque, Medellin, Bogotá, Cúcuta,Villa del Rosario, Pamplona, El Carmen (Santander), Serranía de Bobalí, Motilonia, Bucaramanga, Pailitas (Cesar), El Difícil, Santa Marta, Bogotá, Santa Rosa de Viterbo, Bogotá, El Difícil, Santa Marta, Medellín, Facatativá, Cundinamarca. Donde finalmente falleció el 3 de diciembre de 1981 .
No
sólo es un testimonio del horrible dolor que se vivió, especialmente, en el
centro y suroeste de Antioquia, sino de lo que está contado en otros libros,
sobre la hecatombe, en gran parte del territorio nacional, en el tiempo de la
cruenta violencia política (Tolima, Viejo Caldas, Santander y Valle del Cauca,
en especial). Durante todo el contenido de la obra se hacen grandes
reconocimientos a la labor de las FF MM durante ese pavoroso período de nuestra
historia.
Su
capítulo dieciocho y final, es el más explícito reconocimiento a lo que
hicieron las FF MM para sacar al país de sus momentos de oscuridad y barbarie,
que de no haberse hecho, habrían llevado a la patria a la segura destrucción.
(Homenaje literario y documental que ofendió a los partidarios del caudillo
Laureano Gómez y por ello la persecución posterior, casi que de por vida,
contra el Prelado).
Es
aquí donde se pone en evidencia la nobleza del campo militar cuando todo el
pueblo está sumergido en la más grande incertidumbre sobre su presente y su
futuro. Una de las muchas y graves oportunidades donde nuestros soldados han
salvado la nación. Por eso es necesario recordar estos episodios de la historia
que nos enseñan mucho sobre cuál es el camino más seguro para nuestras vidas y
la felicidad del pueblo colombiano.
En el
párrafo final del prólogo de la primera edición, su autor Gonzalo Gutiérrez
Gutiérrez, consignó las siguientes palabras, que desde el inicio del libro
disgustaron al gobierno nacional. Y a los fanáticos del partido conservador que
apoyaron a Laureano Gómez durante el tiempo esos acontecimientos:
“Todo
el libro es un elogio a la obra libertadora del Teniente General Gustavo Rojas
Pinilla y la campaña de restauración que en un año han librado las gloriosas
Fuerzas Militares, sacando a Colombia en la abyección y la barbarie. De esta
misma forma queda todo dicho y cumplido mi deber de escribir el prólogo para
esta obra”. Bogotá, Julio de 1954.
Recomendamos leer el libro. Este resumen, que de él hemos hecho, es para facilidad de los interesados en no olvidar nuestra real historia. Aunque su versión original cautiva, por lo realista y local, la atención del lector interesado en nuestra suerte. “Una realidad que supera la ficción”, Gabo.
También la demostración de como Colombia es una nación de ciudades que viven aisladas del campo. Hasta el punto que en grandes los cascos urbanos existe un cultural desprecio al agro. A pesar de que su subsistencia depende de lo que en las zonas rurales se produce. Esa rechazo y xenofovismo interno también ha sido fuente de la violencia. Que no terminará hasta que no consolidemos un único y homogéneo pensamiento nacional y patriótico.
En
especial de los mandatarios que por desconocer la realidad han repetido muchas veces los mismos errores en
los posteriores 60 años. Durante los cuales
resurgió el terrorismo insurgente y subversivo. Que mezcla la
violenta ideología comunista y ahora Socialista, Progresista y Modernista,
según los cambios de nombre para camuflarse, para continuar la
desgracia.
Y la causa irrefutable de que no hayamos logrado erradicar la barbarie y el terrorismo. En gran parte estimulados por ideologías que hacen apología de la violencia, la destrucción y el delito como forma de vida. Que desconocen el sentido de la verdadera y valida civilización humana
Es también nuestro deseo que se cumpla el propósito final de su sufrido autor por ser firme a su vocación de servir al ser humano: Para que “NO VUELVA A OCURRIR”.
Coronel
Iván González. Medellín, 26 de agosto 2020.
ADVERTENCIA:
Algunas
de las imágenes agregadas a continuación, son bastante fuertes y pueden
impactar la sensibilidad del lector. No se han incluido en el texto para
ponerlas solo al final. Así pueden ser consultadas solo a discreción del
lector. Pero son parte de la obra original y una prueba fiel de lo que en ella
se cuenta. De tal manera que no hay ningún propósito de morbosidad amarillista
o complacencia por impresionar intencionalmente sin necesidad.
Además
son la demostración del coraje de los feligreses que tuvieron la entereza de
contar la historia. Así puedan afectar a algunas personas delicadas por lo evidentes.
Es una explicación no pedida pero indispensable, así como inevitable por ser
circunstancial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario