EL COMANDANTE
Y SUS CUALIDADES
En la
crónica “Ideas Raras”, compartida en este mismo blog, expusimos los motivos por
los cuales, siendo alumnos, no éramos bien calificados en el área militar para
ser aceptados para ingresar al rango de
oficial. El que corresponde a la parte directiva de la Fuerza Aérea.
Según nuestros
superiores del momento éramos deficientes en el arte del “Mando”, que es tan
fundamental en una institución militar. Uno de esos motivos era el comportamiento que
habíamos mostrado, en el último año de alumno, en el ejercicio de la autoridad.
Lo cual se debía a nuestro desacuerdo con la manera de cómo se nos exigía
hacerlo.
Comenzando
porque no se nos había dado ningún tipo de iniciación teórica ni intelectual sobre
el tema. De cómo se consideraba que se debía hacer y cuáles eran los
estándares, doctrinas, dogmas institucionales y, sobretodo, los niveles de
calidad exigida. Todo era misterioso en ese aspecto y por ello era errático. Ni
siquiera existían instructores bien preparados y con amplia experiencia en el
tema.
Para agravar la situación, cuando se pasaba de cadete antiguo al rango de alféreces o cadete de último año, con el fin precisamente de aprender y comenzar a ejercer el “Mando”, sin ninguna capacitación introductoria en el tema, como ya dijimos, éramos los aprendices quienes debíamos demostrar a los superiores que el novato si tenía esas virtudes y destrezas. Pero solo de origen innato y espontaneo. No dirigido y adiestrado con antelación.
Por lo
cual todos intentábamos hacerlo comportándonos de la manera más burda, improvisada
y errática. Hasta el punto como para que, muchos años después en el mismo EMAVI,
en una charla de almuerzo sobre el tema con un veterano y muy inteligente excomandante
FAC, recordó su época de alumno contando en algunas ocasiones esa situación
había llegado a ser francamente retrógrada.
Por supuesto
que eso facilitó que entre nosotros, los compañeros de promoción y eso era lo
acostumbrado hacía tiempo, se generalizó,
que el arte se aprendía solo haciéndolo con los demás cadetes menos antiguos.
Así resultase en un grotesco comportamiento. En especial con los de primer año
más tolerantes y dispuestos a aceptar las exigencias caprichosas. Incluso hasta
el abuso agresivo y poco ecuánime. En ocasiones
bastante humillante usando la amenaza atemorizante de descalificación.
Ya que
si no se podía expulsar al alumno por las deficiencias reglamentarias también
estaba disponible el acoso sicológico. La inquina y el matoneo grupal y social,
protegidos bajo el concepto de la subordinación irrestricta a todo aquel que
dispusiese de un mayor grado militar. Así no lo respaldase con distinción
profesional y calidad intelectual o espiritual. Lo cual terminaba en
persecución actitudinal.
Algunos
con pésimos antecedentes en formación eran bastante ásperos para mandar. Y aunque
se nos había comentado al ingreso que debíamos borrar todo lo aprendido y los prejuicios
que se nos habían dicho sobre la vida militar, porque se nos enseñaría toda una
nueva filosofía de vida y de pensar, se toleraba las malas costumbres en la manera
de mandar.
Muchas
veces insoportable para el joven e inexperto alumno que causó muchos retiros de
Escuela. Lo cual se evidenció en el hecho de que solo casi una tercera parte de
los ingresados nos graduamos. Y estos no porque fuésemos los mas brillantes y
selectos. Pues tenemos la convicción que mucho de los que no lo lograron eran
excelentes aspirantes a ser oficiales. Pues tenían las calidades y cualidades
para serlo. Pero prefirieron partir pensando que el ambiente era totalmente
contrario a sus convicciones y méritos personales. Sintieron que nunca se adatarían
a un entorno que les era inaceptable.
Los
que soportamos la hostilidad, en gran medida, también fue por simple resistencia,
y hasta por necesidad y no tanto por idoneidad intelectual, académica o de
inteligencia. Pues es también de admitir, que un cuartel no es, ni es necesario
que sea, propiamente un centro académico ni de sabiduría. Conceptos que se
afianzan posteriormente con la edad. En especial cuando se ingresa a la vida de
las Reservas.
Una
desviación momentánea de la línea de exposición. Confesamos que en nuestro caso
personal y entre varios motivos para persistir, fue la vergüenza que nos causaba
el tener que regresar a la familia, de donde salimos contradiciéndola, con cara
de derrotados y con el rabo entre las patas. Ellos nos habían insistido en que no
aspiráramos a la profesión militar. Por los peligros que en esa época existían,
más que ahora, aunque todavía los hay,
motivo por el cual no era una profesión con muchos aspirantes. Solo algunos con
sentimientos más patrióticos que económicos. Para nosotros fueron los dos. Según
ellos el militar no era bien calificado y apreciado socialmente y por lo cual
poco retribuido.
Pero
tercamente insistimos porque creímos fielmente que era una maravillosa forma de
servir y de realización personal, a si fuese bastante austera materialmente. Que
era más por vocación, como así lo fue finalmente, que por profesión. Y en este
aspecto creo que todos nuestros compañeros de promoción, igualmente lo sentían.
Tanto los que terminamos de Reservistas, habiendo hecho el recorrido completo,
como los que se retiraron antes. Y bastante más los que por sacrifico al
servicio entregaron sus vidas.
Regresamos
al tema. Entonces, era el ejercicio de la autoridad por la vía del miedo. Pues
con ello el Alférez quedaba muy bien
ante sus superiores que se habían ahorrado el esfuerzo de enseñar, especialmente
con su ejemplo, como son las Características del Buen Comandante. Lo cual les resultaba
imposible demostrar porque tampoco se lo habían explicado. Menos preocupado de
aprender por su cuenta para trasmitirlo a sus dirigidos. Solo unos pocos eran
buenos por naturaleza propia. Para el resto, la gran mayoría, eso era una teoría
totalmente desconocida y casi que un arte de brujería.
Por
ello habían optado porque los alféreces o cadetes de último año, aprendieran por
si mismos haciendo su libre albedrío. Sin importar los graves errores que cometieran
por ensayo/error, con los demás cadetes.
No solo exigiéndoles hacerlo como pudieran y tolerándole sus errores y su
falta de idoneidad.
De
todo eso éramos conscientes. Pues habíamos, afortunadamente, aprendido bastante al respecto antes de
ingresar a la Escuela Militar de Aviación, en otros institutos de estructura casi que idéntica
a la castrense. Donde el ejercicio de la autoridad es más por la vía de la convicción,
como frecuentemente lo hemos expresado, que por la de la imposición ruda y
grosera. Que recurre, incluso, afortunadamente pocas veces, hasta la degradación
de la persona, cuando un superior bruto es incapaz de hacerlo correctamente. Pero
con inevitable necesidad de hacerse obedecer de cualquier manera para impresionar
y calificar. Sin recatar técnicas de sometimiento.
Lo que
después, cuando ya éramos oficiales en ejercicio, a bastantes compañeros de curso
les era motivo de retiro voluntario del servicio. Algunos decepcionados con el ambiente
laboral, bastante pesado. Debido, en gran parte, al deficiente uso de la autoridad.
Una manera de deserción formal y leal, que
no se expresaba de manera oficial y abierta pero si era motivo de conversiones
privadas. O, por lo menos, de actitudes que lo indicaban subliminalmente. No habían
encontrado ambiente propicio para armonizar sus logros personales con los de la
misión institucional.
Retiros
que resultaron muy costosos a la nación.
En el caso de los pilotos, el país pierde un calificado capital humano en el
que se ha invertido bastante dinero y tiempo. Quienes terminan beneficiándose indirectamente,
es la aviación comercial. Por ese medio adquiere un valioso recurso no
solo técnicamente bien preparado sino
humanamente bien formado. Así la sociedad recupere en algo los gastos causados
en la instrucción y el entrenamiento de los pilotos militares. Pero se supone
que el gobierno debería obtener un mejor aprovechamiento social de la inversión
de sus recursos económicos por conducto de la aviación militar.
Por ello,
luego, nos dimos a la tarea de lograr el automejoramiento en el tema. Pero ya sobre
el ejercicio de la autoridad con lo poco aprendido en la escuela para dar
ejemplo de cómo no se debía hacer. Pues un error en ese aspecto deja rencores y
secuelas mentales en los subordinados que pueden quedar para toda la vida militar.
Y eso hace que la profesión, muchas veces, sea simplemente tolerada por
necesidad personal que por satisfacciones y realización de satisfacciones profesionales.
Somos conscientes que únicamente logramos un mediano grado de perfeccionamiento.
Pero en algo superamos esos traumas de estudiantes debido a la deficiente ilustración
y manejo pedagógico, cuando fuimos alumnos.
Por
ello, ahora, recordamos algunas de las ayudas que usamos para ilustrar a los que
fueron nuestros dirigidos. En un tiempo en el cual no existían las modernas,
ilustrativas e impresionantes facilidades de los computadores y de los sistemas
de información modernos. Son casi que una curiosidad de antigüedad pues en el Internet
existen muchas y mejores facilidades que estas. Sin embargo, por ser principios
universales no pierden vigencia. Incluso, así su presentación sea más bien ordinaria.
Creemos que a alguien le pude ser útil este compendio de conceptos tan
discutido de “Las Características del Comandante”.
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