DE
JERUSALÉN A VIENA
En la
edad media un Soldado Templario, que se encontraba en una de las cruzadas en
Jerusalén, debía regresar a Viena después de su peregrinación. Había sido
acogido en ese lejano lugar por un compañero Cruzado Hospitalario. Este debía
enviar un dinero a Leonidas. Un joven aspirante a ser consagrado a la orden de
los defensores de los lugares santos y su colega se ofreció a hacer el favor de
llevar el estipendio.
Mientras
transcurría el largo viaje, acordaron el enviado y su destinatario, verse en
las gradas de la iglesia de la ciudad vienesa. Al momento de entregar lo
remitido, el Cruzado Templario se encontró con una persona que le hablaba duro, rápido, incontenible y casi que
altanero. Quizás extrañado, por algún motivo desconocido o por ser su hábito,
del estafeta con el que su auxiliador le había enviado la ayuda económica.
Se vio
abordado con una larga lista de preguntas sobre asuntos personales. Como
queriendo saber con quién se estaba relacionando y que le pareció que no era de
su confianza o su nivel social. Lo apremiaba con su cuestionario como si fuese
una ráfaga de ballesta automática, sin parar ni dar tiempo a contestar. Cual
interrogatorio de la inquisición. Pensó que tenía suficiente autoridad para
indagar cuánto quisiera. Su interlocutor le escuchó silenciosa y pacientemente
toda su atrevida demanda de exigencias.
Cuando
logró sospechar que ya era bastante imprudente, se detuvo. Pero tan sólo
comenzó el mensajero a contestar sus inquietudes, en la mitad de la primera
respuesta, lo interpeló en forma agreste para terminar, a su manera, la
respuesta. Claramente quería indicarle que con su gran lucidez y rapidez mental
eran tan sobrado y superior, que le era intrascendente lo que le quisiera
decir. Que él, de antemano, ya lo sabía.
El prudente
templario debió evidenciárselo. Y la
reacción, a manera de respuesta que recibió, fue la de dirigirle una mirada
sesgada y fija para demostrarle su furia mientras los ojos le brillaban de la
ira. Sin embargo, el paciente encomendero le pidió que se controlara
permitiéndole terminar las respuestas.
Sin su apremio porque quería salir rápido del asunto y del sujeto. Su única
prioridad era la encomienda que le habían enviado. Entonces se ofreció a
escuchar con un gran esfuerzo de humildad fingida. Sin embargo, como se sintió
demasiado impedido por no poder dar satisfacción a su incontenible deseo de
hablar e interrumpir, acudió al lenguaje actitudinal.
Estando
el templario parado a media altura en una de en las escalas del atrio de la
Iglesia, él había subido a su nivel para presentarse como el destinatario del
encargo. Entonces, decidió subir otros dos escalones más para ponerse en un
estrado elevado y con jerarquía con respecto al templario. Tenía una
exasperante necesidad de mostrar su superioridad a quien consideró alguien de
poca importancia social o intelectual o de dignidad o hasta de gobierno.
Acción
que su desconocido personaje se lo evidenció. Pues por su preparación castrense
conocía esa clase de comportamientos humanos. Los aprendidos en el trato y
comando de muchas, soberbias y victoriosas tropas en campañas militares.
Entonces no tuvo más remedio que tratar de enmendar su arrogancia. Para ello
bajó los escalones de su pedestal hasta el escalón donde estaba su contraparte.
Lo que hizo con graciosos brinquillos dándoselas de divertido bufón de corte y
con sonrisilla burlona. Lo que también le toleró el acerado soldado
justificándolo por su juventud. Su juventud en la que fue muy evidente que le
faltaba pulimento en el trato humano y formación social. Pues era una
innecesaria y desagradable bribonada.
El
templario pensó que había sido visto como alguien muy elemental. Una persona
simple de quien se había valido el digno Cruzado Hospitalario. Hasta, de
pronto, empleando su alto prestigio a quien se le ofrecen servicios solo por el
placer de hacerle una atención. Que había sido enviado cual sirviente
mensajero, rápido, expreso y exclusivo, ante la solicitud del préstamo
económico que él le había hecho. Y que ese humilde posta debía entregarle de
inmediato, sin ninguna verificación ni requisito ceremonial ni procedimiento
previo, por su rango moral y espiritual.
Más,
su actitud de superioridad y jerarquía con los demás, incluso con los
desconocidos se le hizo extraña e impropia al Templario. Que se había topado
con una persona totalmente contraria a quienes aspiran a la vida sacramental.
Donde todos los laicos creen, con la mejor buena fe, que en los clérigos se ha
cultivado al máximo las virtudes de la prudencia y la humildad.
Es
factible que la vida eclesiástica sea vista, por algunos muy pocos, afortunadamente, no como un fin sino
como un medio. Que, ante su imposibilidad de lograr relevancia con méritos
personales, encuentren en ella el camino fácil y rápido de escalamiento social,
para dar satisfacción a su exorbitante orgullo y pedantería. Como lo expresó el
sacerdote Camilo Torres. Antes de hacerse subversivo armado y violento, donde
pereció sin lograr su fin humanitario.
Con
estas iniciales impresiones, que el joven seminarista le dio sobre su formación
moral, se inquietó al Cruzado Templario,
defensor de la Iglesia, sobre cuáles serían las actitudes del joven cuando
fuese investido de grados y rangos eclesiásticos. Por eso creyó apropiado, a
manera de consejo, hacerle claridad al respecto. Entonces lo invitó a acompañarlo a tomar un refresco y
tener una charla, lo cual le aceptó.
Compartieron
un rato en uno de los establecimientos del lugar. Leonidas le escuchó las
reflexiones que le hizo el Templario, que lo superaba bastante en edad y
prudencia. Ya calmado y con mejor buena voluntad y con un repentino y total
cambio en el comportamiento. Quizás sospechó que si continuaba con su
atropelladora forma de actuar no le sería entregado lo que tanto esperaba
recibir.
Pero
también el enviado se dio cuenta que el joven era de doble personalidad. La
forma de ser de quien actúa entre los extremos de la cordialidad, o hasta la
zalamería, y el del atrevimiento, según convenga a su interés particular y no
el de las instituciones o el de un bien más elevado. Que mientras con su
iglesia desplegaba lo primero con los demás era lo contrario, según el
beneficio.
Una
grave falencia en la personalidad pues riñe completamente con su aspiración
sacerdotal. Con esa técnica había logrado pasar desapercibido ante sus maestros
y superiores eclesiásticos, mas no ante quienes le era imposible ocultarse.
Como le pasó con el sorpresivo mensajero. Quien, finalmente comprendido el
motivo de la actitud del joven. Y ya no siendo necesario indagar más al
respecto, le entregó la encomienda. Pues, más que el material dinero el enviado
esperó que a su visitado, le fuese más útil el aporte intelectual que le había
dado. Para que con ello pueda elevar más los valores del alma antes que los de
cuerpo.
El
correo templario sabía que su confidente y amigo Cruzado Hospitalario tomaría
el hecho, como así lo fue, de la mejor manera cuando se enterara del suceso. Y
aspiraba que el joven Leonidas lograra corregir su bipolaridad en el
comportamiento. Y de esa forma ser un
valioso sacerdote con tantas victorias como los espartanos en las Termópilas. O
los templarios en Jerusalén conquistando las almas de los infieles a las
legiones de Jesucristo. Lo cual el Cruzado Templario no lo supo pues no volvió
a saber más del final del joven Leonidas.
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