AERONAUTAS Y CRONISTAS

martes, 7 de mayo de 2019

DE JERUSALÉN A VIENA


DE JERUSALÉN A VIENA

En la edad media un Soldado Templario, que se encontraba en una de las cruzadas en Jerusalén, debía regresar a Viena después de su peregrinación. Había sido acogido en ese lejano lugar por un compañero Cruzado Hospitalario. Este debía enviar un dinero a Leonidas. Un joven aspirante a ser consagrado a la orden de los defensores de los lugares santos y su colega se ofreció a hacer el favor de llevar el estipendio.

Mientras transcurría el largo viaje, acordaron el enviado y su destinatario, verse en las gradas de la iglesia de la ciudad vienesa. Al momento de entregar lo remitido, el Cruzado Templario se encontró con una persona que le  hablaba duro, rápido, incontenible y casi que altanero. Quizás extrañado, por algún motivo desconocido o por ser su hábito, del estafeta con el que su auxiliador le había enviado la ayuda económica.

Se vio abordado con una larga lista de preguntas sobre asuntos personales. Como queriendo saber con quién se estaba relacionando y que le pareció que no era de su confianza o su nivel social. Lo apremiaba con su cuestionario como si fuese una ráfaga de ballesta automática, sin parar ni dar tiempo a contestar. Cual interrogatorio de la inquisición. Pensó que tenía suficiente autoridad para indagar cuánto quisiera. Su interlocutor le escuchó silenciosa y pacientemente toda su atrevida demanda de exigencias.

Cuando logró sospechar que ya era bastante imprudente, se detuvo. Pero tan sólo comenzó el mensajero a contestar sus inquietudes, en la mitad de la primera respuesta, lo interpeló en forma agreste para terminar, a su manera, la respuesta. Claramente quería indicarle que con su gran lucidez y rapidez mental eran tan sobrado y superior, que le era intrascendente lo que le quisiera decir. Que él, de antemano, ya lo sabía.

El prudente templario debió evidenciárselo.  Y la reacción, a manera de respuesta que recibió, fue la de dirigirle una mirada sesgada y fija para demostrarle su furia mientras los ojos le brillaban de la ira. Sin embargo, el paciente encomendero le pidió que se controlara permitiéndole  terminar las respuestas. Sin su apremio porque quería salir rápido del asunto y del sujeto. Su única prioridad era la encomienda que le habían enviado. Entonces se ofreció a escuchar con un gran esfuerzo de humildad fingida. Sin embargo, como se sintió demasiado impedido por no poder dar satisfacción a su incontenible deseo de hablar e interrumpir, acudió al lenguaje actitudinal.

Estando el templario parado a media altura en una de en las escalas del atrio de la Iglesia, él había subido a su nivel para presentarse como el destinatario del encargo. Entonces, decidió subir otros dos escalones más para ponerse en un estrado elevado y con jerarquía con respecto al templario. Tenía una exasperante necesidad de mostrar su superioridad a quien consideró alguien de poca importancia social o intelectual o de dignidad o hasta de gobierno.

Acción que su desconocido personaje se lo evidenció. Pues por su preparación castrense conocía esa clase de comportamientos humanos. Los aprendidos en el trato y comando de muchas, soberbias y victoriosas tropas en campañas militares. Entonces no tuvo más remedio que tratar de enmendar su arrogancia. Para ello bajó los escalones de su pedestal hasta el escalón donde estaba su contraparte. Lo que hizo con graciosos brinquillos dándoselas de divertido bufón de corte y con sonrisilla burlona. Lo que también le toleró el acerado soldado justificándolo por su juventud. Su juventud en la que fue muy evidente que le faltaba pulimento en el trato humano y formación social. Pues era una innecesaria y desagradable bribonada.

El templario pensó que había sido visto como alguien muy elemental. Una persona simple de quien se había valido el digno Cruzado Hospitalario. Hasta, de pronto, empleando su alto prestigio a quien se le ofrecen servicios solo por el placer de hacerle una atención. Que había sido enviado cual sirviente mensajero, rápido, expreso y exclusivo, ante la solicitud del préstamo económico que él le había hecho. Y que ese humilde posta debía entregarle de inmediato, sin ninguna verificación ni requisito ceremonial ni procedimiento previo, por su rango moral y espiritual.

Más, su actitud de superioridad y jerarquía con los demás, incluso con los desconocidos se le hizo extraña e impropia al Templario. Que se había topado con una persona totalmente contraria a quienes aspiran a la vida sacramental. Donde todos los laicos creen, con la mejor buena fe, que en los clérigos se ha cultivado al máximo las virtudes de la prudencia y la humildad.

Es factible que la vida eclesiástica sea vista, por algunos muy  pocos, afortunadamente, no como un fin sino como un medio. Que, ante su imposibilidad de lograr relevancia con méritos personales, encuentren en ella el camino fácil y rápido de escalamiento social, para dar satisfacción a su exorbitante orgullo y pedantería. Como lo expresó el sacerdote Camilo Torres. Antes de hacerse subversivo armado y violento, donde pereció sin lograr su fin humanitario.

Con estas iniciales impresiones, que el joven seminarista le dio sobre su formación moral, se  inquietó al Cruzado Templario, defensor de la Iglesia, sobre cuáles serían las actitudes del joven cuando fuese investido de grados y rangos eclesiásticos. Por eso creyó apropiado, a manera de consejo, hacerle claridad al respecto. Entonces lo  invitó a acompañarlo a tomar un refresco y tener una charla, lo cual le aceptó.

Compartieron un rato en uno de los establecimientos del lugar. Leonidas le escuchó las reflexiones que le hizo el Templario, que lo superaba bastante en edad y prudencia. Ya calmado y con mejor buena voluntad y con un repentino y total cambio en el comportamiento. Quizás sospechó que si continuaba con su atropelladora forma de actuar no le sería entregado lo que tanto esperaba recibir.

Pero también el enviado se dio cuenta que el joven era de doble personalidad. La forma de ser de quien actúa entre los extremos de la cordialidad, o hasta la zalamería, y el del atrevimiento, según convenga a su interés particular y no el de las instituciones o el de un bien más elevado. Que mientras con su iglesia desplegaba lo primero con los demás era lo contrario, según el beneficio.

Una grave falencia en la personalidad pues riñe completamente con su aspiración sacerdotal. Con esa técnica había logrado pasar desapercibido ante sus maestros y superiores eclesiásticos, mas no ante quienes le era imposible ocultarse. Como le pasó con el sorpresivo mensajero. Quien, finalmente comprendido el motivo de la actitud del joven. Y ya no siendo necesario indagar más al respecto, le entregó la encomienda. Pues, más que el material dinero el enviado esperó que a su visitado, le fuese más útil el aporte intelectual que le había dado. Para que con ello pueda elevar más los valores del alma antes que los de cuerpo.
  
El correo templario sabía que su confidente y amigo Cruzado Hospitalario tomaría el hecho, como así lo fue, de la mejor manera cuando se enterara del suceso. Y aspiraba que el joven Leonidas lograra corregir su bipolaridad en el comportamiento. Y de esa forma ser  un valioso sacerdote con tantas victorias como los espartanos en las Termópilas. O los templarios en Jerusalén conquistando las almas de los infieles a las legiones de Jesucristo. Lo cual el Cruzado Templario no lo supo pues no volvió a saber más del final del joven Leonidas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario