AERONAUTAS Y CRONISTAS

jueves, 27 de marzo de 2014

VOLANDO CON EL CORAZON

VOLANDO CON EL CORAZÓN

Para mediados de la década de 1990 me encontraba como comandante de la base aérea de Tres Esquinas en la confluencia del río Orteguaza con el río Caquetá. Debido a la distancia del resto del país y el aislamiento, ya que esta unidad militar se encuentra en medio de la selva, era necesario improvisar con cierto ingenio soluciones a situaciones imprevistas para las cuales no se disponía de los recursos necesarios ni facilidad para conseguirlos con la oportunidad que las circunstancias lo requerían.

Una de las tareas rutinarias consistía en que los días sábados se sacrificaba una o dos reses para el abastecimiento del personal de la unidad bajó un cobertizo sencillo de techo de lámina de zinc al que solíamos llamar "El Matadero". En esta labor se desempeñaba cual matarife y carnicero empírico, pero de muy buena voluntad, uno de los empleados al cual llamamos amistosamente "Pistolero". Por su actitud colaboradora y siempre dispuesta a servir era muy apreciado dentro la comunidad.

Observaba esa labor, como a las nueve de la mañana, se me aproximó el empleado encargado de manejar la finca de ganado de propiedad de la unidad, llamada “La Remonta”, para informarme que uno de los dos toros reproductores, que eran unos bonitos ejemplares de raza pura adquiridos en el Fondo Ganadero del Caquetá, había muerto a pesar de las muchas medidas que había tomado cuando días antes comenzó a mostrar síntomas de enfermedad. El empleado se encontraba preocupado porque pensaba que se le acusaría de alguna culpa, ya fuera por acción o por omisión, en la muerte del valioso ejemplar.

Traté de indagar algún motivo ya que me comenzó a causar una cierta intriga la muerte sin ninguna explicación aparente. El empleado contó que no había visto que tuviese fiebre ni ninguna lesión o cualquier otro síntoma del mal funcionamiento orgánico. Sólo que el día anterior había observado que el toro se mostraba agitado en la respiración y había vomitado parte de la materia digerida siendo de un color oscuro anormal que parecían ser sangre.

Se me ocurrió que sería conveniente tomar alguna acción más a fondo para investigar las causas. No sólo para evitar muertes posteriores de ganado sino tener algún motivo que explicar en caso de que se requiriera por parte de los superiores. Para eso era necesario efectuar una necropsia para hacer una inspección interna. Como la persona más hábil para estos procedimientos era el mismo matarife, le pedí que tan pronto terminará sus tareas de carnicero se fuera al potrero e hiciera una disección completa del cadáver del animal. Lo abriría en dos partes teniendo cuidado de no dañar los órganos internos. Y aunque este empleado no tenía ninguna educación en biología le sugerí que observara con cuidado el estado de todos los órganos para ver si encontraba algo diferente a lo que él habitualmente veía en el despresamiento de las reses para el consumo interno. Yo también quera ver el estado de los órganos.

Pensé que dicha acción podía ser más que ridícula puesto que nuestra preparación era muy poca para intentar algún diagnóstico forense. Yo solamente recordaba cosas muy elementales de las lecciones sobre anatomía y biología que había aprendido durante el bachillerato. Entonces se me vino a la cabeza que quien más podía saber al respecto era el Teniente médico principal que prestaba servicios en nuestro hospital militar. Así que también le solicité que nos ayudara en dicha tarea y me dieran su opinión.

La reacción de este profesional fue de inmediato rechazo a la orden que le daba. Argumentó que él era un profesional de la medicina humana y que no tenía no sólo ningún conocimiento sino que no estaba en condiciones de dar una opinión sobre campos que eran propios de la veterinaria. Se me hizo de inmediato evidente que le habían asaltado los celos profesionales y algo de xenofobia entre dos ramos de la ciencia. Que aún que con alguna similitud en lo científico parecían disputar el prestigio en cada una de sus áreas. Se me hizo tan inapropiado su comportamiento que aún que tuvo intención de recurrir al uso de la autoridad decidí que lo mejor era no llevarlo al campo profesional para evitar que se afirmará más en su rabiosa actitud.

Él consideraba un atrevimiento de mi parte y dejé el asunto más bien casi que en el campo personal. Le di las gracias y le dije que no era necesario entonces que colaborara en esa actividad y que podía estar tranquilo. Mas, sin embargo, que cuando lo mandara llamar debería ir a donde yo me encontraba no para que cumpliera con la actividad que le había ordenado sino simplemente para que escuchara la conclusión a la que llegaríamos a pesar de nuestros mínimos y primitivos conocimientos en el tema. Así fuese para tener que aceptar que no habíamos logrado nada pero que con humildad lo admitiría.



Así se hizo. Y aproximadamente a las 11:30 de la mañana se me comunicó por medio del sistema de radio comunicaciones que no solo el cadáver estaba a mi disposición, como lo había ordenado, sino que también se había encontrado la causa de su muerte. Se me hizo muy extraño que el administrador de la finca y el carnicero ya tuviesen un diagnóstico tan definido como para atreverse a dar una causa específica. Pedí que no se me dijera puesto que yo esperaba llegar por mis propios medios a una conclusión la cual esperaba confrontar con la de ellos.

Observando todos los órganos del mediastino y él intestino sólo pude ver que había una ligera presencia de sangre necrotizada en el diafragma, que también impregnaba las paredes de la cavidad torácica. También en la cavidad intestinal aunque en menor cantidad. Deduje, entonces, que el animal había sufrido una hemorragia interna pero no sabía el motivo. Pregunté al matarife si había observado algún golpe, musculatura macerada o alguna perforación en la piel que indicara que de pronto hubiese recibido un disparo de arma. Eso podría ser posible debido a la presencia de Insurgentes en el área que según nuestras pesquisas de inteligencia indicaban que en ocasiones se aproximaban bastante al perímetro de la unidad. Las respuestas fueron totalmente negativas.

Al administrador de la finca le pregunté si acaso se había presentado alguna pelea entre los toros o alguno de ellos había sufrido una caída o se había rodado en los potreros recibiendo también respuestas negativas. Otra alternativa podría ser que hubiese sido atacado con puñal o que uno de los soldados de guardia hubiese tenido un accidente con el arma impactando el animal pero ninguno de estos incidentes fue ni estaba reportado en las novedades de guardia. Ni el administrador no había escuchado ninguna detonación de arma por eso días ya que vivía en la casa de la finca.

El caso era bastante extraño para mí. Sólo se me ocurría que hubiese sufrido alguna aneurisma arterial pero no tenía forma de comprobar tales dudas. No tuve más alternativa que confesar mi incapacidad a los presentes y mandé llamar al médico como le había advertido. En ese momento el administrador me dijo que mirara con más cuidado todos los órganos que de pronto podía encontrar alguna anormalidad. Y acogiendo su sugerencia comencé a observar la disección desde el cuello hacia abajo pasando por el corazón. Pude ver que aunque había pedido que no se interviniera ninguno de los órganos éste había sido abierto pero como las dos partes estaban juntas no había visto que este fue cortado de arriba abajo en dos partes. Que separándolas se podía ver la cavidad interna del ventrículo izquierdo. Sospeché que por alguna razón no se había tenido en cuenta mi determinación de no intervenir ningún órgano. También capté que el pericardio mostraba una pequeña llaga que era totalmente anormal.

Entonces aproximándome al órgano también apareció otra laceración en la pared interna del ventrículo coincidente con la externa y otras menor en el lado opuesto a la antes mencionada. Supuse que el animal tenía que haber sido lanceado con un instrumento cortopunzantes demasiado delgado como para qué penetrara la piel por el costado hacia el corazón sin que pudiese ser detectada una herida externa. Buscamos más esa lesión pero fue imposible.

Entonces supuse en forma muy anormal, especulativa y demasiado imaginaria que el corazón había sido infectado por algún organismo que lo había perforado y así se lo hice saber a los dos empleados. Pero yo no podía asegurarlo porque eso estaba por fuera de mis conocimientos. Entonces, un poco sonriente, el matarife se me aproximó y me dijo que él tenía ese organismo en la mano mostrándome un delgado alambre de metal dulce, del que se usa para amarrar, de aproximadamente 20 cm de longitud y algo oxidado.

Le dije que eso no podía ser puesto que no había ninguna posibilidad de que fuese el causante y menos sin una lesión externa. Ambos me dijeron que cuando ellos llegaron al corazón también observaron la misma yagocidad que yo había captado y que sin ninguna precaución habían abierto el corazón de un solo tajo para mirar cómo estaba por dentro. En ese momento sintió que el filo del cuchillo rosó contra algo sólido que parecía ser metálico. Encontraron clavado y atravesando el ventrículo de lado a lado, apoyándose en ambas paredes de la cavidad, él mencionado alambre. Aunque eso era imposible para mí yo debía dar credibilidad a lo que ellos me decían.


CORAZÓN ABIERTO
Entonces, antes de que llegase el médico que por alguna razón parecía tardarse más de lo previsto, decidí que tenía, de cualquier manera, que encontrar la forma como este objeto extraño había llegado al mencionado órgano. La única alternativa, sin causar lesiones externas era que hubiese sido ingerido. Pero también seguía siendo muy improbable que llegase al corazón. Debía haber seguido la vía digestiva donde debió haber causado daños intestinales o haber sido arrojado por el mismo proceso. Más viendo la sangre hemorrágica pudimos ver entonces que en el diafragma también había otro orificio más grande que el del corazón y éste a su vez coincidía con otro mayor en la pared del estómago.

A través de esta última se podía haber la materia vegetal digestiva masticada e impregnada de mucha sangre. Nos quedó claro que el alambre había sido tragado mientras el animal pastaba en los potreros los que se encontraban contaminados de basuras que habían sido arrojadas desde hacía muchos años. El alambre, entonces, se había incrustado en la pared del estómago y por la compresión, la había perforado llegando al diafragma. El cual también fue abierto debido a los movimientos cíclicos de la respiración. De esa forma avanzó al corazón que con sus palpitaciones hizo que el filoso elemento fuese perforando la pared muscular. En esta acción debieron contribuir mucho los espasmos que sufría el animal cuando vomitaba tratando de arrojar la sangre y el elemento.

Las perforaciones produjeron una vía de desangre que partiendo desde el mismo corazón llegaba al sistema digestivo desangrando al animal y ocasionando los vómitos.

Para ese instante llegó el médico al cual le recomendé, que tal como le había dicho, no hiciera ningún diagnóstico ni observación al respecto pero que se limitara a escuchar lo que le iba explicar. Le dije que tanto el matarife como el vaquero, con su poca educación y sus primarios conocimientos habían encontrado con facilidad la causa de la muerte del animal. Motivo que le había parecido un despropósito cuando le solicité su colaboración. En forma un poco sarcástica le pedí que siguiera dedicando a sus refinados conocimientos de medicina humana para el bien de todos los habitantes de la unidad militar y que no tuviese ninguna preocupación. En adelante no se le pediría un favor por fuera de las exclusivas funciones profesionales que él tenía a su cargo. Las mismas razones por las cuales había argumentado no tener el deber de participar en lo solicitado.

El profesional se encontraba bastante incómodo pero como ya le había hecho la advertencia de limitarse a apreciar, le dije que se retirara para nosotros terminar el procedimiento de disponer del cadáver. Que era suficiente con su asistencia. Así lo hizo en silencio y con notoria evidencia de encontrarse bastante avergonzado. Había sido herido su orgullo y su megalomanía injustificada. Para mí fue más que suficiente la sanción moral antes que la reglamentaria por haber desconocido mi autoridad en público para darse ínfulas de superioridad y errada firmeza de carácter ante un superior. También sabía que el oficial, que quizás pensaba que sería más profesional en su área científica si negaba el acatamiento de sus deberes militares, se estaba exponiendo a la descalificación social.

Los muchos asistentes que se encontraban en el matadero cuando yo le pedí el favor, se enteraron de su negativa desprestigiando y poniendo en ridículo mi autoridad por el momento. En cambio, en este momento, yo estaba haciéndole esas apreciaciones sólo delante de los dos empleados a los cuales, premeditadamente, no les di la orden de que dejasen en secreto y sin comentar a nadie las ideas que yo le acababa de poner en evidencia al médico. Pero como también había estimulado el orgullo personal de ellos prestigiándolos delante de una persona con demasiada ilustración academia, les sería imposible el no comentarlo. Para mí era claro que por esa falta de precaución todos los habitantes de la base aérea se enterarían del percance.

Pero no por un abuso de autoridad apabullándolo delante de un público, como él se atrevió y lo hizo conmigo, sino por boca de otros a los cuales yo no los induje a tal, más si era evidente e inevitable que lo divulgaran. Como así lo fue posteriormente, viéndose al mencionado oficial en actitud bastante afligida. Nunca se imaginó que fuese a ser víctima de sus propios actos.

Tomamos fotografías debido a lo extraordinario del suceso y envié copias de ellas al rector de la Universidad Nacional, que en ese tiempo era Antanas Mocuss, con una nota promisoria donde le enteraba del asunto y con el fin de que fuese usada como lección en su facultad de veterinaria. No supe si así se hizo pues no recibí respuesta de dicho envío.

Lo que sí no nos queda duda es que el médico en lugar de aportar en este caso un poco de su sabiduría, recibió una contundente lección de subordinación, moral profesional y buena actitud con la comunidad. Resultado más que suficiente, resarcidora y justificable para habernos aventado en una acción que tenía mucha factibilidad de fracasar por ser de campos muy lejos de nuestro saber. El oficial medico continuó en el servicio a la institución aportando sus idoneidades profesionales con mucho éxito militar y médico.

En esas circunstancias era necesario recurrir a cualquier procedimiento con el fin de encontrar solución a los problemas corrientes y cotidianos a pesar de nuestra falta de idoneidad para cometerlos, pero que la situación nos obligaba de manera inevitable. No importaba que fuesen del campo veterinario, medico, de vuelo o militar. Aunque pudiésemos volar aviones teníamos que poner a volar la imaginación.


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