PARTE 28
EVACUACIÓN. EL PADRE VILLA.
LAS MONTAÑAS.
• Cuando "Uno de Tropa" se sintió más sano, tomó una
canoa y se fue Putumayo arriba, hasta la chacra de su antiguo amigo el indio
Julio. Encontró al colono Castillo. Este le conto: “El indio amigo suyo murió.
Se acordó de usted. Le dejo saludes”. Era como si hubiera perdido un miembro de
la familia. Aquel indio de espíritu libre, que una vez huyó de los misioneros
de Sibundoy que le azotaban y le hacían trabajar de balde. El colono le dijo
que el indio había muerto de tifo. Sin remedios, sin médico y abandonado.
Después le regaló a "Uno de Tropa" tomates y lechugas de los que éste
había sembrado antes de marchar a El Encanto.
• "Uno de Tropa" pensó hay que irse. Esto se acabó,
se decía tristemente. Al fin le firmaron su certificado de evacuación. El
certificado era encomiástico. Por los reconocimientos que le hacían se sintió
pagado con creces de sus sufrimientos durante 11 meses de campaña. En una
volqueta recorrieron en 35 minutos la carretera entre Puerto Leguízamo y la
Tagua. Una carretera tan buena como las del interior. En esto se había
convertido la antigua “Trocha de la Muerte".
• En la Tagua el Mayor Reyes los embarcó acompañado de “Pan
del Soldado" su manceba. Eran unos 150. Los registraba minuciosamente,
como a rateros de oficio, para darles la orden de embarque. Estaban hacinados
como cerdos en un chiquero. No había por donde moverse pero ellos llevaban el
corazón pleno de la alegría del retorno a sus hogares. No les importaba
aquellas últimas penalidades.
MONUMENTO DE LA FUERZA AEREA COLOMBIANA EN TARAPACÁ
• Por la tarde llegaron a Potosí. En esta guarnición
colombiana no los dejaron desembarcar por miedo a que robaran en ella. Tuvieron
que atracar en la orilla opuesta. Enfermos de fiebre durmieron a la intemperie
viendo, al frente, los dormitorios casi vacíos de la pequeña guarnición
colombiana, como espejismos. En las tropas hay de todo, pero con una vigilancia
bien organizada, los evacuados hubieran podido dormir allí.
• Ellos no sintieron el sufrimiento físico pero si el moral.
Creían que después de arriesgar su vida por la paz, en aquella campaña, los
recibirían en todas partes con gratitud, con los brazos abiertos. Y resultaba
que los trataban como ladrones o leprosos. Así pagaban sus dolores por ellos.
• Pernoctaron cerca de Tres Esquinas en el rio Orteguaza. En
“La Primavera” se quedaron los soldados más enfermos. A "Uno de
Tropa" le ordenaron quedarse, pero tenía tantas ganas de salir de aquel
ambiente que rogó que le harán continuar su viaje y el médico accedió.
• “Parece muy enfermo Sargento”, le dijo el Teniente Gutiérrez
en La Primavera. “Cuidado se muere”. El padre Villa que escuchó la
conversación, añadió: “Piense en su alma y en la religión. Confiese Sargento”.
Este replicó: “La religión, es respetable y necesaria para el orden. En la
humanidad plebeya, no es sino un freno para los ignorantes. A los que solo les
basta la ley natural”. El padre le preguntó: ¿No cree en Dios”. "Uno de
Tropa", contestó: “Si. Para mi es el sol, la nube, el río. Esta naturaleza
castiga a quien la viole. Es el único castigo drástico del pecado”. El padre le
dijo: “Bueno. Usted no estuvo en campaña sino en un curso de filosofía”. El
Sargento contestó: “No he visto un libro filosofía pero la he aprendido en la
vida”.
• El padre Villa, peludo como un Saulo y con un cuerpo de
gladiador romano, le hizo un gesto agresivo y el Sargento se retiró
indiferente. Se acordaba que cuando él era niño, el padre Villa le había dado
un puñetazo, en Andes, Antioquia, a "Parte Brujas" Olivera, por tener
pretensiones de anticatólico y por leer a Vargas Vila.
• Ya en el último día de viaje, divisaron desde la lancha, una
pequeña cordillera lejana que se dibujaba azulada sobre el horizonte. Después
de meses de no ver una elevación del terreno, aquella cordillera para ellos era
como la visión de la tierra prometida. Llegaron a Venecia. El puerto había
mejorado. Se encontró a sus paisanos Hernán Restrepo, Renato Franco y Aníbal, a
quienes les dijo que debían estar agradecidos de que no se le enviara más hacia
el frente de guerra, porque entre más lejos del país más se sufre.
PARTE 29
LOS PELIGROSOS. AL HOSPITAL.
EL RETIRO.
• Llegaron a Florencia. Al fin un pueblo con ruido, música y
mujeres. En esta maravilla social, les advirtió el alcalde de aquella época,
julio de 1934, que habían llegado gran cantidad de maleantes, individuos
peligrosos en todos los sentidos y les ordenaba estar alertas. El pago que
faltaba por servir a la patria en aquella campaña. Oficialmente los declaraban
estafadores y maleantes porque nadie más llegaban a esta ciudad en gran
cantidad sino todos los evacuados de la guerra. Ya no los necesitaban.
• Salieron por la carretera que Florencia había de conducirlos
a Neiva. Llevaba mucho tiempo sin montar en automóvil. "Uno de Tropa"
recordó su antiguo viaje hacia el sur, montado en una mula enjalmada y
comparado con el medio como ahora lo hacía. Cómo habían acortado las distancias
en tan poco tiempo. Florencia estaba a dos días de Bogotá por locomoción. En
uno de los vagones le causó mucha risa encontrar una carta de un Teniente
Cuéllar de guarnición en Florencia, en la que hablaba a su familia del embrujo
de la selva y otras horribles cosas por el estilo. Se rio porque había visto el
Teniente en esa ciudad tomando fresco en un café de la plaza nada selvática de
Florencia.
• En Bogotá se presentó ministerio de Guerra. Un empleado ante
su aspecto de enfermo le dijo que se presentará al departamento de higiene. Le
dieron una orden escrita para presentarse al hospital de San José. Una hermana
del hospital lo recibió con una sonrisa. Le preguntó por la profesión y éste
contestó militar. La monja exclamó ¡ah militar! y su sonrisa se hizo más
acogedora. Lo destinó al pabellón de los oficiales muy aseado y casi lujoso.
Otra hermana de la caridad, con sonrisa de muchos amigos le preguntó: ¿Oficial?
Y "Uno de Tropa" le contestó: Sargento. La hermana que le estaba
limpiando con suavidad un brazo para inyectarlo, cuando supo que su paciente no
era oficial, la sonrisa de sus labios, tomó el aspecto de profesional. Sus
manos que antes eran de ceda, ahora parecían de acero. Debió punzar varias
veces el brazo sin encontrarle la vena. Al otro día tuvo que tener el brazo en
cabestrillo. Estaba hinchado y le dolía.
• Las hermanas no se acostumbraron a que se les hubiera colado
un soldado entre el pabellón de los jefes. A los 20 días ya estaba bien. Se
levantó a tomar el sol en un corredor. Allí concurrían también los oficiales.
Estos no le dirigían la palabra. A él tampoco le importaba, pero se veía
claramente que aquello era discriminación. Como la que tuvieron cuando le
desconocieron los resultados de su examen de ingreso, que lo calificaba para
ser oficial pero lo pusieron en el rango de suboficial. Después se iba a un
pabellón lejano a saludar a sus compañeros los soldados y suboficiales
enfermos. Estaban casi ascinados. A las horas de la comida la traían en un
recipiente enorme y a no ser que no pudieran comer por enfermos, se tenían que
levantar a poner su escudilla en fila como en el cuartel. Comparó esto con las
alcobas lujosas de los oficiales y sintió que su garganta se le deshacía de
angustia.
TROPAS COLOMBIANAS QUE RECUPERARON LA PEDRERA
• Aliviado se presentó al Coronel Ahumada del ministerio. Le
entregó al Coronel el certificada de evacuación. Después lo felicitó y le dijo:
“Escoja la guarnición que usted quiera. Se la doy”. Una tropa contestó:
“Gracias, mi Coronel, sólo quiero me retiro. No soy profesional de la milicia”.
Y se lo concedieron. Así salió a la calle. No tenía dinero, pero otra vez era
un hombre libre. Respiró como quien descansa de un gran peso. Descubrió que el
patriotismo es un peso del que se puede descansar.
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