PARTE 12
CAPTURA DE AVIÓN ENEMIGO CON
CAÑÓN DE GUADUA Y BATALLÓN COSTEÑO
• No era el único enfermo, casi todos lo estaban. Aquello más
que un batallón, parecía un inmenso hospital. El Coronel Gálviz se dirigió por
radio al Ministerio de Guerra, solicitando aviones para evacuar los enfermos
graves hacia los hospitales del interior. A menudo los aviones del gobierno
transportaban por la frontera periodistas y hasta mujeres con el objeto de que
dijeran lo contrario en sus entrevistas con los periódicos capitalinos. Sin
embargo al coronel Gálviz le contestaron que no había aviones.
• Entre el ingeniero Juan B. González y un tarro de guadua,
capturaron a un aviador peruano con su aparato. El aviador acuatizó en las
aguas, sobre el río Caquetá, según dijo, lo había hecho desorientado, creyendo
que aquello era una guarnición peruana. El tarro de guadua estaba ahí sobre dos
ruedas de madera, simulando un cañón, lo que asustó a nuestro hombre. En el
último momento quiso arrancar vuelo nuevamente, pero fue obligado atracar con
el argumento más convincente y positivo de la pistola del ingeniero González.
Llevado a Puerto Leguízamo se le instaló en el mejor aposento del hospital
María Teresa, con una guardia especial. Los oficiales colombianos le hacían
visita y le prestaban novelas. Después lo enviaron a Güepí con un teniente y
unos cuantos litros de aguardiente.
• "Uno de Tropa" fue nombrado guarda de almacén de
vestuario y equipo que era todo maremágnum. Se dio a la tarea de organizar
aquel manicomio y lo consiguió de tal manera que parecía hasta estético. En el
mes de noviembre del año 33 se aproximaba el momento del relevo para aquellos
pobres soldados que languidecían de fiebre y el deseo de volver a sus hogares.
En este mes le correspondía al batallón de antioqueños puros "El
Girardot" y a los pocos santandereano de "El García Rovira", que
más que los soldados antioqueños eran "mas machos" pero
indisciplinados. Quizá por el carácter peculiar de su raza altiva y dominadora,
no consentían que se les mandara.
CARTEL LLAMANDO A LA DEFENSA NACIONAL
• Empezaron, entonces a ser evacuados los enfermos en pequeños
grupos. Las penalidades del retorno eran muchas, pero en nada comparables a las
pasadas. "Uno de Tropa" ya había sido atrapado por las enfermedades
de la manigua. A pesar de las fiebres violentas no quiso ir al hospital. En el
almacén dormía y cuando la fiebre lo agobiaba, deliraba entre unas y otras
dosis de quinina.
• También llegó una compañía de costeños que iba destinada al
Putumayo. Su entrada al puerto fue algo conmovedor. Eran los primeros soldados
que llegaban hasta Caucayá en vehículos de ruedas. Por la carretera entre el
Puerto Leguízamo y la Tagua. No parecían soldados sino un grupo de abigarrados
que si hubiera tomado como pordioseros. Con los trajes deshilachados y sucios
que decían de las penalidades del viaje. Los presentó ante el Coronel Gálviz,
el teniente Carreño. El Coronel preguntó: porque vienen tan sucios y rotos.
Ellos contestaron: esto es porque venimos desde Barranquilla. En todas las
guarniciones hemos pedido y en ninguna se nos ha dado nada. Y así siguieron
rumbo a Tarapacá. Con los mismos vestidos que llevaban sobre sus carnes
sudorosas desde hacía dos meses y en un viaje a través de toda la República.
• Para colmo de sus torturas, el Teniente que los comandaba se
portaba mal con ellos y multiplicaba las asperezas de su diaria jornada. La
suerte le llegó en Tarapacá. Acaeció en el Putumayo, este oficial que no supo
comprender a sus heroicos soldados que, aunque pudieron salvarlo no lo hicieron
y lo dejaron perecer, sordos a sus gritos de auxilio.
• El Capitán Moreno Díaz y el Teniente Rojas llegaron de El
Encanto. Poco después de ellos vinieron unos soldados evacuados de la misma
guarnición. Contaron que el Capitán lloraba en El Encanto como una niña
lamentándose que no iba salir vivo de aquel lugar. Rojas atropelló a un soldado
y para qué los compañeros de este, justamente enojados, no encaran el
incalificable abuso de autoridad, lo trasladaron. Un émulo de aquel, el
Teniente Gómez Solórzano ensayaba las ametralladoras colocándolas sobre las
espaldas de sus soldados y que por faltas baladíes, los azotaba con sable, en
medio de la jornada.
• Al teniente Rojas le oyó "Uno de Tropa" llamar a
un suboficial y como éste no parecía ligero, gritaba desaforadamente: Donde se
meterá es hijo de puta que no viene, que no viene? Lindo modo de tratar a la
tropa en campaña y en aquellos climas. Y esto no es sino un detalle que pinta
la serie de humillaciones a que estaban sometidos los soldados colombianos que
ya temían más a los jefes que al enemigo. Después nos culpan de no tener
patriotismo, decía el Cabo Gómez al ver esto.
PARTE 13
LOS DE LA RESERVA. EL
ESPECTÁCULO AÉREO Y LA PISTA
• Un Cabo primero se
enloqueció, el cabo 501, todos lo miraban lastimosamente. De los oficiales que
llegaron con "Uno de Tropa" estaba uno de los últimos que quedaba aún
en la frontera. El Capitán le dijo que fuera a recostarse en unas pajas, pero
este le contestó, echándole madrazos, que qué le pasaba. Que más bien se fuera
a buscar marranos a la selva como lo hacía "Uno de Tropa". Los
soldados se reían socarronamente pero no por mucho tiempo porque después cada
uno se llevaba su buena parte. También se enloqueció el soldado Mantilla y en
un viaje a "El Encanto" no volvió más. Por no alcanzar los favores de
una india se voló los sesos de un tiro de fusil, en el puerto de
"Calderón".
• Llegaron los oficiales de la Reserva. Apuestos, elegantes,
enguantados y limpios. Formaban un contraste irrisorio con el ambiente lluvioso
y las veredas enlodadas de Caucayá. Hablaban melosamente al Coronel para que no
los enviaran a sus respectivos destinos en la frontera. Vivian aterrados del
contacto con los moscos y de la proeza de haber llegado al Putumayo. Se sentían
héroes y miraban a todo el mundo con desdén, como desde un pedestal. En tres
meses los habían hecho oficiales y tenían que aprender de sus subordinados
hasta las voces del manto. Así eran muchos aunque no todos los oficiales de la
Reserva.
MANIFESTACION DE RESPALDO EN MEDELLIN
• El coronel Gálviz fue el valiente y noble comandante que
tuvo que abandonar a los pocos soldados con los que llegó a Puerto Leguízamo.
Había ya que una verdadera guarnición militar, con campamentos, con casinos,
con hospitales y hasta con una tentativa de urbanización general. Le dijo a
"Uno de Tropa" que en el próximo grupo de evacuados lo pondría
listas. Al Coronel Gálviz del batallón Pichincha número 10, se le debía, más
que a nadie, el progreso de Puerto Leguízamo. Para no hablar sino de uno de los
sectores en que el Coronel Rubén Galvis puso directamente su mano, su recia
voluntad de trabajo y de progreso.
• Los aviones colombianos dieron un espectáculo emocionante:
seis aviones de caza y dos de bombardeo, se mecieron sonoramente sobre la
esmeralda de la selva. Los primeros parecían enormes coleópteros, con su garbo
su velocidad asombrosa. Pesados se mostraban imponentes y potentes. Los
segundos, acuatizaban abriendo en las aguas tranquilas del pardo río, un asa
profunda que se rellenaba con rabiosos remolinos de espuma, semejante a blanco
acervo de algodón deshilado. Tras unos pocos minutos de demora en Puerto
Leguízamo siguieron su rumbo veloz al bajo Putumayo.
• Comentario. LA PISTA. Años después
construyó una pista para aviones con ruedas, al lado del pueblo y perpendicular
al rio Putumayo. La primera parte era en subida y la otra horizontal. De tal
manera que cuando se aterrizaba el piloto solo veía la primer parte dando la
impresión que el avion C 47 no alcanzaría a frenar por la poca distancia
disponible que podía ver. Después de llegar a la otra mitad aparecía el resto
para alivio del piloto cuando ya creia llegar al final sin detener el avion.
Por este efecto visual, un avion se estrelló intentando un aterrizaje demasiado
corto en el cual pereció uno de los pilotos de la FAC por los comienzos de los
70.
• Como en el área es muy difícil
conseguir piedra y el suelo es de arcilla roja expansiva, que es muy lisa
cuando se moja por las frecuentes lluvias en invierno, se cubrió con una maya
de gruesa lámina de hierro perforada. De las usadas por las tropas de MacArthur
en el Pacifico durante la segunda guerra mundial. Esta lámina traqueteaba estruendosamente cuando
el avion la pisaba a alta velocidad. Con los años se oxidó y el peso del avion
levantaba puntas filosas. El piloto debía frenar con mucho cuidado para no
cortar las llantas del avion. Los lugareños la soldaban lo mejor que podían
puesto que de no repararla el avion no llegaba. Servicio aéreo fundamental para
la superveniencia de la región, de la colonización y, por supuesto, de la
soberanía nacional. Muchos años después los ingenieros militares construyeron
la actual en pavimento. Fin de comentario.
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