PARTE
24
EL
HAMBRE Y LA GENEROSIDAD PATRIÓTICA
• Racionando llegamos a La Chorrera sin
perder la trocha, que habría sido fatal. Los soldados le dijeron: Sargento, no
hemos almorzado, hambrientos ya. Buscó ayuda en El Intendente. Éste le
contestó: no tenemos alimentos sino para los empleados de la intendencia para
una semana, le dijo el intendente. Lo que se comen ustedes en un día. Pero hay
que hacer algo, replicó Sargento. El intendente le dijo: hay un radio, pero
está malo. Si entre los soldados hay quien lo componga, se puede solicitar
recursos a El Encanto. Mientras tanto le daré un tarro de manteca. Es cuánto
hay.
• "Uno de Tropa" preocupado y
taciturno se dio a la tarea de recorrer las dependencias de la Casa Arana con
una curiosidad minuciosa. Era de dos pisos, construidos con cimientos de roca.
En el primer piso había calabozos enormes forrados en grandes lajas de piedra y
en cuyas paredes pendían gruesas cadenas de cobre y de hierro. Estos calabozos
fueron testigos mudos de las crueldades sin nombre y de los crímenes atroces,
cometidos por los caucheros con los indios, de sangre y espíritu empobrecidos.
En el piso alto estaban antes las oficinas de Arana y hoy las de la
intendencia. Arturo Coba vivió en esta casa una parte de aquella odisea vívidamente
descrita por Eustasio Rivera en La Vorágine. Salones y corredores con todas las
comodidades. No faltaban ni el billar, clara muestra del confort con que se
vivía allí antes. Un corredor amplio y embarandado circundaba todo este piso.
• Los indios de aquellos lugares,
enfermos y perezosos, no trabajan nunca. Se alimentan con toda clase de
inmundicias: Sapos, hormigas, escasísima cacería consistente de micos y uno que
otro ser de monte. Y sobre todo, cazabe, especie de arepa insípida hecha con
una yuca silvestre a la que le extraen el veneno, exprimiéndola después de
varios cocimientos. También mascan, casi constantemente, "coca" que
ingiere una resistencia asombrosa para aguantar hambre. El indio pasa el tiempo
en dormir en su hamaca y en cohabitar como un gato en celo. El material humano
del Putumayo es tan degenerado que más valiera que la naturaleza lo aniquilara.
• "Uno de Tropa" fue a visitar
al misionero del orfanato, quien le obsequió un trago doble de vino y le dijo
que dentro de una semana cerraría el establecimiento por falta de víveres si no
llegaba una lancha cuya visita esperaba. Que como último recurso sólo contaba
con la cuadra del maizal. "Uno de Tropa" formó a los soldados y les
previno que sometería un arresto de 14 días aquel soldado que tomara alguna
mazorca de ese maizal, que era sagrado. A las seis de la tarde tomaron otra
pequeña porción de avena salada y el sargento hizo acostar a la tropa y él se
recostó en una hamaca amarrada a tres yunques de la herrería de los Arana.
• El hambre no lo dejó dormir. Pasó la
noche oyendo el rumor lejano el río y la respiración de sus compañeros que
dormían profundamente agotados por el viaje. Al otro día, en vista de la falta
de alimentos resolvió enviar algunos soldados a cacería con un baquiano. A
mediodía regresaron los cazadores. Traía las manos vacías. Venían cansados y
hambrientos. El baquianos dijo: “No encontramos sino las huellas de un cerdo de
monte. Varios indios recogiendo raíces y hormigas para el baile donde el
cacique dentro de dos días. Uno de estos indios tenía en su rancho un pedazo de
cerdos casi podrido”. Todos los soldados debieron pasar en fila silenciosa a
recibir la escasa y extravagante avena con sal. Luego, a dormir para aplacar el
hambre.
• Había que hacer algo. Un colono le
había dicho que en un enorme charco dejado por el río en la última creciente
podía encontrarse pescado. Había que secarlo y al día siguiente, pusieron manos
a la obra, con las pocas herramientas que les prestó la intendencia. Tenían que
abrir 30 metros de zanjas al río con una profundidad media de 2 m. Los soldados
trabajaban aguijoneados por la esperanza de hallar así el remedio a su hambre.
Bajo el sol trabajaron casi hasta la noche.
• Al otro día, después de bañarse,
siguieron el trabajo en la zanja. Allí estaban cuando llegó un soldado en
carrera gritando: ¡arreglé el radio, arregle el radio! No sabían clave ninguna
pero tenían que mandar un mensaje. Trasmitieron al comandante de El Encanto un
radiograma describiendo la situación sin ambages. El Capitán Fernández contestó
regañándolos porque los peruanos se habían dado cuenta de lo que pasaba en La
Chorrera. Se desilusionaron nuevamente. En todas las caras se veía el desánimo
y el hambre.
• De repente apareció en la puerta el
misionero español. Detrás venían los niños y las niñas del orfanato indígena en
correcta formación. Cada uno traía en sus brazos unas cuantas mazorca de maíz.
Un indiecito se adelantó y dijo: “Como nosotros somos colombianos y sabemos que
ustedes tienen hambre, les hemos traído maíz de nuestra roza, que es lo único
que tenemos”. El Sargento le miró silencio. Aparecieron dos lágrimas de
gratitud y de admiración por lo profundo de la emoción que aquel rasgo de
generosidad le había ocasionado. Mandó formar la tropa y les hizo honores
militares a los indiecitos. Después de romper filas, los soldados se arrojaron
sobre los chiquillos y los cargaban y acariciaban con ternura de madres.
• Cuando se sentían abandonados de todos
los colombianos y, especialmente, de su comandante de El Encanto, los
indiecitos infelices y hambrientos, se sacaban el pan de la boca para dárselos
a ellos. En toda la guerra no se vio un acto de admiración, de sacrificio, de
generosidad y de patriotismo como el de aquellos indiecitos del orfanato de La
Chorrera.
• Aquellos "socorros" fueron
una inyección de energía para sus organismos decaídos. Los soldados pusieron
todo su esfuerzo en terminar la desecación de la" "concha" para
extraer el pescado que pudiera contener. Pasada la tarde de ese sábado, sólo
queda una pequeña capa de agua de la cual saltaban los peces pequeños hasta la
superficie. Los peces parecían lingotes de plata al reverberar contra el sol y
a la par de ellos, saltaba, esperanzado, el corazón de sus cazadores.
PARTE
25
DEFENDIENDO
LA COMIDA. REGRESO. COMENTARIO. MULA BASTIMENTERA.
• Era domingo y uno de tropa hizo formar
al personal y lo envió al misionero español para que les dijera misa. Mientras
tanto, él se fue a darle vuelta al charco para ver si había secado totalmente
durante la noche. Al llegar lo sorprendió un espectáculo ridículo. Unas 15
Indias, entre viejas y jóvenes, con las faldas arremangadas hasta la cintura
estaban entre el charco cogiendo los peces con una habilidad asombrosa y
echándolos en canastos de fibra. Al contrario de los indiecitos del orfanato,
que se quitaban el pan de la boca para darlo a los soldados, estás, que nada
ayudaron a la obra y que no hacían sino dormir y cohabitar, le robaban a la
tropa al esfuerzo de la semana de trabajo duro, bajo aquella naturaleza
sofocante.
• Uno de tropa reaccionó violentamente.
Soltando su cinturón se abalanzó sin meditarlo sobre aquella manada de
mujerzuelas repartiendo latigazos a diestra y siniestra en medio de infernal
algarabía que hacían las indias azotadas. El no pensó que eran mujeres sino en
que defendía la comida de los Soldados y castiga una canallada. Los peces y los
canastos salían en todas direcciones mientras cada una huía como mejor podía
hacerlo. Una joven se quedó retrasada, por haberse enredado en su canasto.
"Uno de Tropa" la tomó como botín de guerra y la disfrutó
golosamente. Así tantos meses que guardaba una castidad obligatoria que creía
haber perdido sus instintos viriles.
• Recogió los peces dejados por las
Indias y los llevó a los rancheros quienes rieron orgullosamente al saber el
modo como los había adquirido. Con los peces hicieron un pequeño sancocho.
Aquello sabía a gloria. Cuando estaban en el almuerzo llegó un radiograma de El
Encanto. Se ordenaba trasladarse "inmediatamente" con la tropa para
la citada guarnición. Agregaba que en el camino le saldría al encuentro el
Soldado Rico quien le entregaría víveres. No podía perder tiempo porque fuera
de que no tenían víveres la orden era perentoria.
CAÑONERA CARTAGENA
Comentario. Además de la destinación a
El Encanto, aunque tenia suficiente tiempo en Puerto Leguízamo para ser
evacuado del frente de guerra, mas el traslado repentino a La Chorrera sin
suficientes víveres ni equipo de supervivencia ni guias ni ningún objetivo
especifico de guerra ni armas, aunque el enemigo les tenia una emboscada, era
demasiado clara la intención. Los enviaban donde no había abastecimientos
previstos ni donde adquirirlos. Era más una misión de supervivencia que de
combate. Acababan de llegar y le ordenaban regresar por la misma vía dizque
para salvarlo de la grave situación que se sabía de antemano que se daría. Les
daban la impresión de rescatarlos para que no perecieran de una situación
conocida y a la cual se les había expuesto sin motivo alguno.
• Todo era más que motivo razonable para
ver que se les quería perjudicar sin razón válida. El fin solo podía estar
estimulada por motivos personales, como los que le habían insinuado a "Uno
de Tropa" antes de partir para El Encanto. Porque no podía creerse que eso
fuese un simple error de operaciones, ya que era muy evidente lo innecesario
que había sido esa orden de ejecutar la marcha a La Chorrera y que solo los
querían llevar a la inanición.
• Ha sido una tradición institucional el
destinar a misiones inútiles, llenas de sacrificios y hasta peligrosas, a
quienes, a manera de castigo personal, los superiores, aprovechando su
autoridad, imponen a quienes no pueden aplicar sanciones disciplinarias
reglamentarias. Por ello, recurren a formas de castigos no reglamentarios, como
los traslados a zonas remotas, escasas de facilidades, donde existe alta
amenaza y alejando de las comodidades de las áreas desarrolladas de la nación.
Misiones que la mayoría acepta con gusto y sin reproche, cuando son por motivos
de patriotismo y justificada necesidad nacional. Pero que ofenden y resienten
los afectados cuando se trata de motivos de venganzas personales usando la
potestad de la autoridad.
• Lo peor de esto es que algunos dejan
testimonio de esas actuaciones y ponen en evidencia pública la actitud
retrógrada que subterráneamente se da dentro de las instituciones armadas. Como
es el de este caso. El de el Sargento Jorge Tobón Restrepo. Fin del comentario.
• A las cinco de la tarde llegaron a uno
de los campamentos construidos por ellos mismos cuando venían hacia La
Chorrera. Al otro día a las cinco de la mañana estaban listos para continuar.
Con las caras enflaquecidas, los labios pálidos y las piernas vacilantes, pero
con un brillo de resolución en los ojos. A las ocho de la mañana llegaron hasta
un riachuelo de aguas de color de yodo. A cada vuelta a la trocha miraban
ansiosos a lo lejos para ver si encontraban al Soldado Rico con sus víveres.
Pero ni lo uno ni lo otro aparecía. Cada uno quería ser el primero en ver al
Soldado que traía los víveres. Se largó un torrencial aguacero y los soldados
empezaron a desfallecer. Así llegaron a la quebrada "La Sombra".
Estaba crecida.
• En aquel punto el Soldado Rico luchaba
por salvar los víveres descargando la mula en que los traía y que se le acababa
de ahogar en el mismo sitio. El cadáver del pobre animal, que había muerto con
su carga encima, se sostenía contra la corriente gracias al cabestro que Rico
había amarrado un árbol de la orilla. Entre todos le ayudaron. Salvaron un
tercio de yuca, un poco de sal de piedra y un tarro de manteca. El azúcar y el
café se habían perdido. Eran las 10 de la mañana. Allí había un rancho y uno de
tropa ordenó: Descanso hasta mañana. Prender hogueras. Secar la ropa. Dormir y
los rancheros a cocinar yucas. El suboficial tuvo una inspiración. Dio su
cuchillo de monte a un soldado y le ordenó: “Cortez, traiga un pedazo de anca
de la mula ahogada”. -“Mi Sargento”, dijo el soldado asombrado. –“Nada no
replique cumpla la orden. Estamos en campaña”.
• El soldado fue hasta la mula que
flotaba como un bote entre el agua y trajo un tasajo chorreando sangre. El
Sargento tomó el pedazo y lo abrió hasta convertirlo en una delgada tela.
Después lo arrojó en una hoguera. Aquella, que en el principio empezó a
inflarse como un globo, se contrajo nuevamente. Mordió un pedazo con
repugnancia y no le supo a nada. Repartió el resto a los soldados hasta que se
terminó.
• El soldado Cortez, que había traído el
primer pedazo le pidió el cuchillo prestado. "Uno de Tropa" le
preguntó: ¿Qué hace? Éste respondió: “Estamos en campaña, mi Sargento”. Le prestó
el cuchillo. A poco el Soldado regresó con otro gran tasajo de carne
sanguinolenta y roja. Tras esto hicieron lo mismo los otros. A poco se
levantaba del campamento el olor peculiar de la carne quemada. Casi cruda la
comían algunos. Finalmente vino el almuerzo de yuca cocida que utilizaron como
pan para acabar de comerse la inocente mulita.
• La falta de costumbre hizo que más de
uno se levantará varias veces en la noche y que los demás llenaban el ambiente
con ruidos y olores extraordinarios. El Cabo Granados maldecía: “Mi Sargento,
esto no es comida sino sulfato de magnesia”. Con los calzones en la mano por
temor a no tener tiempo de quitárselos oportunamente si el caso lo requería.
Todos reían a mandíbula batiente de sus tribulaciones.
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