EL
ABUELO DE UNA FAMILIA DE BLACK HAWKS
BLACK HAWKS
Tengo el rostro raído por el tiempo y la guerra, mis cicatrices cuentan
una a una la historia de mi vida. Soy veterano si, pero aún me quedan fuerzas
para luchar. Mi nombre es FAC 4101.
Nuestra misión en
Colombia comenzó aquella tarde del 14 de julio de 1988, cuando en el compartimiento de carga de
un avión norteamericano C-5 Galaxy llegamos a Palanquero los primeros cinco
UH-60 de la Fuerza Aérea Colombiana. Veníamos estrechos e indefensos con las
palas atadas hacia atrás, en un ambiente silencioso y húmedo que poco a poco
nos ahogaba. En aquel lugar el tiempo trascurrió inerte, hasta que el lacónico
sonido de un motor eléctrico abrió con suma pesadez la gran compuerta que horas
atrás se había cerrado en Stratford, Connecticut, Estados Unidos.
El reloj empezó a girar cuando ya en realidad nos encontrábamos en
medio de un conflicto armado; Íbamos y veníamos por entre la agreste geografía
colombiana; volábamos por la alta Guajira, el lejano Amazonas, Ipiales y Acandí
en Antioquia; las balas del fuego enemigo
rozaban nuestra piel; algunas de ellas calentaron nuestras latas
atravesándolas de lado a lado; ciertos impactos eran insignificantes y nos
permitían continuar con la misión; otros en cambio, eran de
tal gravedad que nos obligaban a aterrizar de inmediato para determinar
la magnitud de los daños.
En tres ocasiones me enviaron a tierra por causa del fuego enemigo,
la primera de estas, la que fue mi bautizo de fuego siendo solo un novato en
cuestiones de guerra, con ínfimas 469 horas de vuelo y acabando de cumplir mi
primer año de vida. Fue un 27 de julio de 1989
mientras terminaba una misión de asalto aéreo cerca de Montería
en la que el enemigo me brindó una calurosa bienvenida.
Aún recuerdo el terrorífico grito de los soldados que llevaba
abordo y el impactar de las balas atravesando mi fuselaje. Bastó una bala, la
que perforó mi motor izquierdo para que una fumarada pintara de negro el azul
del cielo, se escuchó el sonido del motor fuera y en la cabina el color rojo
adornaba los instrumentos con señales de peligro.
El piloto intentó hacer un sobrepaso pero ya caíamos en la selva a
unas pocas millas del territorio enemigo, mi cuerpo golpeaba entre los árboles
y los troncos que se iban quebrando me atravesaban como puñales. Todo
sucedió rápidamente, el ensordecedor golpetear de mis palas contra los
árboles, los gritos de dolor de los soldados que llevaba abordo y el aullar de
la selva al interrumpir su densa calma. Mi cabeza permaneció aturdida entre los
ramales y al intentar moverme mi cuerpo no respondía más, estaba parcialmente
destruido.
Luego de un rato los soldados que quedaron heridos se alejaban
afanosamente de mí, buscaban un refugio temiendo que explotara en mil pedazos.
Permanecimos ocultos en la vegetación a la espera de nuestro rescate. Unas
horas mas tarde un helicóptero evacuó los heridos, levantó su vuelo y mientras
se alejaba, note en él un gesto de amargura, como si se despidiese de un
muerto.
EN MEDIO DE LA SELVA
Impávido, me acompañaba la muerte y una selva que
sé hacia más espesa con la caída de la noche. La luz del alma se me iba apagando lentamente,
el sonido de miles de animales se alborotaba, tal como lo hacia el tambor del
caníbal al buscar su presa. El tiempo se olvidó de mí y cruzo de largo. Pasó el
primer día y aun permanecía tendido en aquel lugar. Escuchaba el ruido de las
ametralladoras y los gritos de furia que detrás de la jungla escondían las fauces
del enemigo. Intentaba respirar, pero el húmedo olor del inculto bosque se
mezclaba con el de mi sangre y mi miedo.
Al amanecer del segundo día era un ser agonizante, sentía la
boca áspera, el cuerpo entumido y mi sangre se secaba bajo el sol, los insectos
se acercaban atraídos por el hedor de la muerte. Balbuceaba mi ultimo perdón y
mi último “¿por qué?”.
De repente sentí una fuerte ráfaga de viento que sacudía los
árboles y levantaba la tierra, levante con suma pesadez la mirada y vi que en
medio de las tinieblas un helicóptero UH-60 Black Hawk (FAC 4104) hacía vuelo
estacionario sobre mí. Descendieron dos hombres que me engancharon a una
eslinga y me levantaron entre los árboles hasta un sitio más seguro, en el cual
pudieran desarmarme en partes. A pocos metros de la que pudo haber sido mi
tumba, los hombres que vinieron a mi rescate removían la transmisión bajo el
fuego del enemigo. Algunas veces se ocultaban detrás para evitar el
hostigamiento. Al finalizar esa misma tarde me izaron en dos helicópteros para
llevarme a casa, el FAC 4103 y el FAC 4104 que en ese entonces eran volados por
quienes hoy son el Señor BG. José Vicente Urueña (FAC 4103) y el Señor CR. Raúl
Torrado (FAC 4104). Tres años después, regrese a Colombia en un largo vuelo
desde los Estados Unidos. Cruzando por Centroamérica.
Gracias a nuestra
maniobrabilidad y silencioso volar, nuestras primeras misiones entre muchas
otras, consistieron en la evacuación de heridos desde el corazón propio de la guerra
y los asaltos aéreos en el propio patio de armas de los campamentos enemigos.
De los 10 que llegaron
conmigo se ha ido al cielo uno, mi buen hermano el FAC 4102, lo vi la ultima
vez al despedirse en el Batallón Vargas de Granada Meta, fue el 11 de diciembre
de 1991 justo en los últimos días de la operación de casa verde, ese día la
angustia de sus ojos me insinuó que algo no andaba bien, uno de sus sistemas
tenia graves fallas y debía volar de regreso hasta la base aérea de Melgar. Esa misma tarde, luego de un esfuerzo descomunal para cruzar la
cordillera, pocos minutos antes de llegar a casa su ánimo no respondió más,
levanto los ojos al cielo con rictus de perdón, cabeceo con furia y se despidió
del hombre precipitándose a tierra. Termino su vida en un perpetuo giro sobre
las ardientes tierras tolimenses.
EN RECUPERACIÓN
En el año de 1994
llegaron los 4 jóvenes UH-60 “Lima”. Traían consigo nuevos motores y ciertos
sistemas más evolucionados. El 10 de noviembre
de 1995 dejaron atrás el transporte militar para vestirse con armaduras, espada
y sable, su carácter cambió, dejaron de ser dóciles como son los helicópteros
de transporte, para convertirse en una estirpe de feroces guerreros,
arrogantes, de mirada agria y temeraria que respiraban adrenalina y escupían
fuego. Se sabe que en varias ocasiones continuaron la lucha, incluso estando
heridos. Desde ese entonces fueron bautizaron como “Arpías”, EN SIMILITUD A LA
FEROZ águila llanera.
En 1992 nos atrevimos
a retar el reino de las tinieblas y la oscuridad, se dio inicio a las
operaciones con visores nocturnos convirtiendo la noche en nuestra aliada
estratégica. El enemigo nos dejó de ver y hasta el sobrenombre de “la bruja” se
nos puso, pues como ésta, resurgía de la nada y sin que sus victimas la vieren,
atacaba en silencio, para luego desvanecerse entre la noche, le temían a mi
sombra y al aullido del Arpía, que según ellos, merodea en la noche como si
fuera el alma de la muerte.
Innumerables anécdotas
de guerra y de paz acompañan nuestro diario volar, como lo fueron, el
aterrizaje a 16.000 pies de altura en el Nevado del Huila, demostraciones aéreas exaltando nuestro poder
aéreo, vuelo hasta a la isla de San Andrés con tanques auxiliares, incontables misiones de búsqueda y rescate,
otras combatiendo incendios forestales lanzando agua; considerables misiones de
asalto aéreo y de ataques estratégicos, apoyo a países hermanos, misiones titánicas
como el cambio de la transmisión, que es el corazón de maquina del FAC
4110 en plena zona de orden público (Guérima,
Vichada), en donde los técnicos de mantenimiento tuvieron que combinar las
herramientas con el fusil y convertir el compartimiento hidráulico en un centro
de observación adelantado, emplazando una ametralladora M-60 para repeler el
ataque.
Finalmente, al
terminar con este corto relato y hacer un recuerdo somero de las etapas que han
marcado nuestro estilo de vida en estas primeras 50.000 mil horas de vuelo, no
me queda otra cosa que recordarles a las nuevas generaciones sobre el respeto y
aprecio que hemos ganado de los hombres que día a día nos acompañaron en la
ardua faena de esta guerra. Junto a ellos hemos conocido la mano del piloto
agresivo, como la del calmado también; hemos sido instructores, alumnos,
técnicos y combatientes, adquirimos el espíritu del colombiano inteligente y
del campesino aguerrido.
EN PLENA ACCIÓN
Sobre nosotros se
derramó la sangre de cientos de hombres heridos y se escucharon los últimos
suspiros del soldado muerto. Nosotros los viejos “Alfa” continuaremos luchando
como lo hemos venido haciendo, veteranos, pero firmes y siempre con el alma
altiva de valor. Hasta contemplar el Omega de nuestra existencia.
Mayor Ricardo Torres S.
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