LAS DELICIAS (VIII)
LAS REFLECCIONES
La relación costo-beneficio no lo
justificaba, si se les mandaba con esas condiciones se perdería toda
alternativa de apoyo aéreo futura. A pesar de que eso implicaba una situación
más crítica para las tropas de las Delicias. No es una buena decisión de quien
sabiendo, de antemano, que su victoria será pírrica la realiza negándose, con
ello, oportunidades posteriores más factibles de mejores resultados.
Siempre en estas circunstancias hay algunos
que quieren hacer más y otros que no, todos tienen un criterio. Unos creen que
pueden y otros que no pueden. En una fuerza militar todos tenemos un horizonte,
un punto de equilibrio distinto, entre lo que es el ser y el deber ser. Entre
lo que se debe hacer o lo que se puede hacer con éxito. Algunos son más
temerarios que otros. Debemos cuidarnos tanto de la excesiva prudencia como de
la exagerada imprudencia. Los subalternos suelen pensar en lo inmediato.
El comandante tiene que mediar pensando en la
conveniencia macro. En cómo sus decisiones van a influir sobre la victoria, si
poniendo en riesgo al momento a sus hombres, su más valioso recurso, o preservándolos
porque después le permitirán vencer. Casi que debe proveer el futuro y sobre como
todo eso beneficiará al mejor el interés nacional.
La batalla en las Delicias duró toda la noche
hasta las 07:00 de la mañana. En las primeras horas del día, el Capitán fue
herido, pero sobrevivió, tratando salvar a los hombres que le quedaban con una
maniobra de retirada. Pretendía llegar furtivamente al rio para ver si podía escabullirse
usando la corriente. Para ello ejecutó un cubrimiento con fuego distractor, mientras
los pocos hombres disponibles en condición de combate, porque no habían sido
rendidos, ni heridos ni habían caído heroicamente, se evadían por una ruta de
escape. La mayoría ya estaba fuera de combate. En ese empeño no fue
posible por haber sido imposibilitados para el combate.
Más tarde, mientras el capitán suplicaba, en
forma incoherente por las heridas recibidas, una cobija para abrigarse del frío
que decía sentir, al cabecilla terroristas, alias el Mocho César quien se burló del
Capitán al ordenar a una bandolera que le diera una cobija, al tiempo que le
guiñaba un ojo. La cual, cumplió la orden al instante. Le disparo al indefenso oficial asesinándolo aleve y
cruelmente. No tuvieron compasión del vencido, como lo manda la altura de la
sensibilidad humana. Quien dio la orden fue el bandolero apodado Mocho Cesar,
quien antes había emitido mensajes amenazantes contra los comandantes militares
de la región haciendo alarde de poder. Años después fue dado de baja por las
tropas, dando por terminada su fingida superioridad.
EL RECONOCIMIENTO AÉREO.
Mientras tanto, en el GASUR, tan pronto
amaneció vimos que la niebla todavía no se había disipado. El anticuado pero
funcional avión de transporte, el C-47, no pudo despegar para hacer un simultáneo
vuelo de reconocimiento en las Delicias y un apoyo logístico a la base de naval
de Puerto Leguízamo. Necesitábamos un reconociendo para ver si era factible
continuar con el apoyo aéreo combate.
Debimos esperar a que calentara un poco el clima
para que se levantara la niebla. Para las 08:30 de la mañana el avión pudo
despegar y al poco tiempo nos estaba reportando que la nubosidad no permitía
ver bien lo que estaba sucediendo en las Delicias. Sin embargo, alcanzo
observar que ya no había combate y lo que parecían ser varias construcciones
convertidas en cenizas. Por ello no ordenamos más apoyo aéreo de combate. No
era aplicable. El avión continuó con la otra misión para que de regreso hiciera
otro reconocimiento, ya que la base de las Delicias queda en la ruta aérea que
conduce a la frontera con el Perú.
Más tarde nos reportó que ya no se observaba
en el lugar ninguna presencia de personal y mucha destrucción. Supimos que el
combate había terminado y que lo claro era su total destrucción. No haríamos
más ametrallamiento ni cubrimiento aéreo. Nos concentramos en lograr una
operación de rescate por vía aérea. Ya por el rio Caquetá se estaban dirigiendo
al lugar, de sur a norte, rápidos elementos de combate fluvial y unos lentos
trasportes fluviales, que llegarían en las horas de la tarde a Las Delicias,
procedentes de la Tagua.
UNA REFLEXIÓN
Después
supimos que los secuestrados habían sido llevados al Ecuador. Por trochas en la
selva como trofeo de guerra. Para aprovechar el resguardo que les daba la frontera
internacional con la condescendencia de esa nación.
Al mismo lugar
donde, bastantes años más tarde, fue bombardeado el campamento de Raúl Reyes
dando de baja al peligros terrorista. Así, sobradamente, se compensó la aleve agresión
y el sacrifico de nuestros hombres.
Al mismo tiempo
que se confirmaba nuestra teoría de que se debían bombardear los blancos
enemigos con determinación. Los mismos bombardeos que se nos habían negado hacer dentro de la nación, cuando
era necesario. Usando restricciones burocráticas y con teorías académicas que no
concordaban con la realidad que vivíamos en esa área de combate.
Después debimos
hacer esos bombardeos pero dentro de esa nación vecina. Pasando las fronteras
territoriales con consecuencias diplomáticas internacionales. A riesgo de
provocar una confrontación internacional. Es decir, los riesgos que habíamos visualizado
que podrían suceder, por desconocimiento, cuando estuvimos en el EMC. Y, después,
los verificamos con el ataque contra el campamento de Reyes en el Ecuador. Pero
ni en el EMC se conocía. Y si alguien lo evidenciaba la realidad de la periferia
nacional, se desconocía y hasta descalificaba con rudeza.
Ni, luego,
cuando pedíamos los apoyos de combate, desde Tres Esquinas nos prestaban atención.
Dos Colombias diferentes: la de los cómodos escritorios de la burocracia militar
central y la de las trincheras de las tropas en combate en las fronteras.
RESCATE.
En cuanto a operaciones de combate aéreo y apoyo de fuego ya no eran conducentes. Mientras esto acontecía habíamos planeado un rescaté por vía aérea. Eso implicaba usar helicópteros, los que no disponíamos en el GASUR por haber sido retirados antes. Acudimos nuevamente al nivel central. Del COA ordenaron el desplazamiento de un helicóptero “Halcón Negro” para esta misión.
El helicóptero más cercano estaba a 3 horas
de vuelo, en San José del Guaviare. Se encontraba prestando apoyo final a la
operación Conquista 1. En el vuelo de traslado se le hizo de noche y aunque no
estaba dotado para operación nocturna, logró rescatar varios heridos.
LA TENEBROSA MISIÓN DE RESCATE.
Esa espeluznante misión de rescate es contada
en la crónica escrita por el copiloto de la aeronave, tiempo después. y que se anexamas adelante. El
informe pone en evidencia la crueldad de los hechos acontecidos en Las Delicias.
Se pone como anexo, mas adelante de esta narración, por razón de guardar la necesaria secuencia
de los hechos vistos desde el GASUR.
Cuando esa noche llegaron los primeros heridos,
sentimos muchas cosas. Lógicamente, lástima y congoja. Teníamos que mantener el
control y un dominio para poder actuar con racionalidad. No queremos decir que el
comandante deba tomar una posición de insensibilidad. Todo lo contrario, hay
que mantener la cordura, la lucidez para actuar con el mejor tino. Lo cual no
significa que no sea consciente de la barbarie y el dolor de sus hombres.
La tripulación del helicóptero, de por sí,
había hecho mucho ese día por rescatar a los heridos. Incluso había actuado por
fuera de las normas de vuelo, ya que no estaba dotado para operación nocturna. Y,
sin embargo, con una descomunal entrega había arriesgado su vida para ayudar a
los heroicos soldados heridos.
Las normas no pueden ser absolutas cuando son
superadas por las exigencias de un deber mayor. Aspectos que solo se pueden
evaluar en el momento en que se presentan. Circunstancia que tampoco son vistas
por los posteriores jueces de los hechos desde cómodos lugares y tranquilos
ambientes de las oficinas. Sin los apremios de las situaciones. Aunque lo legal
es fundamental, está por abajo cuando hay excepciones legítimas. Las mismas que
confirman las reglas. Y dentro de esos motivos está el ayudar a la sobrevivencia
de quienes no solo son seres humanos, sino que han arriesgado lo más valioso
que poseen, que es su vida, por la máxima causa, la patria.
Le preguntamos a la tripulación si podía
efectuar un segundo vuelo a lo cual respondió que no era posible a costa de
correr grandes riesgos contra la seguridad de vuelo. Igual que la tripulación
de la escuadrilla que había hecho el apoyo aéreo de combate la noche anterior.
Comprendimos perfectamente la explicación ya
que ante tal posibilidad no se ameritaba arriesgar a una tripulación sana, una
aeronave en perfectas condiciones de operación, además de la vida que los
heridos que pudiera rescatar. En caso de accidentarse la aeronave, en lugar de
aliviarse, los pondríamos nuevamente en condición segura de perder la vida.
Esa noche no hicimos más vuelos de rescate y
los heridos que no pudieron ser recuperados esa noche debieron esperar hasta el
otro día. La situación era desesperante pero era lo mejor que podíamos hacer
ante la falta de recursos aéreos para ejecutar otras maniobras de rescate.
También estaba pendiente la recuperación de los
caídos en combate. Ordenamos al teniente, juez penal militar de Tres Esquinas,
que fuera en el primer vuelo de rescate del helicóptero a identificar a los soldados fallecido.
Por experiencias personales anteriores, de
rescate de personas perecidas en desastres aéreos, sabíamos lo difícil que es
la identificación de las personas. En tan solo 12 horas después de su muerte,
por la muy rápida degradación de los cuerpos en esas condiciones climáticas de
humedad, temperatura y, especialmente, por la desfiguración producida por las
heridas o la acción de los depredadores.
Le aconsejamos llevar rollos de tela adhesiva.
De la más ancha que encontrará. De la usada para cerrar heridas que le sería
facilitada en el hospital. Que pusiera a lo largo del pecho un trozo grande a
manera de etiqueta. Además de un marcador de tinta indeleble para escribir
sobre la misma los respectivos nombres de los soldados. Los nombres debería
consultarlos rápidamente con los soldados heridos sobrevivientes porque en
pocas horas, después, sería imposible reconocerlos. Incluso, por sus propios
compañeros.
La recomendación le causó una ligera sonrisa
burlona creyéndola una exageración. Expresó, con cierto aire de suficiencia,
que no era necesario pues su tarea era fácil y la haría correctamente por su capacitación
profesional. No insistimos en el tema pero si recalcamos que confiamos que la
identificación no podía fallar, para no equivocar la entrega de los peritos a
las familias dolientes.
Lo acontecido luego, cuando dos familias se
quejaron porque les habían entregado los féretros que no correspondían a sus
familias, nos dio la razón y fue motivo de mucha vergüenza para el oficial. Que
fue su merecido castigo por no acatar un consejo que era más que eso, una
orden.
De inmediato, le ordenamos al oficial ir a distintos
cementerios en el país para hacer las exhumaciones con el fin de hacer los cambios
respectivos y la entrega de los cuerpos a las correspondientes familias. Tarea bastante
desagradable y de pésima presentación Institucional por no haber dado el
merecido valor que tenía una recomendación basada en viejas experiencias de la
vida militar.
“El gobierno cotejó la lista de las FARC con la del Ejército difiriendo en dos de los féretros: Edith Morales Tavares y Carlos Alberto Rodríguez Rodríguez, basándose en la identificación de cadáveres que se hizo por intermedio de los sobrevivientes en las Delicias.
El gobierno solicitó oficialmente al Ejército la exhumación de los cadáveres y pidió que se aclarara de quienes eran los cuerpos que habían sido enterrados con esos nombres. Pero el Ejército se había anticipado. El juez penal militar 132, teniente Luis Eduardo Peláez, había iniciado la investigación 20 días antes, luego de registrarse la inconsistencia en las cartas de identificación de los 2 militares.
Según Peláez, los cuerpos que supuestamente eran de los soldados Morales y Rodríguez presentaban heridas en la cara, lo que hacía, prácticamente, imposible reconocerlos sin que se confrontarán sus huellas. Las dudas también habían asaltado el Ejército cinco días después del ataque las Delicias, cuando Estrella y José Élmer, padres del Soldado Rodríguez, velaban en la sala de su casa en San Vicente Caguán el cuerpo que el Ejército les había entregado.
Varios de sus amigos forzaron la tapa del ataúd que, antes de salir de la funeraria en Florencia, había sido sellado con puntillas muy pequeñas. El cuerpo calcinado y un poco hinchado de un hombre quedó al descubierto.
Algo similar ocurrió el día del entierro del que se creía que la era Edith Morales Tavares. Su familia había llevado el cadáver hacia Circasia (Quindío), donde había nacido el muchacho. Después de que el militar, encargado en Florencia de coordinar el traslado de los cadáveres dentro de las condolencias, les pidió que no abrieran el ataúd porque el cuerpo presentaba un alto grado de descomposición y las heridas lo habían dejado irreconocible.
Amaris, madre del soldado Angedis Tavares, lloró desconsolada cuando le entregaron el ataúd. Aseguraba una y otra y otra vez que no era su hijo, por un “presentimiento de madre”, pero no fue capaz de abrirlo porque su esposo, Gustavo, se opuso.
Dos meses más tarde y sin que los familiares de las víctimas lo supieran, un fiscal, un odontólogo, un médico forense y el teniente Peláez iniciaron los trámites de exhumación de los dos cadáveres. Cuando apareció la lista de las FARC, las huellas necrodactilares del cuerpo enterrado con el nombre de Angedis Morales Tavares ya iban rumbo a Bogotá para que miembros del cuerpo técnico de investigaciones de la fiscalía las confrontarán con las que reposan en la Registraduría bajo el número 89000241.
El 8 de octubre, el sepulturero de Circasia buscó afanosamente a Patricia, prima hermana del soldado Morales Tavares, para avisarle que el cuerpo estaba siendo exhumado porque, al parecer, Angedis estaba vivo.
“Del ataúd salió un cuerpo verdoso de un hombre joven”, recuerda Patricia. El juez Peláez les pidió que intentaran reconocer las características y facciones de Angedis y le sugirió que tuvieran en cuenta que las esquirlas de granada le habían destrozado parte del rostro. Doña Josefa estaba llorando. Patricia y ellos se inclinaron durante algunos minutos sobre los despojos del soldado. La impresión y el hedor que manaba del cuerpo las obligaron a repetir la operación en varias ocasiones.
Buscaron una cicatriz de un alambre que había dejado en la pierna izquierda de Angedis y el tatuaje de la letra “A” en una mano. También buscaron las cejas pobladas y sus extremidades delgadas. Luego de unos minutos de aseguraron a Peláez que, definitivamente, no era el Soldado Morales.
En el cementerio de San Vicente del CAGUAN (Caquetá), al otro lado del país, se efectuó la exhumación del cuerpo de Carlos Alberto Rodríguez. El viernes 18 de octubre, en presencia de sus familiares y el personero de la localidad, Jaime Martínez Pico, se inició la labor.
Según Selena, la hermana menor de Carlos Alberto, “todos teníamos la boca tapada. El sepulturero del cementerio abrió el cajón con una pala y salió un señor que no era mi hermano”.
El juez Pelaez le pidió a la familia Rodríguez que observara con detenimiento ese cadáver. Luego de unos minutos, la sentencia de José Raquel, padre del Soldado, fue contundente: “A él no lo conozco”. Lo mismo opina Mauricio, hermano de Carlos Alberto.
La noche anterior a la diligencia, los tres se habían reunido en la sala de la casa del militar para ver, una vez más, las fotos que el soldado Rodríguez les había enviado cuando juró bandera. Para ellos era inconfundible: un cuerpo mediano, algo robusto y bastante moreno.
Pero el hombre que estaba en el ataúd era diferente: más alto, mucho más delgado y de rasgos finos. Para Lus Elena, Élmer y Mauricio no cabía duda: se trataba de otra persona.
Un cuerpo más fue exhumado ese mismo mes en Lérida (Tolima). Ese cadáver era, supuestamente, el del Soldado Armando Sandoval Martínez. Su familia tuvo que sufrir el doloroso proceso de identificación, y el resultado también fue el mismo: Todo indicaba que se trataba de otra persona. Los resultados de la diligencia salieron tres meses después y fueron divulgados en el oficio ID000D56 del 9 de enero de 1997, del Ejército nacional. En este, el juez penal militar 132, teniente Luis Eduardo Peláez, informaba: La identidad final de tres cadáveres exhumados es la siguiente: En la sepultura de Carlos Alberto Rodríguez estaba el Cabo Primero Armando Sandoval Martínez. En la tumba de Angedis Morales Tavares estaba soldado Luciano Vargas y en la de Sandoval se encontraban militar José Antonio Tupué Ortiz.
El cadáver de Armando Sandoval fue enviado a Lérida y el de Tupué Ortiz lo sepultaron en Florencia, a petición de sus familiares. Los restos de Luciano Vargas fueron reclamados por sus padres y enterrados en El Doncello (Caquetá). Ya no había duda: Dos de los militares, que figuraban en la lista del Ejército como muertos, habían “resucitado”.
Para entonces, Estrella Rodríguez y Amaris de Morales se habían unido al grupo de madres que se habían tomado la sede de la Defensoría del Pueblo para pedir la pronta liberación de sus hijos”.
LA
VERIFICACIÓN
Como
complemento a lo expuesto, transcribimos aparte del libro “De las Delicias al Infierno”,
publicado por Intermedio Editores.
“El gobierno cotejó la lista de las FARC con la del Ejército difiriendo en dos de los féretros: Edith Morales Tavares y Carlos Alberto Rodríguez Rodríguez, basándose en la identificación de cadáveres que se hizo por intermedio de los sobrevivientes en las Delicias.
El gobierno solicitó oficialmente al Ejército la exhumación de los cadáveres y pidió que se aclarara de quienes eran los cuerpos que habían sido enterrados con esos nombres. Pero el Ejército se había anticipado. El juez penal militar 132, teniente Luis Eduardo Peláez, había iniciado la investigación 20 días antes, luego de registrarse la inconsistencia en las cartas de identificación de los 2 militares.
Según Peláez, los cuerpos que supuestamente eran de los soldados Morales y Rodríguez presentaban heridas en la cara, lo que hacía, prácticamente, imposible reconocerlos sin que se confrontarán sus huellas. Las dudas también habían asaltado el Ejército cinco días después del ataque las Delicias, cuando Estrella y José Élmer, padres del Soldado Rodríguez, velaban en la sala de su casa en San Vicente Caguán el cuerpo que el Ejército les había entregado.
Varios de sus amigos forzaron la tapa del ataúd que, antes de salir de la funeraria en Florencia, había sido sellado con puntillas muy pequeñas. El cuerpo calcinado y un poco hinchado de un hombre quedó al descubierto.
Cuando Ismael,
el sepulturero de San Vicente del Caguán, en donde reside la familia Rodríguez,
se disponía a enterrarlo, escuchó que amigos de soldados decían en susurros: “El
del cajón no es Carlos Alberto”. Sin embargo, las dudas no trascendieron.
Algo similar ocurrió el día del entierro del que se creía que la era Edith Morales Tavares. Su familia había llevado el cadáver hacia Circasia (Quindío), donde había nacido el muchacho. Después de que el militar, encargado en Florencia de coordinar el traslado de los cadáveres dentro de las condolencias, les pidió que no abrieran el ataúd porque el cuerpo presentaba un alto grado de descomposición y las heridas lo habían dejado irreconocible.
Amaris, madre del soldado Angedis Tavares, lloró desconsolada cuando le entregaron el ataúd. Aseguraba una y otra y otra vez que no era su hijo, por un “presentimiento de madre”, pero no fue capaz de abrirlo porque su esposo, Gustavo, se opuso.
“Ya conformarse
con el hijo muerto y no busquemos más dolor”, le dijo en Circasia. Resignada, Amaris
enterró a su hijo en el cementerio de esa población.
Dos meses más tarde y sin que los familiares de las víctimas lo supieran, un fiscal, un odontólogo, un médico forense y el teniente Peláez iniciaron los trámites de exhumación de los dos cadáveres. Cuando apareció la lista de las FARC, las huellas necrodactilares del cuerpo enterrado con el nombre de Angedis Morales Tavares ya iban rumbo a Bogotá para que miembros del cuerpo técnico de investigaciones de la fiscalía las confrontarán con las que reposan en la Registraduría bajo el número 89000241.
El 8 de octubre, el sepulturero de Circasia buscó afanosamente a Patricia, prima hermana del soldado Morales Tavares, para avisarle que el cuerpo estaba siendo exhumado porque, al parecer, Angedis estaba vivo.
Patricia acudió
de inmediato el cementerio acompañada de Doña Josefa, la abuela del soldado,
para presenciar la diligencia, que se inició a las 10 de la mañana en la tumba
número 31.
“Del ataúd salió un cuerpo verdoso de un hombre joven”, recuerda Patricia. El juez Peláez les pidió que intentaran reconocer las características y facciones de Angedis y le sugirió que tuvieran en cuenta que las esquirlas de granada le habían destrozado parte del rostro. Doña Josefa estaba llorando. Patricia y ellos se inclinaron durante algunos minutos sobre los despojos del soldado. La impresión y el hedor que manaba del cuerpo las obligaron a repetir la operación en varias ocasiones.
Buscaron una cicatriz de un alambre que había dejado en la pierna izquierda de Angedis y el tatuaje de la letra “A” en una mano. También buscaron las cejas pobladas y sus extremidades delgadas. Luego de unos minutos de aseguraron a Peláez que, definitivamente, no era el Soldado Morales.
En el cementerio de San Vicente del CAGUAN (Caquetá), al otro lado del país, se efectuó la exhumación del cuerpo de Carlos Alberto Rodríguez. El viernes 18 de octubre, en presencia de sus familiares y el personero de la localidad, Jaime Martínez Pico, se inició la labor.
Según Selena, la hermana menor de Carlos Alberto, “todos teníamos la boca tapada. El sepulturero del cementerio abrió el cajón con una pala y salió un señor que no era mi hermano”.
El juez Pelaez le pidió a la familia Rodríguez que observara con detenimiento ese cadáver. Luego de unos minutos, la sentencia de José Raquel, padre del Soldado, fue contundente: “A él no lo conozco”. Lo mismo opina Mauricio, hermano de Carlos Alberto.
La noche anterior a la diligencia, los tres se habían reunido en la sala de la casa del militar para ver, una vez más, las fotos que el soldado Rodríguez les había enviado cuando juró bandera. Para ellos era inconfundible: un cuerpo mediano, algo robusto y bastante moreno.
Pero el hombre que estaba en el ataúd era diferente: más alto, mucho más delgado y de rasgos finos. Para Lus Elena, Élmer y Mauricio no cabía duda: se trataba de otra persona.
Un cuerpo más fue exhumado ese mismo mes en Lérida (Tolima). Ese cadáver era, supuestamente, el del Soldado Armando Sandoval Martínez. Su familia tuvo que sufrir el doloroso proceso de identificación, y el resultado también fue el mismo: Todo indicaba que se trataba de otra persona. Los resultados de la diligencia salieron tres meses después y fueron divulgados en el oficio ID000D56 del 9 de enero de 1997, del Ejército nacional. En este, el juez penal militar 132, teniente Luis Eduardo Peláez, informaba: La identidad final de tres cadáveres exhumados es la siguiente: En la sepultura de Carlos Alberto Rodríguez estaba el Cabo Primero Armando Sandoval Martínez. En la tumba de Angedis Morales Tavares estaba soldado Luciano Vargas y en la de Sandoval se encontraban militar José Antonio Tupué Ortiz.
El cadáver de Armando Sandoval fue enviado a Lérida y el de Tupué Ortiz lo sepultaron en Florencia, a petición de sus familiares. Los restos de Luciano Vargas fueron reclamados por sus padres y enterrados en El Doncello (Caquetá). Ya no había duda: Dos de los militares, que figuraban en la lista del Ejército como muertos, habían “resucitado”.
Para entonces, Estrella Rodríguez y Amaris de Morales se habían unido al grupo de madres que se habían tomado la sede de la Defensoría del Pueblo para pedir la pronta liberación de sus hijos”.
EL VUELO AMBULANCIA.
El Comandante de la FAC estaba altamente
preocupado por la situación de los soldados rescatados esa noche. Cuando el
helicóptero de apoyo volaba de las Delicias a Tres Esquinas, aproximadamente a
las 19:00 horas, nos llamó para decir que existía la posibilidad de ordenar un
vuelo ambulancia, con un avión Hércules, que llegara esa misma noche al GASUR y
continuará el rescate de los heridos llevándolos directamente a Bogotá donde
serían mejor atendidos en el Hospital Militar.
Por todo lo que ya hemos mencionado, con
respecto a las facilidades para vuelos nocturnos que tenía EL GASUR, se
requería que el avión ejecutará el aterrizaje iluminándose por sus propios
medios. Por nuestra parte repetiríamos las mismas improvisadas facilidades de
la noche anterior. Esta era una maniobra que las tripulaciones de los aviones
C-130 habían ejecutado muy poco y no estaban actualizadas en el procedimiento.
Sin embargo, habían encontrado a una tripulación que creía poder ejecutar con
éxito el aterrizaje y en caso de no lograrlo podrían abortar el intento.
Para ello se necesitaba que nosotros indicáramos
si la situación de gravedad de los heridos ameritaba correr ese riesgo nocturno
o, en caso contrario, esperar hasta las primeras horas del otro día. Para dar
ese concepto solicitamos al señor Comandante una espera mínima de una hora
mientras hacíamos la necesaria valoración de los heridos, que estaban por
llegar. Pedimos a los médicos disponibles de nuestro pequeño hospital que nos
dieran su apreciación lo más rápido posible para transmitir el concepto al
superior.
La opinión de los médicos fue la de que la
mayoría de los heridos que había traído el helicóptero estaban en alto riesgo
de perecer esa noche si no recibían un nivel máximo de asistencia médica, el
cual no disponíamos en GASUR. El señor comandante nos había sido enfático en
que teníamos que considerar el alto riesgo que implicaba la operación nocturna de
un pesado avión ambulancia, contra los beneficios que se pudieran lograr. Sopesando
la situación de los heridos y las circunstancias de la maniobra aérea,
decidimos recomendar la ejecución del vuelo ambulancia. El comandante lo ordenó
de inmediato.
BENGALA LANZADA POR EL C 130 AMBULANCIA
PARA FACILITAR EL ATERRIZAJE EN MEDIO DE LA OSCURIDAD.
De esa forma el avión pudo llegar y hacía la
medianoche los primeros heridos, que eran los más graves, estaban recibiendo la
mejor asistencia médica que la institución militar les podía brindar en Bogotá.
El día domingo, el helicóptero efectuó otros
vuelos desde las Delicias al GASUR trayendo los otros heridos y los fallecidos.
Para el caso se improvisó el proceso de embarque de los heridos, los trámites
administrativos y el servicio de morgue con los caídos en combate. El avión
Hércules hizo de ambulancia aérea y vuelo funerario a los lugares de destino.
LOS ALTOS MANDOS Y LAS AUTORIDADES DE CONTROL
En esos mismos vuelos comenzaron a llegar muchos
altos mandos militares y autoridades de supervisión interna, que estaban
interesadas conocer, de primera mano, tanto lo que había acontecido como lo que
se estábamos haciendo. Los atendimos a todos en la mejor forma. En especial a
las autoridades civiles de control del estado y otras personalidades, a quienes
les dimos la información preliminar. Con ella nos debían adelantar las
investigaciones de tipo penal, disciplinario y administrativo, por todo cuanto presumían
que no habíamos actuado con la debida suficiencia o acierto. No prevalecía el
principio de la buena fe y menos el de la presunción de la inocencia. Y eso que
ya teníamos nueva Constitución Nacional. La prioridad era la vieja tradición de
pensar, de antemano, que siempre las cosas están mal hechas, evaluadas por
quienes casi nada saben del asunto y observan los toros desde la segura
barrera. Si mucho desde el burladero. La idea era la de encontrar alguna
deficiencia en el apoyo que dimos, ya fuese por defecto o por error en nuestras
decisiones y procedimientos. No importaba que esa deficiencia fuese
consecuencia de órdenes dadas por ellos mismos. De esa forma buscaban un
culpable en quien direccionar las culpas para reducir la posibilidad de que
alguien descubriera que gran parte de las culpas habían sido el producto de sus
mismas actuaciones.
Esos organismos de control estaban más concentrados
en lo que faltaba por hacer, así fuese en lo que no podíamos hacer por
insuperable deficiencia de recursos, que en lo mucho que habíamos logrado con
los pocos medios disponibles.
Después de eso terminó la parte bélica y se
inició la batalla más difícil para un soldado, la jurídica. La tropa teme más
al enemigo interno que al externo. El último puede acabar con su vida en un
instante. El otro le ocasiona una agonía eterna.
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