BOLI-VARIADA APÓCRIFA. EL PALOMO.
A
principios de noviembre de 1814 marchaba solitario Bolívar a Santa Rosa de Viterbo.
Iba para Tunja a dar cuenta al Congreso de los sucesos desgraciados de la fallida
campaña de Venezuela para la cual se le había dado un Ejército que perdió en el
evento. El mismo que lo acompañó en la campaña del Magdalena. A los infortunios
de su patria se unía el rencor de sus amigos, que lo perseguían para prenderlo,
al tiempo que difundían las más negras especies contra su honor, atribuyéndole
la caída de Venezuela.
El
libertador llego al pueblo, sobre una bestia cansada, y no hallando medio de
reemplazarla, tuvo que esperar un día para que la mula repusiera sus fuerzas.
Entonces contrató un peón para que le sirviera de guía y ayuda siguió hacia
Tunja.
Durante
el viaje, buscando mitigar sus preocupaciones, trabó conversación con su acompañante.
- ¿Por
qué no me alquilaste la yegua? Le dijo.
-Señor,
porque podía abortar. Mi mujer ha soñado que ese potro va a servir para un gran
general. A mi mujer nunca le fallan los sueños. Cuando Casilda lo dice, todo se
cumple. La llaman el oráculo aunque el cura dice que es la agorera.
Bolívar
calló. En mitad del camino recibió un caballo descansado. Se lo había mandado
el Presidente Camilo Torres, enterado de la causa del retardo del Coronel. Horas
después llego a la ciudad, donde se le recibió con muestras de gran aprecio, por
lo cual el arriero quedó aturdido. Pero fue mayor su sorpresa cuando el Libertador,
al despedirlo, le dijo sonriendo: dígale a Casilda que me guarde el potro.
Vino
después el viaje a Jamaica, la expedición de los Cayos, la guerra a muerte, el
Congreso de Angostura y la Campaña
Libertadora.
En
la acción del Pantano de Vargas, envuelto Bolívar por lo realistas, sufría su Ejército
un fuego horroroso. En tal circunstancia oyó una voz que le despierta como de
un sueño.
“MI
GENERAL- AQUÍ TIENE AL POTRO. SE LO MANDA CASILDA”.
Bolívar,
al principio, miró con disgusto, por un instante, al hombre que impertinente lo interrumpía. Mas,
luego, recordó al antiguo compañero de camino y el encargo que le había hecho.
Tomando aquel incidente como un buen augurio, exclamó con acento de victoria: ¡A
LA CARGA! ¡A LA CARGA!
Antes de que le hubieran ensillado el hermoso bucéfalo,
sus tropas reestablecen la batalla. Los realistas fueron desalojados y luego
vencidos en Boyacá.
Cuando
Bolívar regresaba a Venezuela en 1819, se detuvo en Santa Rosa, visitó a
Casilda y le dio las gracias por el precioso animal.
-
Señora, dijo Bolívar al
despedirse, ¿Ha vuelto usted a soñar conmigo? Yo creo en sus sueños.
-
Si Señor, repuso la buena mujer.
Lo he visto a usted en mi potro entrar a las ciudades después de las batallas.
Efectivamente,
Bolívar, después de Carabobo, entró en el Palomo, a Caracas. De Bomboná, a
Quito. Y de Junín, a Lima. Amaba su caballo como una parte de su ser. Dice el
cronista, que el noble bruto lo reconocía de lejos al ruido de sus pasos o al
timbre de su voz, relinchaba, movía la cola y piafaba. (Luís Capella Toledo –
Leyendas Históricas).
En
el diario que llevaba el jefe del Batallón Junín, dejó consignado que en la entrada
del libertador a Lima, el día 16 de mayo de 1826, el Libertador montaba al
Palomo.
Pocos
días después se preparaba el héroe para regresar a Colombia. El Mariscal Santa
Cruz le pidió que le dejara como recuerdo de afecto, el apreciado caballo.
Bolívar vaciló, pero no pudo negárselo. Y cuentan que al día siguiente de su
partida el caballo estuvo triste. Después, progresivamente, fue languideciendo
y murió.
Coronel
Iván González.
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