CRÓNICAS
DE UN CURA PAISA
POR
EL PADRE ANTONIO MARÍA PALACIO VÉLEZ
CAPÍTULO
11
EL
PADRE MANUEL RESTREPO PIEDRAHITA.
El
padre Piedrahita o Manuelito como cariñosamente lo llamábamos, era oriundo de la
población de Guasabra corregimiento de Santafé de Antioquia. Es de mediana
estatura, bien conformado, cara graciosa y de ojos negros e inquietos que se
movilizan de arriba a abajo con la rapidez del rayo recorriendo a la persona
que está hablando con él. En una ocasión le hice notar eso y me dijo: es para
que la persona que me está hablando no se me vaya.
Yo
me hallaba en Turbo y allí llegó a finales de 1942. Al instante se dio a la
tarea de arreglar su equipaje misional para dirigirse a Acandí pueblo lindante
con la frontera de Panamá. Su equipaje consistía en lo necesario para celebrar
la misa, algunas municiones de boca, unos frasquitos con medicinas para los que
pudiera ocurrir, un Cristo que le diera fuerzas y apoyo en el mar y en aquellos
pantaneros.
EL
MACHETE
Y
algo que le vi colocando con mucho esmero en su equipaje, una especie de lo que
en algún otro tiempo debió ser machete. Era una vida que no se sabía si era de
acero o de moho. En una extremidad tenía una especie de cacha roñosa. La hoja
en la angosta y no pude saber si era de la generación que llaman machete o
peinilla. Se parecía más a una lengua de sapo que ha machete. Le pregunté
cuánto le había costado y me dijo que en Quibdó se la habían dado por 50
centavos. Hay que tener en cuenta de que esos tiempos, a causa de la guerra,
habían subido todas las letras, sobre todo la U la eñe y la a. Allí, un machete que medio se pudiera mostrar valía
de 10 a 12 pesos. La vaina de ese machete, lengua de sapo, creo que la encontró
botada a la orilla de arroyo, según estaba de deteriorada, sucia, vieja y fea.
Al
verlo colocar con tanto esmero en su equipaje este instrumento le pregunté:
¿padre, para qué lleva eso? Poniéndose de pie me dijo con mucho énfasis: ¿no ha
leído usted que en el Evangelio, Jesucristo le dijo a sus apóstoles que el que
no tuviera espada vendiera su túnica y la comprara? Ya puede usted comprender
plenamente lo que burlonamente llama lengua de sapo y lo indispensable que te
va a ser que estas correrías. No tuve nada que objetar y en silencio continué
ayudando lo a empacar sus cosas.
LOS
CANGREJOS
La
población de Turbo está infectada por miles de millares de cangrejos nocturnos
que nadie puede calcular su número. En la casa rural vivía con nosotros
legiones de esos animales y eran tan grandes que parecían palas De vapor. Con
sus tentáculos tan alargados que parecían pulpos de esos que menciona Julio
Verne en su famosa novela titulada “20,000 Leguas de Viaje Submarino”. Estaban
provistos de tenazas tan grandes que infundían pavor al más resuelto. Al que
agarran con ellas no lo sueltan, aunque chille. Basta decirles que en casi
todas las casas de Turbo tienen cerdos y nunca los argollan por que éstos
quedan argollados de por vida cuando los cerdos, buscando alimento, remueven la
tierra con el hocico. Y ahí, cuando por desgracia llega, con su trabajo de
excavación, a la temible línea Maginot donde tiene su residencia uno de esos
cangrejos q S hay allá. Porque sin más “alto, quien vive” ni pedir el santo y
seña lo agárrate el hocico con esas enormes tenazas y hasta luego pétalo. El
cerdo, al mismo tiempo que da chillido, y con tan desenfrenado modo que arranca
al feroz cangrejo la tenaza pero, eso sí, queda argollado para siempre.
EL
CAZADOR
El
padre Manuelito era un excelente cazador de cangrejos. Todas las noches, armado
de un palo, se dedicó a exterminar a nuestros indeseables compañeros de
vivienda. En la aguzada lanza de su arma, ensartaba, por la mitad, a estos
desgraciados animales. Enormes eran los bichos estos. Los tentáculos en los que
ostentaban las tenazas medían no menos de 25 cm de largo y las patas que eran
en número de 10 por cada uno medían hasta 20 cm. Cuando él padre Manuelito,
cara y aire de triunfo los ponía en alto parecían molinos de viento en
ejercicio cuando agónicos agitaban sus tentáculos.
EL
CARRIEL
Un
carriel de esos que usan los arrieros antioqueños, y en los que en ellos
guardan holgadamente un lazo, media libra de cabuya en rama, una aguja de
arria, un eslabón para sacar candela, dos tabacos, media libra de panela para
tomar agua e el primer arroyo que encuentran, una navaja médica, un cuchillo
tres rayas, un Cristo, una barbera, la baraja, un par de dados y la imagen de
la virgen del Carmen.
EL CARRIEL
LA
CULEBRA
Había
una culebra llamada Verrugosa porque está brotada de verrugas. Es tan gruesa
como una viga. Cuando un hombre la pisa, porque parecen más aún palo podrido
atravesado en el camino a mi, ella levanta una cabeza tan grande como un
carriel de nutria de ocho bolsillos.
Cuando
una culebritas de esas levanta la cabeza la dirige al pie de quien la pisó y se
la besa. De inmediato se le pone la barriga tan dura como si fuera un barril de
acero, brota los ojos, lanza un berrido y en el mismo sitio se va para el otro
mundo.
LA SAPA.
Otro
peligro, que está en los pantanos, es la Sapa. Vi a un individuo muy orondo
fumando tabaco o su pipa, andando con un palo en la rodilla cuando sin darse
cuenta ni saber cómo ni cuándo de nuestro cliente no queda sino el sombrero
sobre el pantano. Sin más monumento de la vieja gorra de hoja de palma
señalando el lugar donde se lo tragó la Sapa.
LA
GUADAÑA
Algunas
de las muertes que ocurren por allí pueden atribuirse a la guadaña de la muerte
por qué hay muchos otros que se mueren sin saber por qué y sin más razón. Es el
caso de un soldado acantonado en la guarnición de Turbo. Aconteció que estaban
los soldados custodiando un avión de guerra en el campo de aterrizaje. A uno de
ellos se le fue un tiro de Grass. La bala hizo impacto en el flanco izquierdo
de la costilla del otro Soldado. Le votó todo el estómago y el proyectil salió
por el otro costado y sin más razón ni motivo allí mismo se fue quedando
muerto. Nada más porque le dio la gana de morirse por esa bobada.
Una
de estas cosas le pasó al padre Manuelito. Aún que casi se ahoga cuando una ola
lo subió en su lomo en un naufragio cerca de Acandí. Apenas veía que por allá
muy lejos apenas asomaban las orejas del padre Manuelito entre el herbesón De
las olas y las espumas desflecadas. Salió del mar con el estómago más templado
que Tambor de guerra por el agua que había tragado. Al mismo tiempo que
experimenté alegría por mi salvación también sentir tristeza por la muerte del
padre Manuelito de quien creí haber sido segura. La verdad es que sobrevivió.
En el naufragio sólo perdió su carriel. Como los tres días unos muchachos
encontraron en la playa y no se atrevieron a cogerlo. Pronto se lo llevaron al
padre y se lo mostraron. Éste lo reconoció de inmediato aunque estaba más feo
que un sacrilegio y más sucio que la vara de un gallinero. Allí estaba todo su
dinero que había guardado y con eso nos solventamos.
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