ESTAR ALERTAS
En
la escuela una de las cosas que más me gustaban era practicar en los simuladores
de vuelo, por la precisión con que se podía hacer a punta de puro trabajo instrumental.
Me asombraba que se pudiera volar de manera tan exacta usando solo indicaciones
abstractas de los instrumentos que, para esa época, eran solo análogos. Por eso
encontré la importancia del adecuado uso del, a veces, no muy ponderado
“Indicador de Virajes”. Coloquialmente llamado “Palo Y Bola”. Me deleitaba haciendo
virajes coordinados de un ancho de aguja a la velocidad de 3 grados por segundo,
y sin derrape, con la esfera centrada en la ampolla del nivel curvo.
Luego,
cuando hacíamos el vuelo nocturno instrumental, pero en condiciones meteorológicas
visuales, uno de mis instructores me quiso demostrar, en forma real, la
sensibilidad y la precisión de los instrumentos, haciendo un despegue nocturno con
instrumentos. Nos paramos sobre la raya central de la pista. Debido a la
oscuridad solo se pueden ver tres secciones de la línea blanca, si mucho, con
el poco potente reflector del pequeño avion de instrucción. Yo ejecutaría el
despegue usando la careta, que impide ver las luces y marcas de la pista. Tenía
que mantener el avión alineado, usando los instrumentos, mientras él vigilaba, mirando
afuera, la trayectoria.
Dudaba
que pudiera sostener el avion dentro de la pista y, mucho menos, sobre la línea
central. O como exigían algunos instructores, por el centro del línea central. Esperaba
que pronto él tomara el control del avión por zigzagueo inadmisible. Así que recordé
como lo hacia en el simulador y me propuse una carrera lo mas recta posible.
Traté de corregir las más mínimas desviaciones sosteniendo la esfera dentro de las
marcas y la aguje lo mejor centrada. Para ayudarme apliqué la potencia con
suavidad. Con ello reducía la consabida desviación de ir a la izquierda producida
por el monomotor, por el efecto del torque de las hélices dextrógiras, durante
los despegues.
Estando
en el aire, como a unos 150 pies, me dijo que levantara la vista y mirara la
pista. Quería que viera como estábamos con relación a la pista y verificara la
alineación. Me impresionó lo recto que estábamos y lo efectivos que eran esos
instrumentos. El despegue había sido bueno.
Continuamos
el vuelo instrumental nuevamente con careta, haciendo coordinados virajes, ascensos,
tramos rectos, todo cronometrado, según lo habíamos antes programado. Hicimos
una corta navegación por el Valle del Cauca, yendo a las áreas de instrucción y
regresando. Cuando estábamos en la trayectoria de aproximación, nuevamente, me pidió
quitar la careta y, finalmente, hacer un aterrizaje visual.
El
estrés y el esfuerzo de concentración, de esa hora de vuelo me hicieron sudar a
cantaros y me dejó exhausto. Me sorprendió como podía hacer un vuelo real
seguro, nocturno, sin ver nada y solo usando la dirección, la velocidad, el tiempo
y la altura, como únicos medios de navegación. La experiencia fue interesante
pero con el tiempo la olvidé, por ser solo un ejercicio didáctico de no aplicación
regular en la vida profesional de un piloto militar.
Años
después, con un copiloto de pocas horas, ejecutábamos un vuelo nocturno desde Bogotá
con un Aerocomander 1000. Llegando al punto de espera, comenzó una llovizna muy
ligera. Iniciamos el despegue bajo condiciones normales. Habíamos alcanzado un
poco más de la mitad de la velocidad para salir a vuelo cuando, repentinamente,
ingresamos a una cortina de lluvia tan densa que, nos quitó totalmente la vista
de la pista. No podíamos ver ni las luces del eje central ni las de borde de
pista ni las marcas ni los avisos de las calles de salida. Mucho menos las del terminal
ni las plataformas. La pista y todo el aeropuerto se desapareció completamente
como por arte de magia. La ligera lluvia del comienzo de pista se convirtió, rápidamente,
en un torrencial aguacero que caía sobre la mitad de la pista.
De
inmediato, pensé en lo que seria más peligroso, si suspender o continuar el
despegue, porque no tenía ninguna forma de saber si estaba alineado con la pista
o íbamos hacia fuera. Tomé la última alternativa. Era más seguro, pronto alcanzaríamos
la velocidad necesaria para despegar, que lograr una carrera de frenada confiable,
sin ver donde estábamos ni para donde íbamos. Era factible, también, que una
ráfaga, de esas consabidas cortantes de viento, nos mandara a una cuneta sin ni
siquiera verla.
Pusimos
el sistema auxiliar de ignición, por si el exceso de lluvia trataba de ahogar
las turbinas o hacia expulsar la llama de la cámara de combustión, y seguimos
adelante.
Por
un reflejo mental, recordé como podíamos seguir la trayectoria usando los
instrumentos, como lo habíamos hecho en la escuela, en el simulador y en el mencionado
vuelo real. Puse toda la atención en hacer que la guja y el nivel del indicadores
de virajes se mantuviesen en sus marcas, con los planos a nivel, la nariz quieta
y el rumbo exacto, Era la lo único que podíamos hacer para mantenernos en línea
recta. Así lo hicimos. Al poco tiempo teníamos velocidad de despegue y salimos
a vuelo, todavía en plena oscuridad y sin nada de visibilidad. Fueron momentos
angustiosos pero concentrados sin pensar en nada más.
Procuramos
hacer un despegue de máximo rendimiento para alejarnos del suelo y los
obstáculos, en lo posible. No sabíamos si nos habíamos salido de la pista y
podríamos andar por algún lugar inapropiado. Quizás, desviados demasiado sin
saber cuanto, o estar sobrevolando los aviones que estaban en las calles de salida,
en la pista paralela, las rampas del aeropuerto, el terminal o hasta la torre de
control. Eso podría ser exagerado, pero ante lo desconocido todo era factible.
En
la misma forma tan rápida como había aparecido la lluvia, esta desapareció. Fue
igual como cuando el instructor me pidió quitarme la careta, después del
despegue, años atrás. Nuevamente todas las luces que habíamos perdido y las
referencias de tierra, aparecieron. Teníamos unos 250 pies sobre el terreno,
estábamos sobre el eje central, bien alineados y habíamos consumido las dos
terceras partes de la longitud de la pista. El alma me volvió al cuerpo y respiré
profundo. El despegue había sido seguro.
La
torre de control no estaba enterada que, un minuto antes, sobre la parte
central de la pista se había desatado un fuerte aguacero. Ella podía ver las
luces de las dos cabeceras y presumía que toda la pista estaba despejada y por
ello no nos advirtió. Se lo reportamos y comenzó a prevenir a los aviones que
en ese momento estaban próximos para aterrizar.
Supe
cuan útil me había sido mi exagerado gusto por las lecciones de vuelo en simulador.
El mismo que también usaba a manera de entretención durante los largos ratos de
espera del turno de vuelo como alumno. Afición que los instructores de la
sección de simuladores me patrocinaban porque sabían que me gustaba. Además, yo
les ayudaba operando el equipo mientras ellos hacían las calibraciones, que
eran muy dispendiosas con la tecnología de ese tiempo.
Eran
equipos muy mecánicos, con sistemas neumáticos y la parte electrónica todavía
usaba válvulas de vacío. Y bastante más provechoso había sido el despegue
instrumental, con el instructor de vuelo real, en esa calmada pero muy
provechosa noche, siendo alumno. Lo que había sudado de primíparo en esa
ocasión, tendría su recompensa de profesional, sin haberlo premeditado ni previsto.
Cuando nos salio lo que menos esperaba.
Años
después, en un club social, de viaje, me encontré, una mañana, con ese
instructor, que paseaba con su familia. Fue un cordial encuentro y charlamos
sobre la vida de los demás compañeros que habíamos sido sus alumnos.
Yo
le conté esta anécdota, que ahora es crónica. Quería hacerle saber lo útil que habían
sido sus enseñanzas. El no recordaba ese vuelo en particular. Algo razonable
dentro de muchos alumnos y menos durante tantos años como él lleva de ser instructor
de vuelo.
Se
sintió muy satisfecho que sus lecciones hubiesen tenido un efecto tan
provechoso. Y, sobre todo, que se lo contara. Retroalimentación que no acostumbramos
hacer en la medida en que las cosas se hacen corrientes. Nos distraemos con los
apremios profesionales cotidianos y no sacamos las oportunidades para revivir las
cosas positivas de la vida.
El
me hizo salir, exitosamente, de lo que menos me esperaba y que tanto me asustó.
Y yo le sorprendí, sorpresivamente, con esa inesperada experiencia que tanto le
agradó.
Enero
2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario